Ray Loriga: “Me he cogido cariño. Con los años te apañas con lo que tienes”
El escritor publica 'TIM', una novela reflexiva y arriesgada que el autor ha emprendido con "miedo" y "entusiasmo".
La muchedumbre solitaria
Ray Loriga (Madrid, 1967) se sirve del protagonista de TIM (Alfaguara), un tipo que se despierta en una habitación que no reconoce y que no encuentra fuerzas para levantarse, para expresar su extrañeza por el mundo y preguntarse por quiénes somos en el ruido de los demás y en el silencio de nosotros mismos. Un escritor al que no le interesan las certezas y que se mueve, ante el asombro de los lectores, en el alambre.
Pregunta.–La voz de su personaje suscribe eso que ya sabía Segismundo: que la vida es sueño.
Respuesta.–Sí. El comienzo del libro remite mucho a Kafka, tenemos a alguien que se despierta en unas circunstancias extrañas, pero el tren de pensamiento nos lleva a Segismundo. Es una cárcel o un palacio donde está el personaje, que se pregunta para qué todo, para qué la gloria y el fracaso. Mi personaje sabe que hay algo ridículo en nuestro empeño: perseguimos como en esa leyenda un caldero de oro que está detrás del arcoíris, sólo porque nos lo han dicho. Algo así sería nuestra historia.
P.–En un pasaje se recuerda una obra de teatro, Kholstomer. Historia de un caballo, en la que José María Rodero interpretaba a un animal que envejecía. Da la impresión de que usted no podría haber escrito este libro de joven...
R.–Ahora estoy en párvulos de viejo, como dice un amigo, y es verdad que en esta novela aparecen muchas cosas que ves sólo cuando estás al final del camino. Al principio, cuando eres joven, te distraes, te crees lo que te cuentan, pero cuando va pasando el tiempo te enteras de lo que descubrían en esa película: que el halcón maltés estaba hecho de masilla y recubierto de oro.
P.–Su protagonista reflexiona sobre la identidad, sobre ese reflejo que vemos en el espejo. ¿Cómo se lleva Ray Loriga consigo mismo?
R.–Diría que me he cogido cariño con los años... Ya que no tienes otra barca, te apañas con la que tienes. Con cierto escepticismo, con ironía, con doloroso sarcasmo a veces, pero sin dejar de sonreír.
P.–La novela dice que “sólo hay dos formas de abandonar una fiesta: odiándote a ti mismo u odiando a todos los demás”.
R.–Sí, ¡es que es muy difícil comportarse adecuadamente en una fiesta! Siempre nos queda la sensación, la duda, de haber hecho poco o demasiado. ¿Habré hablado mucho, he estado más callado de la cuenta? Si vas con el bajón, malo; si te animas, corres el riesgo de hacer el ridículo. Y quien habla de una fiesta habla del mundo entero. Para la vida tampoco tenemos instrucciones. De todas las inseguridades y todos esos miedos está construido este libro.
P.–Es una novela muy reflexiva, pero también muy lírica. Esa conciencia que procura explicarse lo hace con destellos de poesía.
R.–He intentado que fuera el lenguaje el que levantara las paredes de la habitación donde está el personaje. A pesar de la desolación del muchacho [ríe], de esa voz cansada, quería que hubiera un florecer, una modesta vegetación a su alrededor. Que tuviera algo de belleza.
“A medida que te haces mayor descubres lo que contaban en esa película: que el halcón maltés está hecho de masilla y no de oro”
P.–Asoma por TIM otra pregunta propia de quien cumple años:si el recuerdo pertenece más a la ficción que a lo real.
R.–Sí, me interesaba tratar la fragilidad de la memoria, recoger la paradoja de que nos agarramos a ella como una de las señas máximas de nuestra identidad, pero a poco que lo pensemos comprendemos que nuestra memoria está reconstruida y alterada para nuestros discretos intereses. El cerebro está ahí para protegernos, para ayudarnos a avanzar, y guarda las cosas como le conviene. Así que uno empieza a dudar sobre qué es realidad y qué es mentira.
P.–¿Le duele el mundo, como a su personaje?
R.–Sí, con que tengas un poco de empatía ya no te dueles tú solo. Tu condición puede ser más o menos miserable, pero cuando miras alrededor te das cuenta del estado del mundo. Y a veces no hace falta ni encender el televisor: oyes y sientes el lamento alrededor y te percatas de este pequeño desastre [ríe].
P.–Ha definido TIM como un ejercicio de funambulismo, y ciertamente era una apuesta arriesgada.
R.–Soy consciente de que me podía haber caído, pero lo que me lleva a escribir todos los días es andar en el alambre. Si estuviera sobre un suelo más seguro no caminaría con el mismo entusiasmo, aunque ese entusiasmo vaya acompañado de miedo. Una vez que hablaba con José Tomás me dijo: ‘Si dejas de temblar, tienes que dejar de torear’. Y no hablaba del miedo al toro, sino del miedo al fracaso, a hacerlo mal. Resume bien la esencia de estos trabajos creativos...
P.–¿Tiene planes de volver a dirigir cine?
R.–La vida da muchas vueltas, pero creo que eso lo tengo aparcado. En primer lugar por el deterioro físico, un rodaje requiere una vitalidad que no sé yo si tengo. Y dirigir me gusta, pero me da pereza todo lo que lleva hasta allí: hablar con las plataformas, cambiar el guión siete veces, esa incertidumbre de que el proyecto siempre esté a punto pero luego se caiga, el susto de que a los actores les salga otra cosa. Demasiadas complicaciones...
También te puede interesar
Lo último