Eva Díaz Pérez. Escritora

"Nebrija pertenece al linaje de los intelectuales que debemos seguir"

  • La autora retrata en la novela 'El sueño del gramático' al humanista que dio la espalda a los "saberes cansados, a una erudición que no producía nada" e introdujo en España la modernidad

Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971).

Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971). / Antonio Pizarro

"Padre andaba en guerra con las palabras que usaban sus grandes enemigos: los bárbaros teólogos, los juristas, los historiadores y los médicos", cuenta Francisca de Nebrija, una mujer que ha podido esquivar las tareas que requiere de ella su tiempo y consagrarse también a las letras, sobre su progenitor, Elio Antonio de Nebrija, un humanista que "cazaba palabras como si fueran mariposas" con el propósito de "hallarles el alma y darles luego vida eterna y gloria", que se entregaba a sus estudios como si aquello fuera una misión sagrada y al que desvelaba la posibilidad de un libro que compendiara los saberes del mundo y "lo contuviera todo". Eva Díaz Pérez recorre en El sueño del gramático (Fundación José Manuel Lara) los muchos escenarios en los que transcurrió la agitada vida del erudito –su Lebrija natal, Italia, Salamanca o Extremadura– y plantea un homenaje al creador de la primera Gramática castellana desde la prosa exquisita que precisaba Nebrija y una recreación rigurosa que convive con el vuelo de la imaginación. La autora de Memoria de cenizas o El color de los ángeles, también directora del Centro Andaluz de las Letras, defiende en esta entrevista que con la labor de Nebrija España se adentró en la modernidad.

–Define a su protagonista como un hombre "que declaró la guerra a los sabios instalados aún en los saberes medievales".

–Es un personaje brutal de la historia de nuestra cultura, y sin embargo no se conoce prácticamente nada de su vida. Yo sabía lo que sabe todo el mundo, que era el autor de la Gramática castellana; si acaso, que había hecho también los Diccionarios. Poco más. Cuando empecé a leer sobre él me di cuenta de que tenía una epopeya muy interesante. A mí hay algo que me entusiasma de su figura, algo que me parece muy jugoso desde el punto de vista literario, y es que simboliza una época, ese tránsito de la Edad Media al Renacimiento, ese puente. Se acaba el mundo de lo viejo, lo escolástico, lo medieval, y él retoma el mundo de la tradición grecolatina, que era muy moderno. Nebrija está poniendo los cimientos del humanismo cristiano que vendrá después. Me fascinaba la chulería de ese joven de una época nueva que llega rompiendo con todo, que se desmarca de unos saberes que estaban cansados, de una erudición que no producía nada. Luego comprendes que al personaje le ocurre lo que nos pasa a todos: que tú quieres cambiarlo todo y lo nuevo te acaba arrasando a ti también. Pero me atraía mucho esa actitud beligerante.

–Él tiene algo quijotesco, algo de iluminado: contempla su vocación como una misión sagrada.

–Exactamente. Es alguien muy individual, que emprende una guerra contra los popes, los personajes de la Atenas española, de la universidad más importante, Salamanca. Cuando pierde la cátedra, su historia es la del fracaso del héroe. Ha creído toda la vida, a ciegas, en una idea, y al final se da de bruces con el desdén de todos, y un jovenzuelo le quita la plaza. La gente que conozca el ambiente universitario dirá: 'Por favor, 1513 está aquí al lado, eso sigue pasando, que los brillantes pierden'. A mí me interesa la novela histórica que tenga conexiones con el presente, no que sea una antigualla. Que los lectores digan: 'Joé, esto mismo ocurre ahora'.

Eva Díaz Pérez. Eva Díaz Pérez.

Eva Díaz Pérez. / Antonio Pizarro

–El Nebrija al que retrata es un tipo muy humano, no es el erudito apartado del mundo al que no le interesa la vida. Él es un hedonista.

–Sí, no es el sabio que está en los pedestales de las estatuas. Para mí era muy importante dar con el personaje, el hombre de carne y hueso, que respirara vida. Me acuerdo perfectamente del momento en que encontré lo que me faltaba, esa clave, esa revelación que tienen los novelistas que se inspiran en personajes reales, o los biógrafos cuando investigan en sus biografiados. A mí me sucedió eso leyendo los prólogos de sus libros, en los que se muestra tal cual es. Se ve que era un poco vividor, un poco hedonista, que no se callaba ante nada. Esas pinceladas eran muy valiosas.

–El libro aborda, a través de varios personajes, un amor de juventud de Nebrija y su hija, el acceso de las mujeres a la cultura.

–Quería reflejar ese fenómeno, el de las puellae doctae o niñas sabias, porque más tarde el siglo XVII será el gran siglo misógino, te encuentras obras que te hablan de la mujer y es terrible la perspectiva que tienen de ellas, la mirada de la época. Y sin embargo, en ese siglo XVI, al principio, hay un momento luminoso en el que coinciden muchas mujeres intelectuales, y además, algo ciertamente importante, se les daba protagonismo. Están Francisca de Nebrija, aunque algunos investigadores ponen en duda su existencia por la falta de pruebas documentales, Luisa Medrano, la poeta Luisa Sigea, Beatriz Galindo La Latina... Es verdad que la presencia que algunas mujeres tienen en la Universidad es circunstancial. En el caso de Luisa Medrano, por ejemplo, se murió el catedrático y recurren a ella, que había ayudado a dar las lecciones de la materia. Es curioso cómo esta relevancia se desdibuja luego. En el teatro del Siglo de Oro se retrata a las mujeres doctas de manera despectiva, se las menosprecia llamándolas bachilleras. Esa eclosión es un espejismo.

–Nebrija descubre la imprenta en Italia y será uno de los mayores defensores del invento en España.

–Se da cuenta desde el principio de que su uso va a cambiar las cosas. A mí me gustan mucho los personajes visionarios, los que se adelantan a su tiempo y a los que el futuro acaba dando la razón, y Nebrija es uno de ellos. Podemos trazar un paralelismo con el presente: la imprenta supuso una revolución en su momento, a nosotros la aparición de internet también nos ha cambiado el modo de ver el mundo. El momento en que vive Nebrija es muy interesante, porque también el descubrimiento de América ha trastocado la brújula, las coordenadas, que había hasta entonces.

"De vez en cuando hay que recordar, por el cliché con que se nos retrata, que la lengua es muy rica en Andalucía"

–Cuando regresa a Sevilla en 1513, Nebrija se reencuentra con el habla de su tierra y le emocionan "la chispa y el gracejo de las palabras", la "agilidad para la metáfora". Pero todavía cargamos en el sur con ese sambenito de que aquí se habla mal...

–En el libro he querido hacer una defensa de lo que han significado Sevilla y Andalucía en ese sentido. En el Diálogo de la lengua Juan de Valdés, que era de Cuenca, se mete con Nebrija, que para entonces había muerto ya, y le corrige algún error atribuyendo que aquí el latín no era puro, y eso me dio mucho coraje. Adapté eso a una conversación que alguien tiene con Nebrija en la novela. Yo creo que Andalucía es uno de los lugares donde más se ha renovado el lenguaje, por los lazos con América, por Al-Ándalus, por el mundo judío... Ese mestizaje nos ha proporcionado una riqueza fantástica, y es algo de lo que tendríamos que enorgullecernos. Nuestra lengua no es impura, es que está, y eso es hermoso, llena de vida. Y como nos pesan tanto los tópicos, de vez en cuando hay que recordarlo...

–Nebrija podría encontrar un espejo en el que mirarse en Casiodoro de Reina, el protagonista de su primera novela, Memoria de cenizas. Ambos pagaron un precio por su curiosidad intelectual...

–No sé si podría meter a Nebrija en el saco de los heterodoxos que tanto me gustan, pero él sí tiene, desde luego, esa heroicidad de quien se atreve a romper moldes. Es de la misma naturaleza que Casiodoro de Reina, o que Antonio del Corro, otro de los monjes de San Isidoro del Campo que aparecía en Memoria de cenizas. La Apología que le manda Nebrija a su amigo el Cardenal Cisneros recordando el proceso inquisitorial, defendiendo la libertad de pensamiento, me llevó a reflexionar que, si pudiésemos hacer un linaje de textos, ese escrito entroncaría con A sangre y fuego, de Chaves Nogales, o con algunos pasajes de Blanco White, por esa clarividencia con la que responden a épocas caóticas. Los lees y te dices: 'Estos son los intelectuales que tenemos que seguir'. La Apología de Nebrija es asombrosa. Debería, sin duda, estar más difundida.

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