Pedro & Yolanda, una izquierda que se entiende

La charlotada de la moción de Vox deja por primera vez en años la idea de que existen dos izquierdas moderadas que pueden colaborar sin sobresaltos. Sánchez debe preocuparse porque Díaz pareció presidenciable. Y Díaz porque pareció un apéndice del PSOE

La ocurrencia convertida en gamberrada que comenzó en el tiempo de las copas en un restaurante de Madrid entre Abascal, Tamames y Sánchez Dragó acabó como acaban esas sobremesas: en una borrachera absurda, cara, patética y por supuesto inútil a los efectos determinantes del objetivo técnico y político de una moción de censura.

Vox no ganó nada tangible. De hecho no era su objetivo. Perdió el atributo autoatribuido de sentirse el único partido que representa los intereses verdaderos de las personas más humildes en el campo y los barrios y se enredó en su propio sainete, que a esos votantes les habrá dejado bien fríos y les habrá parecido que el suyo es un partido más entre los partidos de la Corte: ensimismado, hablando de sus cosas con lengua de madera y de espaldas al pueblo. Tamames tuvo su epílogo ególatra, sin construir siquiera un discurso digno de ser recordado, una pieza de oratoria a lo Castelar o un racimo de ideas que, al menos, reflejaran una alternativa teórica a esa España que, según los promotores de la charlotada, agoniza. “Miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”, como en el estrambote de Cervantes. Sólo resonaron sus quejas por el reloj, como un futbolista acalambrado en tarde agónica. Y el frívolo Sánchez Dragó confesó sus bostezos en la tribuna de invitados de la Carrera de San Jerónimo. Triste e improductivo remedo de los noventayochistas preocupados por el devenir de la patria, del dolor por España de Unamuno, por la “abulia” que angustiaba a Ganivet o la España “vieja y tahúr, zaragatera y triste” de Azorín, que si existe aquella tarde latió precisamente en el banco de los proponentes del derrocamiento democrático pero artero de un presidente del Gobierno.

Lo que sí gana vox

Tamames debió ahorrarse este último viaje ideológico y los afanes imposibles por camuflar su estrecha comunión con Vox. Lanzó bengalas de despiste en las previas para vindicar un espacio propio desde la independencia intelectual e ideológica de la ultraderecha, pero transitó por el camino contrario: como una unidad de destino en lo universal junto a los de Abascal con el único afán de cambiar al gobierno. Lo más amable que puede decirse es que en el Congreso se presentía el apuro y la vergüenza ajena por ver al profesor en una tesitura resuelta con gracietas de tertuliano desdeñoso que no admite réplicas una vez que ha pontificado. Se pasó mal porque acongojaba ver a Tamames en unas lides imposibles. En fin, pasó. Queda la huella de un viejo profesor que perdió plumas y prestigio. Queda el magro éxito de la operación para Vox: un partido que utilizó los procedimientos democráticos para echar unas risas en el Congreso y que, posiblemente, solo perseguía la desmemoria de la sociedad tratando de despojarse de las conchas de galápago viejo de su comunión ideológica con el pasado dictatorial del país. La moción ayuda a Vox a normalizarse, a parecer un protagonista relevante de la vida parlamentaria de España y, por lo tanto, el esperpento sirve a su propósito de ser reconocido como un actor más, sin cautelas. Normalizado, encajado en el sistema, homologable. Ahí, el riesgo.

Pedro & Yolanda

Todos los pronósticos erraron. La moción de censura sí sirvió para lanzar un nuevo liderazgo. Pedro Sánchez & Yolanda Díaz. Bien es verdad que en forma de ticket imperfecto porque se disputarán las votos -al menos en diciembre, que el futuro es imprevisible- y con una lectura interna que no deja lugar a dudas sobre la imparable descomposición del pacto con UP. La situación debe ser peor de lo que parece.

Sánchez ha decidido apoyar el lanzamiento de Sumar aprovechando que Vox se la puso botando con el absurdo remedo de una moción de censura. Y Yolanda Díaz lo aprovechó. El Congreso sirvió para eso ya que no se trató en ningún momento por parte de los proponentes de formular ni un programa alternativo ni de un candidato que sustituyera al actual presidente ni de ganar la votación. Fue una gamberrada de Vox que ha ayudado al Gobierno a cohesionarse con la parte con la que menos cohesión necesitaba, la de Yolanda Díaz, y a separarse más de la de UP. Pedro Sánchez tuvo la tribuna a su disposición para desgranar una a una y sin oposición, porque Tamames no estaba exactamente a esas, los logros de su gobierno, especialmente en el ámbito de la protección social. Y le cedió los trastos a la vicepresidenta Díaz para que cargara la suerte contra el meritorio. Lo hizo ensayando su futuro ante las cámaras, de blanco inmaculado y tirando menos de papeles que el presidente, con un discurso más socialdemócrata que otra cosa, con claridad expositiva, sin cargar en exceso la retórica e impactando argumentalmente contra Tamames sin perderle el respeto formal, aunque sí la distancia intelectual y política.

Dos izquierdas que se entienden

Sánchez debería tener cuidado porque su vicepresidenta pareció muy presidenciable el martes pasado. Y Díaz debería tener cuidado y vigilar también su frente electoral porque pareció un apéndice de la bancada socialista, tanto por la argumentación como por los afectos que repartió, con cariños y reconocimientos ministro a ministro. Todos corren riesgos y a la vez suman. Por primera vez en los últimos años los españoles pudieron tener la sensación de que hay dos izquierdas que, con ligeros matices, se entienden, que pueden gobernar juntas, sin sobresaltos, con sensatez y casi plena comunión ideológica. Dos izquierdas más centradas y homologables, que pescan mejor en el ancho mar de los moderados, sin estridencias y ajenas a las puerilidades que destila la radicalidad. Se subrayaba así e implícitamente la discrepancia con UP, aherrojado al banco de oyentes, sin papel estelar en el debate, lo que sin duda nos ahorró una catarata de improperios explícitos contra el aspirante que no hubieran retratado mejor a Tamames de lo que lo hicieron, por colleras, Sánchez y Díaz.

La líder de la nonata Sumar fue, en este su día grande a las puertas de la presentación de su proyecto, una perfecta alternativa a Sánchez para votantes de izquierdas. Perfectamente asimilable para militantes, simpatizantes y votantes. Y Sánchez fue un presidente que decía sin decir que hay futuro en la izquierda si los votos suman.

UP acusa los golpes

Y ahí está el problema. En que los votos sumen. Tres partidos de izquierdas disputándose a los electores sería trágico para renovar un gobierno. Por ese sumidero se irán muchos restos y se perderán circunscripciones a favor del PP. Irene Montero acusó los golpes que nadie le propinó explícitamente y lo hizo en silencio, cariacontecida, su estado natural. Ione Belarra lo hizo en Twitter: “Hoy es fácil hacer un discurso de izquierdas frente a una ultraderecha machista que solo habla de sí misma, pero la manera de frenarles los pies es gobernar mirando a la izquierda”. El Gobierno puede durar pero las navajas cabriteras están desplegadas y de aquí a diciembre, si el sortilegio de la durabilidad funciona, todos llevarán más heridas en las espaldas.

UP y el monopolio de la izquierda a la izquierda del PSOE

UP, o si lo prefieren Pablo Iglesias, el sumo ideólogo y manijero en jefe, no va a ceder el espacio articulado y engrasado de UP a Sumar ni a Yolanda Díaz así porque sí. Es más, va a ser una tortura china. Frente a IU, Más Madrid o las huestes de Ada Colau así como muchos excargos de UP que estarán en la presentación del próximo domingo, UP está enrocado en la retórica clásica de los partidos: primarias, censos y votaciones. O sea, control. Díaz, quien fue investida por quien hoy la niega, así como el resto de partidos que la amparan no quieren entrar ni en negociaciones bilaterales ni en la lógica que propone UP, sabedores de que al final de ese proceso sería UP quien seguiría mandando, controlando el proyecto y desdibujando cualquier intento de hacer algo parecido a lo que propugna Díaz: una plataforma más abierta, ciudadana, sin dogmatismos y más conectada a la gente. Nadie puede negarle a UP el derecho a manejar su poder como crea. Pero si alguien piensa que será una rendición sin condiciones a otra forma de entender la representación y la práctica política, que UP se va a diluir en una iniciativa que no controla y por un desprendido sentido de la responsabilidad con el futuro de la izquierda es que no ha observado mínimamente cómo se comporta UP y su líder.

Sumar, fruta verde

Sumar, aún agraz, tiene ese talón de Aquiles: además de los edulcorados mensajes de una izquierda participativa, plural, abierta y constructiva, necesita unos cimientos organizativos y territoriales de los que carece; y a la vez le sobra quien le dispute ese espacio. Sumar es una corrección a UP, una enmienda severa. Sumar nace como alternativa a UP y disputándole el territorio. Es obvio. Si sus promotores creyeran que UP sirve como proyecto alternativo al PSOE se estarían ahorrando el viaje. El único problema que tiene Sumar es que aún no existe o al menos no existe más allá de la vicepresidencia.

Díaz va a presentar su proyecto en sociedad sin pactos previos con UP, lo cual es una declaración de intenciones y un intento de sacudirse su tutela. Todos dicen que hay margen para el acuerdo y que quieren ir juntos a las elecciones. Veremos, pero no pretenderá Sumar que su apelado rival se rinda. La conquista de esos huecos y esas herramientas siempre se disputa en el barro. No hay juegos versallescos de florete en algo tan primario como es la pelea por el poder. Es el juego favorito de Pablo Iglesias: “Hay quien dice que las listas y los acuerdos de coalición son cosas de burócratas que no les interesan. Si quien afirma esto lleva más de dos décadas en política, está mintiendo”.

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