Cultura

Un dinosaurio se balanceaba…

  • En esta ocasión el peligro mayor son los humanos, llevando al límite el mensaje ecologista

Un fotograma de la película.

Un fotograma de la película. / DS

El cine de monstruos (variante prehistórica) ha conocido cuatro hitos a lo largo de un siglo: El mundo perdido (Hoyt, 1925), King Kong (Cooper y Schoedsack, 1933), La bestia de tiempos remotos (Lourie, 1953) y Parque Jurásico (Spielberg, 1993). En lugar aparte hay que situar la saga japonesa de Godzilla iniciada en 1954. Son hitos por su maestría técnica, que en cada caso supuso un gigantesco paso adelante para el cine de fantasía, y King Kong lo es además por su belleza poética. Que tres de ellas fueran dirigidas por artesanos basándose en los prodigios técnicos creados por los geniales maestros de la stop-motion (animación fotograma a fotograma de miniaturas) Willis O’Brien (El mundo perdido y King Kong) y Ray Harryhausen (La bestia de tiempos remotos), les ha dado a ellos más fama entre los aficionados que a los directores. Que, en cambio, la cuarta película, Parque Jurásico, se vincule sólo al nombre de Spielberg marca la diferencia entre ellas: no solo es un prodigio técnico que cambió la historia del cine marcando la entrada definitiva en la era digital, además era una película de Spielberg, a esas alturas de 1993 consagrado desde hacía 18 años como el rey del cine espectacular, fantástico y de aventuras; es decir, era la primera película de monstruos de autor. Por eso si los aficionados recuerdan a O’Brien y Harryhausen, solo los especialistas recuerdan a Stan Wilson, Dennis Muren, Phil Tipet y Michael Lantiere, quienes combinaron sus modelos con los efectos digitales entonces pioneros de la Electric Light & Magic de Lucas dotando a la película de su asombroso realismo, no envejecido pasados 30 años de vertiginosos descubrimientos técnicos.

Esto convierte Parque Jurásico en obra maestra del cine de fantasía, cumbre del cine de dinosaurios y una de las mejores películas de Spielberg. Desafortunadamente por su explotación comercial sin mayores intereses creativos las cinco secuelas estrenadas desde 1997 hasta Jurassic World Dominion, ordenadas en las dos trilogías de Parque Jurásico I, II (homenajeando en su título a la obra referencial de Conan Doyle) y III, y Jurassic World, Jurassic World: El Mundo caído y Jurassic World: Dominion, no han alcanzado ni de lejos la perfección de la primera. Que tras la segunda Spielberg no volviera a dirigir ninguna secuela –confiándolas a los artesanos Joe Johnston, Colin Trevorrow (que ahora repite) y Juan Antonio Bayona (que creó la mejor de todas)– revela este desinterés creativo por la explotación de la franquicia.

Es lo que sucede con esta última entrega. Espectacular hasta lo asombroso, con lo difícil que es ya asombrar con efectos especiales. Llena de criaturas terroríficas que aquí alcanzan la culminación con una nueva dino-estrella, aunque en esta ocasión el peligro mayor son los humanos, llevando al límite el mensaje ecologista de toda la franquicia sobre el peligro de la manipulación genética y la biotecnología por capitalistas sin escrúpulos (excepción hecha de la buena voluntad empresarial y científica de John Hammond/Richard Attenborough en la primera entrega). Aporta el atractivo sentimental de unir al trío protagonista original (Laura Dern, Jeff Goldblum y Sam Neill: su presencia es lo mejor de la película) y a los protagonistas de las últimas entregas (Chris Pratt y Bryce Dallas Howard: a años luz como actores y personajes de l

os anteriores) como si se tratara del último saludo en el escenario de toda la compañía. Pero falla el guión escrito por el propio Trevorrow y Emily Carmichael, premiada creadora de cortos de animación que tiene como único mérito en el largometraje el demérito de ser una de las guionistas de Pacific Rim: Insurrection.

Tan flojo es el guión que, olvidando el carácter innovador de la obra maestra del 93, toma préstamos de todas las películas de acción ruidosa de estos últimos años. Tan preciada herencia, tan gigantesco presupuesto y tan apabullantes efectos (de los que se abusa, a diferencia de la sabia dosificación de Spielberg en el 93) merecían un esfuerzo, siquiera un esfuerzo de guión. ¿Recuerdan la canción infantil de los elefantes que se balanceaban en una tela de araña? La tela de araña, en cine, es el guión. La tejida por Trevorrow y Carmichael no resiste el peso de los dinosaurios, que en vez de balancearse se estrellan. Eso sí, su caída entretiene a quien solo pida efectos y un ritmo frenético de carreras de pollo sin cabeza.

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