Recuperar las enseñanzas de nuestros abuelos
Pablo Lora, Responsable de Banco Mediolanum en Zona Sur
La cultura del ahorro de nuestros abuelos se basaba en una fórmula tan sencilla como efectiva: ingresar (trabajar), ahorrar una parte y gastar el resto. En la actualidad, hay quien considera que esta filosofía está anticuada y, en lugar de guardar primero, lo gasta todo e, incluso, se endeuda para cubrir necesidades inmediatas o, lo que es más grave, que cree que lo son.
Que quede claro que los préstamos son una herramienta útil si se usa con cabeza. Lo lógico sería recurrir a ellos para adquirir bienes de alto coste, como una vivienda o un vehículo, y echar mano del remanente acumulado para el resto de los gastos, como hacían nuestros abuelos.
El problema es que ya se emplean para cubrir necesidades cotidianas y para saldar otras deudas, según varios estudios. De hecho, la demanda de créditos al consumo se está aproximando a sus máximos históricos. Los últimos datos del Banco de España reflejan que, en los cinco primeros meses del año, creció un 20%. En mayo se solicitaron 3.873 millones de euros, el mayor volumen en ese mes desde 2008, coincidiendo con el fin del boom inmobiliario.
Por el contrario, la tasa de ahorro de los hogares españoles mantiene también su propia tendencia, pero a la inversa. En el primer trimestre se situó en el 12,8%, 1,2 puntos por debajo del año pasado, según el INE. Así, al mismo tiempo que disminuyen los ahorros, crecen los créditos, lo que alimenta una falsa sensación de riqueza. Al tener acceso rápido al endeudamiento, muchas familias asumen gastos que no deberían afrontar sin contar con un colchón financiero previo.
Este desequilibrio puede reflejar una falta de planificación financiera. Para poder hacer realidad nuestros proyectos sin depender de préstamos costosos, necesitamos una estrategia de ahorro e inversión bien diseñada. Así evitaremos caer en decisiones impulsivas que pueden comprometer nuestra estabilidad económica.
El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía en 2002, demostró que muchas decisiones económicas no se sustentan en procesos racionales, sino en meros impulsos emocionales y sesgos cognitivos. Uno de los más comunes es el exceso de confianza: pensamos que podremos devolver un préstamo sin dificultades, pero esa percepción puede fallar si las circunstancias cambian.
Por todo esto, volver a la cultura del ahorro de nuestros abuelos no solo es sensato, sino también necesario. No se trata de renunciar al consumo, sino de recuperar el orden lógico. Y si en algún momento necesitamos recurrir al crédito, que sea una decisión consciente, meditada y sostenida por una buena planificación.
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