David Jiménez-Blanco: “La duda ha cambiado de bando”

Economista y presidente de la Bolsa de Madrid

El economista y presidente de la Bolsa de Madrid, David Jiménez-Blanco. / José Ángel García
Miguel Lasida

29 de noviembre 2025 - 06:59

Después dos décadas empapándose de la historia medieval de los judíos españoles y de nueve mil kilómetros de visitas por las antiguas juderías europeas, David Jiménez-Blanco (Granada, 1963) ha publicado Conversos (Almuzara), una obra cuyo hilo conductor es la historia del rabino Salomón Leví, convertido en Pablo de Santa María, que fue un obispo de enorme influencia en los agitados siglos XIV y XV en los que vivió y en los posteriores. En el libro hay historia, crónica de viajes, religión y reflexión. Esta charla intenta explorar la vertiente reflexiva.

Pregunta.–¿Qué hace un hombre como usted en un sitio como éste?

Respuesta.–Hay muchos financieros, abogados y ejecutivos aficionados a la historia y la literatura que publican libros. Uno con 40 años tiene los cinco sentidos puestos en lo que hace y con 60 empieza a ver que hay otras cosas en la vida, como lo que lee, y que le gusta divulgar.

P.–Concluye que la vida del mundo de anteayer, la Edad Media, era “pobre, solitaria, desagradable, brutal y corta” para la mayoría. ¿Ya no?

R.–En comparación no, al menos para la mayoría. Ambas cosas pueden ser ciertas: el mundo puede no estar bien pero estar mejor que nunca. Si le das a alguien a elegir un momento de la historia, sin saber si va a estar arriba o abajo, todos eligen el actual. Es claro que hay muchos problemas, pero en el libro intento plasmar que el mundo ha tenido problemas más graves que los actuales. Pecamos de presentismo, creemos que todos los problemas se concentran ahora.

P.–Muestra interés por la historia de los oprimidos. ¿Ha sido la figura de Pablo de Santa María, Salomón Leví, maltratada en la historia?

R.–La vida le fue muy bien. Fue criticado, como es natural, por aquellos a quienes dejó atrás pero durante su vida y en los siguientes 200 años fue bien recibido en la historiografía cristiana por ser una persona que vio la luz y que entendió los Evangelios. Las mayores críticas son de historiadores judíos y cristianos del siglo XIX y XX, pero no se puede quejar en relación a otros.

P.–¿A qué sombras de Salomón-Pablo no ha logrado dar luz?

R.–No he podido desentrañar cuánto hubo en su conversión de convicción religiosa y cuánto de cálculo político, probablemente fue una combinación. No fue el único, desde luego. Es muy difícil entender hoy la presión ambiental a la que se enfrentaron los conversos en el siglo XIV.

P.–En Sevilla hubo en 1391 un ataque extraordinario contra la comunidad hebrea que se convirtió en el inicio del fin de sus quince siglos de historia en la península.

R.–Fue obra de una persona concreta, Ferrán Martínez, el equivalente al agitador que hoy propala teorías de la conspiración y de odio. Estuvo años haciendo campaña contra los judíos, fue minando la convivencia hasta que logró vaciar la judería sevillana con un asalto en el que hubo asesinatos. Muchos judíos se convirtieron y las sinagogas pasaron a ser iglesias. A Martínez lo comparo con un podcaster o un influencer de los malos.

P.–El populismo no es un fenómeno nuevo...

R.–Aunque populista o antisemita son difíciles de usar, aquello fue semejante a quien se dedica hoy a agitar los bajos instintos. Los reyes se servían de los judíos, a quienes protegían en cierto modo. Hubo gente que agitaba al pueblo llano, que estaba enfadado y era manipulable. Es peligroso cuando se atribuyen las culpas a éste o a aquél. Hoy es igual. Yo estaba en Inglaterra cuando el Brexit: la culpa era de Europa. Para los independentistas catalanes la culpa era del resto de España. Y la extrema derecha señala ahora a los inmigrantes.

P.–Son los chivos expiatorios, ¿no?

R.–Como dice mi amigo el profesor Carlos Rodríguez Brown, el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio. El ser humano necesita soluciones simples, soluciones que se entiendan. Los judíos, al ser minoría, fueron siempre un chivo expiatorio, aunque no fueron los únicos.

P.–Hablando de religión, comenta que desde Nietzsche vivimos como si Dios no tuviera importancia. ¿No percibe sin embargo un auge de la religiosidad?

R.–Es difícil distinguir si es pasajero. El ser humano siempre busca. En el XVII, XVIII y XIX, el escéptico era quien no creía en la religión. Creo que la religión, entre comillas, es hoy la científica.

P.–¿La ciencia como fe?

R.–La duda ha cambiado de bando. Hoy es de quien dice que tiene que haber algo más que ciencia. En el siglo XIX era al revés. El mundo actual, al ir prescindiendo de muchas cosas, ha dejado sin respuestas muchas preguntas y vuelve a la religión porque la ciencia no lo satisface.

P.–¿Ha dejado de dar respuestas la ciencia?

R.–Explica conexiones entre las causas y los efectos, explica muchísimas cosas y es útil, pero no explica por qué existe el mundo o si hay un sentido. Yo estudio filosofía, si el mundo tiene sentido o si es azaroso. Si crees que el mundo tiene sentido, es difícil no acabar diciendo que hay una fuerza que lleva a ese sentido. Y la puedes llamar como quieras...

P.–Sostiene por lo demás que los españoles no son ni más “cainitas” ni más “iluminados” que los demás.

R.–España no es especial. Todos los países han tenido sus más y sus menos: la historia de Francia, la del Imperio Germánico, la de Italia... La humanidad se ha matado entre sí con frecuencia. Y los españoles, por alguna razón, creemos en algo esquizofrénico: que es el mejor país del mundo, que como aquí no se vive en ningún lado, y que al mismo tiempo es un desastre. Esto no pasa en ningún lado.

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