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Catherine l'Ecuyer | Doctora en Educación y Psicología
Catherine L'Ecuyer es canadiense, afincada en Barcelona y madre de cuatro hijos. Doctora en Educación y Psicología, en 2015 recibió el Premio Pajarita de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes por promocionar la cultura del juego. Formó parte de un grupo de trabajo para el Gobierno de España sobre el uso de las tecnologías entre menores y participó en un informe sobre la lectura digital para el Cerlalc, de la Unesco. Es investigadora y autora de varios libros y artículos; entre ellos, Educar en la realidad y Educar en el asombro, publicado en ocho idiomas y en 60 países.
-¿Por qué considera que estamos matando la infancia de nuestros hijos?
-La infancia es la edad del juego, de la despreocupación, de la inocencia. El niño vive en el momento presente y ve todo como un regalo, porque no da nada por supuesto. La sobre estimulación que viene del consumismo frenético y de las pantallas estridentes hace que el niño de todo por supuesto. Y acaba perdiendo su capacidad de asombrarse, de sorprenderse ante la realidad.
-¿Tiene todo que ver con el desarrollo tecnológico y la hiperconectividad digital? ¿O simplemente con la desconexión con la naturaleza?
-Reconectar con la realidad es reconectar con la naturaleza, con las personas que nos rodean, aprender a mirar, a interpretar un rostro. Hemos de ayudar a nuestros hijos a entender que no es lo mismo la conexión wifi que la conexión interpersonal.
-¿Por qué niños de 7 u 8 años ya no juegan con juguetes?
-Porque les compramos otras cosas. Los niños no tienen dinero, somos nosotros quienes les damos lo que tienen. El arte de educar consiste en discernir lo que conviene al niño, que no siempre es lo mismo que lo que pide. Muchos piden chuches y tabletas. Si les damos lo que piden cada vez que lo piden, entonces dejamos de ejercer la paternidad y nos convertimos en un cajero automático que compra treguas. Eso puede salir caro, no solo económicamente, sino también y sobre todo porque nuestro rol pierde sentido. No debería extrañarnos que la satisfacción parental cae en picado y que hay cada vez más padres y madres arrepentidos de serlo.
-¿Cuándo, cómo y en qué medida el uso de las pantallas se convierte en nocivo para los menores?
-Cuando lo usan sin estar preparados para hacerlo. Lo que ocurre es que nos han vendido la idea de que esa preparación se adquiere con el dispositivo en mano, y eso es un sinsentido educativo. Dar libertad a una persona que no está preparada para ejercerla es una traición al sentido mismo de la libertad. El único filtro que funciona es el que se encuentra en la cabeza de nuestros hijos. No hay aplicación tecnológica que pueda educar por nosotros, o gestionar su libertad por ellos.
-Tener o no tener teléfono móvil en la adolescencia... ¿Cómo de cuidadosas deben de ser las familias con esa decisión? ¿Se está actuando con poca responsabilidad?
-Entre los 10 y 14 años ocurre una maduración cerebral que reconfigura el sistema de motivación. Debido a una mayor producción de dopamina, el niño de esa edad tiende a buscar sensaciones nuevas, gratificantes, lo que le lleva a valorar más las recompensas que los riesgos. Es como si estuviese al volante de un Ferrari sin frenos. Ese mecanismo debe verse como un regalo de la naturaleza, hace que quieran comerse al mundo. Pero los riesgos inherentes al uso de dispositivos digitales pueden verse magnificados durante ese período. Estudios afirman que la adolescencia es un periodo crítico para la vulnerabilidad a las adicciones.
-¿Qué puede suponer para un niño de 11 o 12 años estar ya en las redes sociales?
-Las redes interfieren con el desarrollo del sentido de intimidad porque en ellas no existen las fronteras entre lo privado y lo público. Tampoco ayudan a consolidar las relaciones interpersonales, quitan tiempo para ellas. En las redes no hay personas, hay perfiles. La pantalla es un escudo para poder insultar sin consecuencias; donde no hay rostro o mirada en directo, no puede haber empatía, sólo cobardía. Un estudio realizado por YouGov desvela que el 30% de los jóvenes (que pasan más de dos horas en redes) confiesa no tener amigos.
-¿Qué líneas rojas no deberían de cruzarse jamás en la educación a la infancia?
-En los años 70, nadie podía imaginarse que fumar llegaría a ser tan mal visto. Los estudios tardaron, pero llegaron. Y las empresas de ese sector fueron obligadas a sustituir su marketing por la difusión de unas imágenes duras que nos ayudaron a tomar consciencia de los efectos secundarios de esos productos. Pienso que con el tiempo llegaremos a considerar que dar acceso internet a un niño pequeño es una forma de descuido, incluso de maltrato.
-¿Y algunas claves maestras a las que agarrarse en la tarea parental?
-No siempre se ve el brote después de echar las semillas; antes de crecer, la semilla debe morir. Educar requiere paciencia porque los resultados educativos se ven a muy largo plazo. Por eso mismo, las decisiones educativas que se toman pensando en el corto plazo no suelen ser acertadas. Por eso, el argumento "es que todo el mundo lo tiene" nunca es un motivo válido para ceder.
-¿El sistema educativo da respuestas a la sociedad?
-El único sujeto educativo es la persona, no el proyecto social exterior a él. Y la persona no cambia antropológicamente hablando; un niño siempre ha sido y siempre será un niño. Si no empezamos con la persona, si no nos preguntamos acerca de sus fines, nunca acertaremos con la educación.
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