Las noches de la peste | Crítica

Bienvenidos a Minguer

  • Pamuk regresa con ‘La noche de la peste’, una obra tolstoiana en la que acaban pesando sus más de 700 páginas

Orhan Pamuk, el pasado abril en una charla en Madrid.

Orhan Pamuk, el pasado abril en una charla en Madrid. / Zipi Aragón / Efe

En la obra del Nobel turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952), de entre sus novelas históricas acotadas por completo al orbe otomano, se cuentan Me llamo Rojo (negra trama entre artistas de miniaturas al servicio de la Sublime Puerta) y El castillo blanco (exquisito juego de identidades entre un científico italiano y un astrólogo turco del siglo XVII).

Las noches de la peste, última entrega de Pamuk, también se sitúa por entero en la Turquía otomana, la de inicios del XX, bajo el sultanato de Abdülhamit II. Los mil y un intríngulis –demasiados– que depara la novela discurren en 1901, en la isla mediterránea pero ficticia de Minguer, la cual, tras sufrir un devastador brote de peste, alcanzará su independencia merced a una serie de acontecimientos que la situarán, por un lado, en el mapa de los intereses coloniales de Europa y, por otro, entre las preocupaciones del palacio Yildiz de Estambul, donde mora el obsesivo y artero Abdülhamit.

Las más de 700 páginas –demasiadas– de esta obra tolstoiana registran los citados avatares que, descritos entre la novela histórica, el fluido novelesco y el pormenor periodístico, llevarán a la independencia de Minguer respecto a la férula de Estambul. En la novela la sutileza pamukiana se halla en el prólogo y en la coda final que, bajo el título de Años después, se convierten, como en tantos otros títulos del autor, en un notable ejercicio de metaficción. La propia autoría del libro que estamos leyendo y la hibridez persuasiva entre realidad e inventiva adquieren esa brillantez que le es propia a un autor que domina con maestría los retruécanos de la ficción (el propio Pamuk vuelve a realizar uno de sus peculiares cameos literarios).

Surgida en China, la epidemia de peste que asola la isla de Minguer es contada por una historiadora, Mîna Minguerli, quien es bisnieta de Pakize Sultan, hija del destronado Murat V y sobrina de Abdülhamit II. Las cartas que Pakize Sultan escribió entre 1901 y 1903 a su hermana Hatice, son recogidas por su bisnieta con vistas a su publicación para que ayude a conocer mejor cómo aquel confín del imperio otomano se convirtió en nación. Es el prólogo que debía abrir dicha edición el que acaba convertido en una larga y caleidoscópica novela, la cual resulta ser, en definitiva, la que el lector tiene en sus manos.

La literatura detectivesca se mezcla con pasajes románticos e intrigas políticas

Un primer juego pamukiano, que sus lectores habituales reconocerán, reside en el uso de personajes historiadores, a partir de los cuales se plantea o se anuda la propia narración fantasiosa. Ocurría en una de sus primeras novelas, La casa del silencio, con el historiador Faruk, quien volvía a aparecer en la citada El castillo blanco.

En esta ocasión, es el punto de vista de la bisnieta de Pakize Sultan, doctorada en Cambridge, el que nos muestra al detalle el vasto fresco de Minguer. La lupa historicista, devenida en fantasía, se mezcla con páginas de literatura detectivesca (hay varios asesinatos de por medio), pasajes románticos (propios de una novela de amor), tratados de medicina (todo un vademécum contra epidemias y plagas), intrigas políticas (espejo de los nacionalismos de la época), tensiones culturales (la lucha contra la peste separa sociológicamente a musulmanes de cristianos) y postales de paisajes (los pasajes nocturnos dedicados a la isla se escriben como si asistiéramos a un cómic visual e igualmente nocturno).

Desfilan ante el lector pachás, galenos, jeques islámicos, cónsules, derviches de cofradías sufíes, militares de rango y soldados, periodistas amarillistas, popes ortodoxos, burócratas, ladrones y criminales, rumíes cristianos y héroes de la independencia. Y, sobre todo, el propio pueblo de Minguer, diezmado por la peste y cuya población, demediada entre cristianos y musulmanes, se explica por la propia orografía de la isla o en el detallismo plástico de sus barrios.

Esto último, como bien ha visto Patricia Almarcegui, es fundamental en la literatura de Pamuk. Hablamos del punto de vista pictórico, donde la imagen actúa como paisaje de palabras y dan la atmósfera adecuada al relato. En su novela Pamuk transforma la pintura y la fotografía sobre Minguer y las eleva a recurso de metaficción. Incluso se vale de un panorama tridimensional de la isla, dentro y fuera de la novela, como el que le regalará a la autora su bisabuelo el doctor Nuri, esposo de Pakize Sultan.

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