'Churreros' del balón
Tío y sobrino comparten mote y pasión por la pelota Compañeros y rivales pese a los 21 años de diferencia
Una pequeña churrería situada a la vera de la Catedral de Almería dio nombre al comienzo de una saga de grandes futboleros. Los padres de Antonio Galindo, un portero peculiar del fútbol provincial, regentaban ese pequeño negocio familiar, que posteriomente se trasladó a Los Molinos. Fue precisamente en el Constantino Cortés, donde un jovial Galindo se situó por primera vez debajo de una portería. Y claro, como en los barrios poner mote es deporte nacional, aquel portero al que le encantaba volar de palo a palo, algo maravilloso para los fotógrafos, comenzó a ser el Churrero.
Pero el Churrero no iba solo. Un chaval joven, que comenzaba a darle los primeros punterazos al balón, era su mayor admirador. En los entrenamientos, allí que llegaba Javi García con una pelota entre las manos detrás del Churrero; en los partidos, fuese cual fuese el campo, ahí que estaba el mozo en las gradas sin parar de animar a un guardameta que comenzaba a dejarse una pequeña coleta muy torera. "Cucha, es el Churre, el hijo del Churrero". Verdad en los futbolístico, error en la rama familiar.
Antonio y Javi son tío y sobrino por parte política, no padre e hijo como todo el mundillo del balompié piensa. "Lo que pasa que yo estaba con él en todo momento, iba siempre a verlo jugase donde jugase", reconoce el heredero del mote, que pasó de ser su mayor hincha a ser un compañero más de equipo en el Español del Alquián y en Los Molinos: "Me hacía mucha ilusión jugar con mi sobrino y sus amigos. Además, creo que les aportaba seguridad y tranquilidad. Y me quitaba también unos cuantos años", exclama entre sonrisas el guardameta, que hace un alto en su tarea de vestir a la Virgen del Carmen para recordar sus primeros años como futbolista. Pero también han sido rivales y aunque el Churrero era infranqueable para el Churre, aquel penalti nunca se borrará de la mente de ninguno de los dos: "No le había marcado ningún gol hasta ese Los Molinos-La Cañada. Lo celebré, vaya si lo celebré, nos picábamos mucho. De hecho, mi tía me dijo que si no me daba vergüenza marcarle a mi tío".
Vergüenza ninguna ni para tío ni para sobrino. De hecho, a sus 53 años Galindo aún sigue poniéndose bajo los tres palos, aunque su clásica coleta ya no cuelgue de su pelo. Ni dos trombosis ni los hombros llenos de tornillos apartan al Churrero de los terrenos de juego, que acaba de terminar la temporada con el Súper Alquián. "Me gusta mucho el fútbol, es mi pasión. No me achico, sé que el día que me dé miedo, tendré que dejarlo", afirma con pena, lo que lleva a su sobrino a acudir en su defensa, como ese lateral que se lanza a los pies del delantero para evitar que su portero se quede vendido en un uno contra uno: "Todas las mañanas va andando hasta Retamar y vuelve corriendo. Sigue en plena forma", dije Javi que sí que tuvo que colgar las botas por culpa de las rodillas.
Sin embargo, en los veteranos todavía confían en volver a jugar juntos, les "encantaría" de hecho compartir nuevamente vestuario. El balón los incita y los churreros se juntan. Dos generacio nes y la tercera que seguro que viene en camino pronto. "El otro día lo hablé con mi mujer, me gustaría que si tengo un hijo jugase en El Alquián y se llamase Churrerillo", afirma orgulloso Javi. A propósito, ni Galindo llegó a trabajar nunca en la churrería ni Javi probó nunca los churros de la familia. Pero nadie lleva ese sobrenombre con más orgullo.
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