Historia del gran reino de China | Critica

Primera imaginación de China

  • Biblioteca Castro publica, en esplendida edición de Juan Gil, la 'Historia del gran reino de China' del obispo González de Mendoza, publicada en 1585, donde se recogen las noticias y testimonios existentes sobre aquel grande y desconocido reino 

Carta universal del cosmógrafo Diego de Ribero, impresa en Sevilla en 1529

Carta universal del cosmógrafo Diego de Ribero, impresa en Sevilla en 1529

En la formidable “Introducción” de Juan Gil, que excede las doscientas páginas, se da abundante noticia de los pormenores que acompañaron a esta Historia... de Juan González de Mendoza, cuya primera edición verá la luz en Roma, en el año de 1585, al amparo de Sixto V. Dichos pormenores, sin embargo, no son los esperables y adecuados a una obra de erudición o una crónica de viajes, sino que añaden algunos aspectos de interés, que atañen a lo humano, pero también, y de modo principal, a la propia urdimbre del libro. Quiere decirse, pues, que el autor de estas páginas compendiarias, de escritura limpia, colorida y viva, era un hombre intemperante, malogrado obispo de Chiapas, polémico obispo de Popayán e individuo pronto a la vanagloria y la refriega. A pesar de ello, de su escritura no cabe deducir tales adornos. Todo lo contrario. El riojano Juan González de Mendoza era escritor grato, imaginativo y fácil, cuya imaginación fue en servicio de una empresa de notable envergadura: la de construir una imagen de China (toda vez que se evaporó su embajada filipina a aquellas latitudes, suspendida en 1582), con los retazos y obras de quienes sí estuvieron en el Extremo Oriente.

Es 'Il Milione' de Marco Polo el que inaugura la aproximación europea al Extremo Oriente

Esto significa que Mendoza escribe de “oídas” o de “leídas”, reproche que Bernal Díaz del Castillo ya había lanzado contra López de Gómara, y que presuponía una forma de hacer historia más próxima a Heródoto que a Tucídides y Polibio, quienes demandaban testimonialidad a los cronistas. En las páginas que Juan Gil dedica a las fuentes de Mendoza, queda clara la multitud heteróclita de sus referencias, la mayoría de ellas vinculadas a testimonios de misioneros. No obstante, es Il Milione de Marco Polo, conocido desde hacía ya casi tres siglos, quien inaugura esta aproximación al Extremo Oriente (recordemos a T'serstevens y Los precursores de Marco Polo), cuyo carácter informativo, sin embargo, no es el mismo que parecen exigir las circunstancias de Mendoza, ya en pleno siglo de los “descubrimientos”, y cuya finalidad es, manifiestamente, otra, vinculada a la evangelización y a la conquista. Una de las constantes con que Juan Gil ilustra la oportunidad de esta Historia de Mendoza es el convencimiento de que China sería conquistable con un modesto ejército de españoles; opinión que la prudencia de Felipe II no tuvo, por fortuna, en cuenta, prefiriendo la vía diplomática que, como ya hemos dicho, se malogró en el caso de Mendoza, y cuya intención era la de viajar, desde América, a través del Pacífico, al impenetrable y gigantesco país de la China.

A esta cautela filipina se añadían dos cuestiones, cuales eran la presencia portuguesa en aquellas tierras, y la propia herencia de la corona lusa, que recaerá en Felipe II tras la muerte de su sobrino don Sebastián en Alcazalquivir. Lo cierto, en todo caso, es que el obispo González de Mendoza escribirá su Historia del gran reino de la China, a instigación de Gregorio XIII, y abrigándose con una erudición que no le era propia, pero que será de gran utilidad para la descripción de los nuevos mundos presentados a la consideración europea. Es el caso, ya señalado, de López de Gómara; pero también el de Mártir de Anglería y de tantos otros cuya finalidad no es la de recolectar un florilegio de anécdotas y “monstruosidades” que asombren al lector, sino un nutrido y ordenado corpus documental donde ofrezcan, por lo menudo, la calidad de las gentes y de las tierras, la bondad de sus costumbres y la inclinación y número de sus dioses. En cierto modo, podríamos reputarlo como lejano precedente del Baedeker. Pero es, en mayor manera, un compendio geográfico y etnográfico, en el que se incluye una historia de las religiones y de los pueblos (traigamos aquí al gran Inca Garcilaso), con el que establecer y en el que fundamentarse, para una futura aproximación, no necesariamente hostil, pero afanosa de algún provecho, a los confines del globo.

Es esa necesidad de un conocimiento preciso (los detractores de Mendoza señalarán con insistencia sus errores), la que impele a esta forma de historiar a la manera de Heródoto, en la que las lejanías espaciales y temporales no impiden el conocimiento. Antes bien, lo aroman con apetecido y noble exotismo, de larga y numerosa progenie. Así ocurre también con esta excelente historia de González de Mendoza, hijo tumultuoso e inteligencia impar del siglo XVI.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios