Tin & Tina | Crítica

¿Quién puede criar a un niño?

Una imagen del filme de Ruben Stein.

Una imagen del filme de Ruben Stein.

Aunque su aspecto recuerde inevitablemente al de aquellos siniestros infantes de El pueblo de los malditos (1960) y su remake firmado por John Carpenter en 1995, nuestra pareja de niños hermanos albinos sale más bien, como toda esta película, del universo de Narciso Ibáñez Serrador, sus Historias para no dormir y, más concretamente, de aquella ¿Quién puede matar a un niño? convertida al paso de los años en título de culto internacional del cine de terror.

El debutante Rubin Stein homenajea aquí al maestro hispano-uruguayo en un nostálgico ejercicio formal que obliga a su espectador natural a suspender algunos grados de verosimilitud para poder participar plenamente de su propuesta, un tour de force estilístico donde el envoltorio es siempre más sugerente y sólido que el contenido, y donde los gestos de puesta en escena, como en la larga secuencia final de puro virtuosismo, se acaban imponiendo sobre la lógica interna de los acontecimientos o las prestaciones de un elenco desigual.

En su sustancia narrativa, Tin & Tina no deja ser un relato algo insistente en torno a la idea del mal nacido de la inocencia, los vericuetos de la maternidad, lo religioso como amenaza y la paulatina descomposición del núcleo familiar, todo ello ambientado en la España de Tejero, Felipe, el Mundial 82 y Enrique y Ana que subraya un contexto socio-político que a la postre se convierte en marco de fondo sobre el machismo o los vicios heteropatriarcales, en un intento a todas luces forzado de traer al presente lo que, por otra parte, no deja de ser un ejercicio formal sobre los temas, personajes y situaciones propias del género.

Con todo, Tin & Tina deja sobradas muestras de un buen hacer técnico y de la capacidad para crear una singular atmósfera de terror diurno y a plena luz sureña en su pastiche de referencias, situaciones, arquitecturas, localizaciones y músicas (Jocelyn Pook).