Luna y sol de marisma | Crítica

Una brava geórgica

  • Espuela de Plata recupera la novela que José Mas dedicó a la vida de los toros bravos en el territorio mítico de la marisma, perdurable referencia en el imaginario del Mediodía

José Mas (Écija, 1885-Madrid, 1941).

José Mas (Écija, 1885-Madrid, 1941).

Habitualmente adscrita a la órbita del segundo naturalismo, la obra narrativa de José Mas ha sido relegada por los estudiosos a la ambigua categoría de literatura popular, que sin duda lo fue, tanto por su inspiración como por el público al que iba destinada, pero esta definición en clave sociológica no hace justicia a un escritor –menor pero no irrecuperable– que dentro del marco regionalista no se limitó a la novela de costumbres. Ya Cansinos Assens, que le dedicó páginas laudatorias en un libro monográfico, Sevilla en la literatura (1922), y dejó en sus famosas memorias póstumas un malévolo retrato, destacó que la obra de Mas va más allá del costumbrismo, pues sus personajes, correspondientes a un "ciclo de transición", reflejan un mundo "en que el medio tradicional se modifica y renueva y en que la voluntad empieza a tener su culto", siendo así que aquellos "luchan en realidad con el atavismo, con la superstición antigua, con el maleficio del pasado, y aspiran a vencer la fatalidad de estas normas pretéritas". En efecto el novelista, que aun rezagado en lo estético no carecía de intención social, aporta un testimonio impagable de su tiempo. Dentro de su amplia e irregular trayectoria, sobresale una novela, Luna y sol de marisma, que fue publicada por primera vez en 1930 y acaba de ser reeditada por Espuela de Plata con un excelente prólogo de Jacobo Cortines, de obligada lectura para entender las razones por las que merece la pena el rescate.

Optando por reflejar la "trastienda rural", Mas deja fuera el estereotipado mundo de la lidia

Como explicaba Alberto González Troyano en su estudio ya clásico, El torero, héroe literario, muy pronto de nuevo disponible en Athenaica, el hecho de que Mas no abordara aquí una novela taurina propiamente dicha pudo deberse a las exitosas incursiones anteriores de autores asimismo populares como su admirado maestro Blasco Ibáñez –Sangre y arena (1908)–, Héctor Abreu –El espada (1905)–, López Pinillos –Las águilas (1911)– o Alberto Insúa –La mujer, el torero y el toro (1926)–, y también o sobre todo a un cierto agotamiento de la materia. A las alturas de la tercera década del siglo, luego de haber inspirado un puñado de novelas valiosas como las citadas y otras, los motivos recurrentes y sus limitadas variaciones apenas dejaban a los creadores otra posibilidad que plegarse servilmente a ellos, sumándose como epígonos más o menos brillantes a una tradición demasiado consabida. Sea por una u otra razón o bien por ambas, lo cierto es que Mas optó por retratar la "trastienda rural de la fiesta" frente a los "decorados brillantes y pintorescos de la vida social y galante del torero", que constituyen el reiterado fondo de la mayor parte de las novelas taurinas. La de Mas, sin embargo, dejando fuera el estereotipado mundo de la lidia, era, como la definió él mismo en una entrevista citada por Cortines, "la novela del toro en los campos de la marisma".

Sobrecoge la poderosa recreación de un mundo elemental, primigenio e incontaminado

Decía Cansinos al final de su estudio Las novelas de la torería, incluido en Evolución de los temas literarios (1936): "La novela del toro sólo podrá ser ya una fantasía a lo Kipling o una fuerte novela rural, una brava geórgica al modo de la esbozada en sus versos por el poeta sevillano Cortines y Murube". Y eso, nos dice el prologuista, buen conocedor de la obra de su tío, es lo que hizo Mas, llevando a la prosa la sustancia que impregnaba El poema de los toros (1910) de su paisano y amigo. Poco después otro autor de referencia en este ámbito, Fernando Villalón, reflejaría también en verso –en los poemas de Andalucía la Baja (1926) y La Toríada (1928)– la misma geografía mítica de las marismas del Guadalquivir, cuna del toro bravo antes de la transformación de las estepas en tierras de labor y el consiguiente desplazamiento de las manadas a las dehesas. Dedicada a Andrés Martínez de León, el padre del sin par Oselito, "sevillanísimo e inimitable artista" que ilustró la primera edición y también esta segunda, la novela de Mas cuenta la trágica historia de un muchacho gitano de humildísimo origen que ejerce como vaquero, acogida a las trazas folletinescas habituales en la obra del autor, pero más que las peripecias truculentas o sentimentales de la trama y que la minuciosa descripción de las faenas asociadas a ese antiguo orden desaparecido, con ser esta admirable, destaca la "dimensión épica, muy lejos del folklorismo", en palabras de Cortines. Son dignos de elogio el concentrado lirismo de no pocos pasajes y la riqueza del léxico, aunque la transcripción medio fonética del habla andaluza, característica de Mas y de los autores del regionalismo, no ayude a ganar lectores. Pero lo que impresiona e incluso sobrecoge es la poderosa recreación de aquel mundo elemental y rebosante de autenticidad, primigenio e incontaminado.

Fragmento del dibujo de Martínez de León que ilustra la cubierta. Fragmento del dibujo de Martínez de León que ilustra la cubierta.

Fragmento del dibujo de Martínez de León que ilustra la cubierta.

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