La consulta del especialista

La Delgada Línea Roja

  • Actuemos con cabeza y sentido común en esta Navidad, apartando al miedo pero sin perder el norte frente al coronavirus

Una mujer con una mascarilla por la calle.

Una mujer con una mascarilla por la calle. / EFE

Ése es el título de una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Reconozco que soy un cinéfilo empedernido y reconozco una obra maestra cuando me hace pensar, y se eriza el vello de la nuca con su mensaje. Trata de una batalla en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, a cara de perro para ganar un campo de aviación que es estratégico. Los horrores de la guerra hacen que los soldados se conviertan en un grupo muy unido, incluso una familia. Para ellos, las razones de esta guerra han quedado atrás y la única batalla que se está luchando es por su supervivencia y la de sus compañeros. No se preguntan qué hacen allí ni los motivos, solo quieren salir vivos. Algunos lo consiguen y otros no. Y de los que sí lo logran, unos pocos cruzan esa Delgada Línea Roja.

La expresión la Delgada Línea Roja tiene su origen en un proverbio americano que dice: “Hay una delgada línea roja que separa la cordura de la locura”. En la película, los protagonistas están permanentemente contra las cuerdas, un miedo sobrecogedor a morir, a no ver más a sus familias, al dolor y a la oscuridad.

En los tiempos que vivimos, sobre todo desde marzo de 2020 hasta ahora, todos hemos estado y estamos rozando esa línea roja. En un lado está la salud, la felicidad, el día a día, la rutina cotidiana, el calor. En el otro lado, el miedo, la enfermedad, el dolor, el frío o la oscuridad. Y esa línea es fina, demasiado fina.

A pesar de la presión sobre urgencias y atención primaria, los casos son mucho más leves

Hasta hace un año y pico casi nadie ha pensado en esa línea, pero desde la llegada del COVID, nos hemos dado cuenta lo fácil que es que nos lleven a rastras al otro lado, a la enfermedad y que nuestra vida de Walt Disney se fuera por el retrete. El virus nos ha dado una bofetada con la mano abierta y nos ha hecho ser conscientes de lo frágiles que somos, de que hemos vivido como si nunca fuéramos a estar enfermos o a morir, incluso cuando por edad o circunstancias, no se merezca morir. Todo esto parecía superado.

La vacunación a todo trapo, toda la población obedeciendo las directrices, por momentos sin sentido; llegó el momento de sacar pecho, pensar que el virus estaba en la lona y se había iniciado la cuenta del ko. No había peligro y nos alejábamos de la línea roja. Pero el virus se las ha ingeniado para mutar, levantarse en forma de Omicron y darle la vuelta a la tortilla, golpeando a todo el que se pone en su camino. No hay nada peor que un virus cabreado. Vuelve el miedo. Volvemos a estar pegados a la línea roja.

Desconfiamos del vecino, del amigo, no vaya a ser que nos contagie, que éste conoce a mucha gente. Como si tuviera el vecino tuviera la culpa. ¿Quién la tiene? La población no, seguro que no. La realidad nos ha puesto en nuestro sitio. El virus ha vuelto a trazar una línea roja en el suelo y tira de muchos de nosotros para que la crucemos, y nos convirtamos en enfermos, pero por la infección en sí, por todo lo que la situación conlleva. Miedo, ansiedad, desconfianza, hipocondría, crispación. Una guerra de unos contra otros, bandos: vacunados contra no vacunados, rojos contra azules, promascarillas contra antimascarillas. La autodestrucción en una palabra. Todo esto pasará.

Una sanitaria vacunando a una menor de edad. Una sanitaria vacunando a una menor de edad.

Una sanitaria vacunando a una menor de edad.

Por suerte, a pesar de la presión sanitaria sobre todo en urgencias y atención primaria, los casos son más leves que los del año pasado. La mayoría de los cuadros infecciosos se resuelven sin mayor historia, excepto para casos concretos como gente no vacunada o pacientes con muchas patologías. El miedo ha hecho su agosto y todo el mundo busca la “seguridad” mediante un test negativo. Debemos apelar al sentido común a la hora de trazar nuestro día a día, sin estridencias ni alarmismos. El miedo puede conducirnos al error.

Debemos ser conscientes de nuestra fragilidad. No somos indestructibles, ni antes ni ahora. Hay que confiar en nuestro organismo, nuestro sistema inmune, los avances científicos y la naturaleza que durante miles de años nos ha traído de la mano, hasta aquí.

Pero probablemente deberíamos también valorar lo que somos, donde estamos, antes que un día y sin avisar, aparezca algo que nos trace la línea roja en el suelo, y sin darnos cuenta, nos lleve al otro lado. Ese lado en el que nunca habíamos pensado ni hubiéramos querido estar y lo peor de todo, volver a la zona de seguridad será tremendamente difícil.

Como dice uno de los protagonistas de la película: “Esa gran maldad, ¿de dónde viene? ¿Cómo se infiltró en este mundo? ¿De qué semilla o de qué raíz crece? ¿Quién fue el autor? ¿Quién nos está matando, robándonos la vida y la luz, burlándose de nosotros con visiones de lo que podríamos haber sido?”.

Desconfiamos del vecino, del amigo, no vaya a ser que nos contagie. ¿Quién la tiene? La población no, seguro que no

Parece calcado a todo lo que estamos viviendo, cansados de no tener esa vida que nos ha sido robada y de forma injusta, lejos de la gente que amamos. Pensemos en el grupo y no en el individuo. Actuemos como hoguera y no como ascuas aisladas. Vamos a entender que no tenemos la culpa de lo que está pasando. Actuemos con cabeza y sentido común, apartando al miedo pero sin perder el norte de la situación en la que estamos. Seamos responsables. Vamos a comportarnos como lo que somos, seres humanos sensatos.

Sólo así nos alejaremos de la delgada línea roja. Solo así la vida se hace un hueco, solo así hay esperanza.Aún la hay.

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