La memoria de las olas
windsurf
Alberto Casas, actual subcampeón de España en 'Slalom', abre el baúl de los recuerdos de una disciplina que en Almería arrancó en los años 80
Aunque las primeras referencias históricas del windsurf datan de los años 30, no sería hasta los setenta cuando comenzó a hacerse popular por todo el mundo esta disciplina que llegaría a las costas almerienses una década más tarde, en la misma en la que se convirtió en deporte olímpico (1984). En un paradisíaco escenario como son las playas del Cabo de Gata empezaron a verse unas enormes tablas con coloridas velas de mano con las que un grupo de valientes surcaban las aguas ayudados por el viento. Esos pioneros del windsurf en Almería fueron, entre algunos otros, Pepe el Carpintero, Agustín Méndez, Guillermo Molina, Pepe Padilla y, poco tiempo después, José Fernández, padre del doble campeón del mundo en la modalidad de Olas (2010 y 2016), Víctor Fernández. Era la década de los ochenta y había nacido la primera generación de riders almerienses, a los que un grupo de chavales observaba entrenar con mucha atención cada tarde de verano desde las arenas del Cabo de Gata.
Uno de esos críos era Alberto Casas López, más conocido como Toto, que años más tarde formaría parte de la segunda generación de windsurfistas de Almería junto con Abel Besga, Francis Pérez, Pepe Montesinos, José Antonio Eolo, Manolo Bayo y Julio Pérez. "Nosotros empezamos a interesarnos por el windsurf cuando en verano nos quedábamos viendo entrenar a la generación anterior, a los precursores. Desde aquellos años este deporte ha evolucionado mucho en lo referente a los materiales. Antes las tablas eran enormes, muy inestables, de malos materiales. Era casi impracticable. Ahora te pones a aprender windsurf y el primer día ya tienes buenas sensaciones, pero antes tenías suerte si lograbas ponerte en pie en la tabla. En nuestros principios se podían comprar los materiales en La Herradura, no había ni tienda de referencia en Almería, hasta que abrió Eolo en Cabo de Gata", asegura Casas, empleado de banca de 47 años de edad que es el actual subcampeón del Campeonato de España en la modalidad de Slalom y presidente del Club Sureste Cabo de Gata.
Treinta años sobre la tabla le han convertido en un testigo de lujo de la progresión del windsurf en Almería. Aprendió de aquellos pioneros de la primera generación en los ochenta, siguió forjando junto a la suya los cimientos de este deporte en la provincia almeriense, cada vez más altos con el paso de los años, y ha visto nacer a las nuevas hornadas de jóvenes riders que llevan y llevarán en un futuro el nombre de esta tierra a lo más alto, como ha hecho Víctor Fernández. "Hemos visto crecer a Víctor, es de la generación de mi hijo y aprendía en un principio de todos nosotros, de los que éramos mayores, pero lo veías que empezaba a mejorar de una forma increíble y te dabas cuenta de que tenía un don innato. Tenía dos buenos maestros como eran su padre y su tío. Víctor ha hecho mucho por esta tierra, ha estado diez años en el podium mundial en Olas y a raíz de eso nos ha convertido en un lugar de referencia para riders de muchos lugares", comenta el windsurfista patrocinado por Point Sevent y Eolo Windsurfing, padre de Cisco, que junto a Francis Pérez, va camino de convertirse en una de las referencias almerienses de este deporte que ya está forjando a su cuarta generación y abriendo hueco a la quinta.
Alberto Casas es consciente de que aún deben mejorar muchas cosas para que esta disciplina deportiva ocupe el lugar que se merece y tiene claro que "la logística para empezar a practicarlo es compleja. Hay que fomentar escuelas de vela a pie de playa, aunque no es sencillo regularlas. La salud actual del windsurf es la misma que desde hace diez años, no ha mejorado mucho, sobre todo por las dificultades para la gente joven. Las administraciones deben volcarse más. Almería es un paraíso para practicarlo". Una forma de vida. Eso es el windsurf para sus amantes. Una tabla peinando el mar, una vela jugando con el viento y un corazón humano latiendo deprisa ante la sensación de pura vida que provoca el bailar con las olas. "Es el motor de nuestras vidas, no sabemos vivir sin esto. No hay nada que me de más sensación de felicidad que lo que siento cuando lo practico", confiesa este jinete de la segunda generación que se enamoró de este deporte durante un atardecer veraniego de su juventud en el Cabo de Gata.
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