Nada más | Crítica

Testimonio de vida

  • Entre la aceptación resignada y la protesta derivada de una obstinada voluntad de supervivencia, el último libro de Marguerite Duras contiene la esencia de una voz ineludible

Marguerite Duras (1914-1996) y Yann Andréa.

Marguerite Duras (1914-1996) y Yann Andréa. / Dominique Issermann

Solía decir Marguerite Duras que nunca había escrito una línea que no reflejara una vivencia, aunque a la vez aspirara, como consignó su biógrafa Laure Adler, a dar forma a lo inefable. Y hasta el final, en las mismísimas postrimerías, fue fiel a ese mandato que en C'est tout, su último libro, llevó a cabo por mano interpuesta, la de quien fuera su secretario, compañero y amante durante los últimos dieciséis años de vida, Yann Andréa, un hombre de orientación homosexual y casi cuatro décadas más joven, inseparable de la escritora a lo largo de ese tiempo de intimidad tormentosa en el que formaron una pareja nada convencional, pero estrechísimamente unida. Publicado por Periférica en versión de Vanesa García Cazorla, con epílogo de Valentín Roma y una posdata de la traductora, este último libro de Duras, Nada más en el título español, recoge sus "palabras terminales" entre noviembre de 1994 y febrero de 1996, quince meses en los que la anciana, fallecida sólo tres días después de la anotación que cierra la serie, se debatía entre la resistencia a la muerte y su inmersión en "el vacío, es decir, la libertad". Es verdad que el texto tiene algo de obsceno, como se le reprochó al transcriptor cuando se hizo público en su versión definitiva, ya póstumamente, en 1999, al tiempo que Andréa daba a conocer uno de los relatos autobiográficos inspirados por Duras, Ese amor, pero no puede decirse que incumpla la voluntad de la autora ni que no refleje, en su desnudez esencial, el aliento de una voz que siempre buscó convertir la vida en escritura.

Algunos pasajes deslumbran por su densidad aforística, otros se caracterizan por su hermetismo

Si el leitmotiv de toda la obra de Marguerite Duras es el sentimiento de pérdida, como recuerda Roma, Nada más lo explora al filo mismo de la consunción, de una manera agónica, como un ejercicio literal de despedida. "Morir es dejar de escribir", es dejar atrás el lenguaje que toma aquí la forma de frases breves, entrecortadas, lapidarias, ásperas en su vaguedad o dolorosamente exactas. Escribir, por lo tanto, una "ocupación trágica", equivale a conjurar el miedo a la muerte –negado y afirmado, sucesivamente– o sin más a aplazarla, pues mientras se oiga la voz no se habrá apagado la vida. "Y después de la muerte, ¿qué queda?", le pregunta Yann. "Nada –responde Duras–. Excepto los vivos, que sonríen, que recuerdan". En otro momento le plantea: "¿Para qué sirve escribir?", a lo que ella responde: "Para poder callar y hablar al mismo tiempo". Algunos pasajes del libro deslumbran por su densidad aforística, otros se caracterizan por su hermetismo –a veces descifrable desde la familiaridad con la obra de Duras, a la que remiten en muchas ocasiones– o apenas resultan coherentes, frases evocadoras pero aparentemente inconexas o vislumbres de resonancias oraculares que oscilan entre la serena o resignada aceptación de lo inevitable –"En un momento dado de la vida, las cosas se acaban"– y la protesta derivada de una obstinada voluntad de supervivencia.

La escritura era para Duras una necesidad profunda, un modo de respirar a través de las palabras

"Me he pasado la vida escribiendo. / Como una imbécil: eso es lo que he hecho. / Tampoco es malo ser así. / Nunca he sido pretenciosa. / Pasarte la vida escribiendo te enseña a vivir: no te salva de nada". Más que un oficio, la escritura era para Duras una necesidad profunda, un modo de respirar a través de las palabras, de ser en ellas y por medio de ellas, entre el amor y la muerte, que son los otros dos grandes temas del opúsculo. Vejado o requerido, el leal Yann es impagable compañía pero también vehículo de expresión, médium necesario para la materialización del último discurso, cada vez más doliente y desesperado. Con razón señala el epiloguista que el libro sigue un esquema característico, habitual en Duras: "dos amantes sumidos en una conversación que bordea los límites de lo decible, sin argumentos, todo intensidad", y también acierta cuando concluye que el testamento literario se convierte, por obra de la determinación de la escritora, en un testimonio de vida. Si la penúltima anotación dice: "Se acabó. Se acabó todo. Es el horror", en la última leemos: "Le amo. Hasta pronto".

Retrato de Duras por Andrea Reyes, a partir de una foto de Robert Doisneau de 1955. Retrato de Duras por Andrea Reyes, a partir de una foto de Robert Doisneau de 1955.

Retrato de Duras por Andrea Reyes, a partir de una foto de Robert Doisneau de 1955.

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