Una herencia de muerte | Crítica

Limón exprimido y sin acidez

Anna Faris, Toni Collette y David Duchovny.

Anna Faris, Toni Collette y David Duchovny. / D. S.

Veía uno de estos días El gafe de Pedro Luis Ramírez, apreciable director muy unido a José Luis Ozores que también lo dirigió en Recluta con niño, Los ladrones somos gente honrada o El tigre de Chamberí, sobre todo porque en ella trabaja el genial patriarca de la saga, Mariano Ozores Francés. Pero a lo que iba: en aquella película bien envejecida Antonio Ozores interpreta a un gafe al que contratan los sobrinos codiciosos de un viejo rico reacio a morirse para ver si así él y ellos pasan a mejor vida. Pues de esto trata Una herencia de muerte, pero con mucha menos gracia.

El tema de los herederos que quieren cargarse a su futura fuente de riqueza, de la maldad testamentaria del finado para burlar a sus ansiosos herederos o de las luchas entre estos para hacerse con la herencia ha dado para mucho en la novela detectivesca y la comedia, desde El gato y el canario allá por 1939 hasta la reciente Puñales por la espalda 2 pasando por La caja de las sorpresas, basada en una divertida novela de Robert Louis Stevenson. Dean Craig, especialista en comedias flácidas con aspiraciones gamberras (Amor. Boda. Azar, Luna de miel para tres) y guionista con éxito de Un funeral de muerte” (de ahí, supongo, el título español) le saca muy poco partido. O ninguno.

Una anciana está a las puertas de la muerte que sus sobrinos desean traspase cuanto antes. A partir de ahí Craig suma chistes tan faltos de gracia como sobrados de grosero mal gusto e histrionismo por parte de Toni Colette y Anna Faris, replicado en los secundarios David Duchovny y Rosemarie Dewitt, como los carroñeros que vuelan en círculos en torno a una Kathleen Turner que es ceniza de aquel cuerpo que el fuego consumía con fondo de música de John Barry. Sea para ella, por ser quien fue, la estrellita.

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