Maravillosa y mísera ciudad. Poemas romanos – Crítica

Una caminata sin fin por las calles pobres

  • Ultramarinos reúne la obra poética de Pasolini vinculada a Roma en un volumen que funciona como antología y como excéntrica guía urbana

Pasolini ante la tumba de Antonio Gramsci en el cementerio protestante de Roma.

Pasolini ante la tumba de Antonio Gramsci en el cementerio protestante de Roma. / D. S.

La relación entre Pier Paolo Pasolini y Roma se condensa en un volcánico cuarto de siglo. El que va desde su arribo en enero de 1950 hasta la funesta madrugada de noviembre de 1975 en la que su cadáver apareció en un descampado del hidropuerto de Ostia. Su encuentro con la capital moldearía decisivamente su relieve cultural y político. Como aventura Franco Buffoni, uno de los epiloguistas de Maravillosa y mísera ciudad, sin ese traslado lo más probable es que Pasolini hubiera seguido siendo "un maestro de provincias con ciertas veleidades literarias". La historia contrafactual aporta poco, pero sí identificamos con certeza en su obra la huella de lo rústico, la querencia por cierta vida no domesticada que reconoce en la periferia romana, en todo aquel caos de los suburbios excluido de las guías monumentales.

Accatone (1961) y Mamma Roma (1962), sus dos primeras películas, testimonian desde la ficción cinematográfica esa atracción por la Roma arrabalera, por la geografía preindustrial de las borgate, ni campo ni ciudad. Antes, sus dos primeras novelas, Ragazzi di vita (1955, traducida al español como Chavales del arroyo) y Una vita violenta (1959), respiran a pleno pulmón en ese embarrado medio ambiente. No lo usan como decorado, lo encarnan en el fatalismo neorrealista de sus tramas. Lo reconocen como lenguaje: registran y dignifican su existencia, su habla y sus modales.

En la poesía pasoliniana, esa Roma es una presencia común en los años 50 y 60. Lawrence Ferlinghetti agrupó y tradujo al inglés en 1986 una selección de los poemas romanos de Pasolini (Roman Poems, City Light Books). Y ese es el embrión de este volumen que ahora publica Ultramarinos, según reconocen sus editores y traductores, María Bastianes y Andrés Catalán.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro. / D. S.

Recoge 36 poemas que mencionan algún lugar de Roma o reflejan su experiencia romana. Desde sus primeros apuntes poéticos sobre la urbe hasta "Meditación oral", transgresor resumen histórico encargado por Ennio Morricone como complemento de un tema musical que debía celebrar el centenario de la capitalidad del estado en 1970. El mayor peso en la antología corresponde en cualquier caso a tres libros: Las cenizas de Gramsci (1957), La religión de mi tiempo (1961) y Poesía en forma de rosa (1964).

En ellos se despliega la maravilla y la miseria de esta Roma, expandida irregularmente en oleadas continuas de gentrificación y diáspora, en desplazamientos populares que Bastianes y Catalán no dudan en denominar "exilios". Los reseñan tanto en su excelente prólogo como en un extenso apéndice con "Notas a pie de Roma", a modo de inventario o guía de los lugares pasolinianos.

La ciudad aristocrática y clerical, atrapada en la solemnidad ruinosa de su pasado, se transfiguró con rapidez y violencia desde finales del XIX. Destartalados y precarios, los cúmulos prefabricados de las afueras fueron acogiendo entonces a las familias numerosas que aportaban mano de obra barata y necesaria. Su planificación avanzó tanto en el ventennio nero de Mussolini como luego en el éxtasis desarrollista de los gobiernos de la Democracia Cristiana. Pero las administraciones siempre cometieron el mismo error: burocratizaron el barullo, quisieron encajarlo a la fuerza en un diseño geométrico y descuidaron las necesidades básicas.

Su fascinación por los márgenes no debe despacharse como una estilización de la miseria

Esos exilios consecutivos de la ciudad se solapan con los exilios personales de Pasolini. Su llegada a Roma tuvo razones traumáticas: la huida junto a su madre del pueblo friulano de Casarsa, esquivando el maltrato paterno y la deshonra por una acusación que terminaría archivándose pero que supuso su expulsión del PCI. El desarraigo impregna sus primeros escritos romanos, en meses transcurridos en una habitación alquilada del mismo edificio del gueto judío en el que la madre trabajaba como asistenta. Tuvo que ser la mudanza a la periferia, a modo de segundo exilio, la que despertase su interés por aquella otra Roma.

Pasolini jugando al fútbol en un descampado de la borgata del Quarticciolo (1960). Pasolini jugando al fútbol en un descampado de la borgata del Quarticciolo (1960).

Pasolini jugando al fútbol en un descampado de la borgata del Quarticciolo (1960). / D. S.

La fascinación por los márgenes no debe despacharse como una estilización de la miseria. Lo que conectaba a Pasolini con la periferia era la posibilidad de otra vida pura y antigua, aún no sometida por las ambiciones pequeño-burguesas y la hipocresía de sus códigos morales. En unos versos de "El llanto de la excavadora" que dan título a esta publicación escribe: "Maravillosa y mísera ciudad / que me has enseñado lo que alegres y feroces / los hombres aprenden de niños". Le cautiva además esa dualidad que enuncian estas mismas palabras, la virtud de la ciudad para ser una y múltiple, hermosa y horrible, fraterna y violenta, festiva y trágica en su fondo.

Desde una permanente y estremecedora consciencia de la soledad, su amor por Roma toma cuerpo en los jóvenes subproletarios con los que intima cada noche: "solo / estoy pero profanado por una multitud / de desconocidos a los que amo, como si fueran / partes de una única criatura de la creación". Por eso, cuando a mediados de los 60 detecta cierta transición generacional y comprueba que esos jóvenes del extrarradio ya no se burlan de los denominados "pijos", sino que quieren parecerse a ellos, comenzará a expresar un severo desencanto. Hablará de este cambio como "genocidio cultural" e incluso llegará a alejarse temporal y físicamente de la urbe, refugiándose en la Torre de Chia.

Pero hasta el final de su vida se mantendrá fiel a los dos atributos que quizá mejor definan su faceta creadora. Será un poeta civil en el sentido en el que lo definió Alberto Moravia, en continua confrontación con el poder: "poeta que ve el país natal como no lo ven ni pueden verlo justamente los poderosos". Y será un poeta en movimiento; la raíz de su poesía debe buscarse en la experiencia del tránsito por el espacio público. Ahí es donde el conocido final del poema Versos del testamento se puede leer como el mejor resumen de su relación con Roma y con la vida de la ciudad en su doble dimensión colectiva y solitaria: "No hay cena o almuerzo o satisfacción en el mundo / que valga una caminata sin fin por las calles pobres / donde hace falta ser desgraciado y fuerte, hermano de los perros".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios