gregorio marañón y bertrán de Lis

"El ejemplo liberal de Marañón sigue siendo necesario en la España de hoy"

  • El abogado, empresario y académico acaba de publicar 'Memorias del Cigarral. (1552-2015)', la memoria de uno de los lugares señeros de la llamada edad de plata de la cultura española

El despacho de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis (Madrid, 1942) se encuentra en la antigua vivienda de un ferroviario, ubicada en un barrio solitario, oculto y tranquilo en medio de la vorágine de la capital. Decora la sala un gran tapiz de la Real Fábrica diseñado por Pérez Villalta, una mezcla de tradición y modernidad que define muy bien a este aristócrata, II Marqués de Marañón y emparentado con la Casa Real, que luce en su camisa la corona de los grandes de España, pero que es un liberal de trato cercano, sencillo y sumamente educado. Nieto del médico, historiador y humanista Gregorio Marañón, este abogado, empresario y académico siempre se ha movido con discreción y sin llamar mucho la atención en eso que algunos llaman el "gran Madrid", una encrucijada donde se encuentran el poder político y económico, la cultura y esa extraña y difusa galaxia de paseantes en corte que es la alta sociedad. Su currículum es interminable y agrupa la presidencia o  pertenencia a los consejos de administración de numerosas empresas y fundaciones culturales: Logista, Roche Farma, Universal Music, Teatro Real, Fundación El Greco 2014, Real Fábrica de Tapices, Teatro de la Abadía, Fundación Ortega-Marañón, Museo del Ejército, Real Fundación de Toledo, académico de San Fernando... Sin embargo, lejos del runrún de la metrópolis, Gregorio Marañón se refugia en un lugar donde, según sus palabras, "el tiempo se remansa", la casa toledana que compró su abuelo y que él cuida con devoción desde que la adquirió en 1977: el famoso Cigarral de Menores, uno de los lugares señeros de la edad de plata de la cultura española. Ahora, recoge en un libro la historia y leyenda de ese lugar, Memorias del Cigarral (1552-2015), editado por Taurus, una narración que arranca en el siglo XVI y que, tras recorrer la tortuosa historia española (Inquisición, Guerra de la Independencia, Monarquía alfonsina, Guerra Civil) llega hasta la actualidad.

-Su libro sobre el Cigarral de Menores, que adquirió su abuelo pero que se remonta hasta el siglo XVI, es una declaración de amor a una casa y a un paisaje, el de Toledo. ¿Se puede llegar a querer más a un lugar que a las personas?

-Pienso que no. Que no se debe. Son amores, además, distintos. El amor a un lugar equivale a un sentimiento de arraigo y el amor a una persona, desde la caridad cristiana a la amistad o el enamoramiento, es un sentimiento de entrega y acompañamiento, de viaje compartido.

-Por el Cigarral pasó un impresionante y variopinto elenco de personas: Unamuno, Lorca, Fleming, De Gaulle, Alberto de Mónaco... ¿Hay un listado?

-No, no está hecho y nunca ha existido un libro de firmas. Además, el archivo fotográfico es muy incompleto. Precisamente, una de las intenciones de este libro es fijar la tradición que nos ha llegado sobre las vivencias del Cigarral.

-¿Algún personaje que, a su entender, dejase una huella especial?

-Federico García Lorca dejó un recuerdo imborrable de su paso. También el amigo del alma de mi abuelo, Ramón Pérez de Ayala, uno de los primeros en venir al Cigarral a los pocos días de su adquisición. Y Unamuno, Ortega, Azorín... Aquellos excepcionales amigos dejaron allí la huella colectiva de lo que fue la edad de plata de la cultura española. Después de la muerte de mi abuelo, en 1970, una de las visitas más memorable fue la del general De Gaulle.

-¿Y cómo acabó De Gaulle en el Cigarral?

-Tiene una explicación diplomática. De Gaulle vino a España en visita privada en 1970 y no quiso ser huésped de Franco, por lo que decidió no alojarse en Madrid. Estuvo dos días en el Cigarral como si fuera su propia casa. Después escribió a mano una carta preciosa a mi abuela, describiéndole lo que había sentido durante su estancia. De las personas que he conocido con altas responsabilidades institucionales, De Gaulle es quien mejor transmitía lo que representaba. Cuando hablabas con él te daba la sensación de que lo hacías con la Historia. Tenía majestad.

-¿Una majestad republicana?

-Eso es, una majestad republicana.

-Volviendo a Lorca. En el libro se recoge cuando leyó en el Cigarral Bodas de sangre, el 26 de febrero de 1933, y cómo su abuelo lloró. Me llamó mucho la atención la imagen de Marañón con lágrimas.

- Marcelle Auclaire dijo que en un momento dado sintieron como cuando el cante jondo hiela la sangre. Se produjo algo mágico y la emoción les embargó a todos. Mi abuelo era una persona muy emotiva, pero no de lágrima fácil. En ese momento, sin embargo, la emoción le quebró.

-El Cigarral de Marañón, la Huerta de San Vicente de Lorca, la casona en Tudanca de Cossío...

-...El Carmen de Falla en Granada, la casa de Baroja en Bidasoa...

-Hay una geografía doméstica e íntima de la cultura española que va más allá de los grandes museos y las grandes instituciones.

-Hay lugares que están muy impregnados de las personalidades que los vivieron. En el Cigarral la presencia de Marañón, y de todo lo que rodea a la edad de plata de la cultura española es muy poderosa. Pero, como explico en mi libro, la del Cigarral es una historia que arranca de más atrás. Ya desde el siglo XVI empieza a conformarse el espíritu del lugar.

-Sin embargo, exceptuando el despacho de su abuelo, usted no ha querido musealizarlo, congelarlo en el tiempo. Por contra, lo ha adaptado a nuestra época con aportaciones como las esculturas de Chillida y Cristina Iglesias. ¿Cómo le gustaría que fuese el futuro?

-Creo que el futuro deben diseñarlo los que nos sucedan, sean quienes sean. Pienso que uno tiene que vivir un presente muy abierto al futuro, pero sin la pretensión de condicionarlo.

-Marañón falleció cuando usted tenía 17 años. Es decir, que le dio tiempo a mantener conversaciones de cierto calado con él. ¿Alguna que recuerde en especial?

-Mi abuelo era una persona extraordinaria, pero completamente normal en la convivencia. Prefería escuchar a hablar. La última conversación que mantuve con él, cinco días antes de su muerte, fue sobre el primer reestreno en Madrid, después de la Guerra Civil, de una obra de Lorca, La zapatera prodigiosa. Me preguntó mi opinión, lo que mi generación pensaba sobre el teatro de Federico, cuál había sido la reacción del público... Recuerdo otra conversación de unos meses antes en Toledo en la que me convenció de la prevalencia de la bondad sobre la inteligencia, sorprendiéndome inicialmente con su planteamiento. Pero, sobre todo, lo que recuerdo de mi abuelo es una convivencia muy cariñosa y cercana, sin ninguna de esas barrera con las que los adultos se aíslan de los niños. Me llegaron más ejemplos suyos que discursos.

-Marañón fue una auténtica referencia cultural para muchas generaciones. Sin embargo, hoy en día está un tanto olvidado y sus libros apenas aparecen en las bibliotecas de la gente más joven.

-Marañón murió en el año 60 y una parte de su obra ha perdido vigencia, por supuesto la científica. Decía John Elliott que las biografías, un género en el que Marañón tiene unas obras extraordinarias, tienen una vigencia de 25 años, y le impresionaba que la que escribió Marañón sobre el Conde Duque de Olivares había sobrevivido más de medio siglo. Es cierto también que durante un tiempo la gestión de sus derechos de autor no fue adecuada. El año pasado se reeditó, finalmente, El Greco y Toledo, y se agotó.

-Lo que sí sigue teniendo Marañón es un enorme valor simbólico, el de un liberalismo español que, pese a las muchas dificultades, siempre será una garantía de entendimiento.

-Tanto en el centenario de su nacimiento, en 1987, como en el cincuentenario de su muerte, en 2010, las dos grandes exposiciones que se realizaron en la Biblioteca Nacional tuvieron una inmensa acogida de público y mediática. Es cierto que su figura es mucho más actual que muchos de sus libros. Y es que el ejemplo liberal de Marañón sigue siendo necesario en la España de hoy.

-No deja de ser paradigmático el hecho de que el Cigarral de Menores sufriese saqueos por parte de los dos bandos en la Guerra Civil.

-No quedó absolutamente nada, ni un libro, ni un mueble, ni una imagen en la capilla. Recientemente he descubierto en una exposición de una biblioteca pública un libro de Gerardo Diego dedicado a mi abuelo. En el catálogo se explicaba cómo la totalidad de su biblioteca del Cigarral había sido incautada por las autoridades nacionales, en 1937, y desperdigada entre distintas instituciones. Sólo hemos recuperado dos libros: uno que le dieron a mi abuelo y otro que me entregó el hijo de un capitán nacional. Su padre siempre les dijo que aquel libro no era suyo y que tenía la intención de devolverlo. Cuando murió, el hijo cumplió aquella voluntad.

-Su padre, Gregorio Marañón Moya, fue falangista y director del Instituto de Cultura Hispánica durante el franquismo, pero usted recuperó la tradición liberal de su abuelo y militó en la oposición a la dictadura desde la Democracia Cristiana.

-Mi padre, aunque franquista, y, luego, monárquico, fue una persona de talante liberal. Por mi parte, desde que entré, a los 16 años, en la Facultad de Derecho milité en la oposición de signo democratacristiano contra la dictadura. En aquel tiempo establecimos contacto con un grupo sevillano que se articulaba en torno a la figura de Manuel Giménez Fernández, y ahí fue donde yo conocí a Felipe González, antes de que ingresara en el PSOE. En el Cigarral celebramos algunas reuniones clandestinas, y en mi casa de Madrid se fraguaron dos acontecimientos importantes del momento constituyente de UCD: la incorporación de los democratacristianos y la de los socialdemócratas.

-Usted siempre ha tenido un evidente perfil político, pero siempre lo ha ejercido con discreción, como buscando la penumbra. En su libro hace suya la máxima de Epicuro "vive oculto".

-Siempre he sentido la política como una obligación cívica, y pienso que se puede ejercer desde muchos ámbitos, como la empresa o la cultura, pero nunca me he decidido a dedicarme en exclusiva a ella, algo que es no sólo muy respetable, sino que además debe recuperar el prestigio perdido en los últimos años. Hasta en cuatro ocasiones me han tentado para ocupar puestos destacados en listas electorales e incluso una vez, me ofrecieron la cartera ministerial de Cultura, pero finalmente no acepté aunque, naturalmente, agradecí mucho que pensaran en mí.

-Usted pertenece a la generación que hizo posible la Transición. ¿Cómo ve ese intento de denigrar el proceso reduciéndolo a un compadreo entre poderosos?

-Descalificar la Transición es un signo de profunda incultura. No reconocer que la Transición supuso el cierre de la Guerra Civil, esto es, la reconciliación de todos los españoles, y que con ella se inició uno de los momentos más fecundos de la historia de España, un periodo de progreso y libertad que ha durado cuarenta años, es, sencillamente, desconocer lo que ha sido nuestro pasado.

-¿Qué opina del clima político actual?

- Es un momento de incertidumbre y, por tanto, de lógica preocupación. Ciertamente hemos superado la crisis económica, y no debemos incurrir en el error de no valorarlo adecuadamente, pero la regeneración de la vida política, la vertebración territorial de nuestro Estado y las necesarias reformas consensuadas de la educación y la justicia siguen pendientes, entre otras.

-¿Y sobre la tan nombrada reforma constitucional?

-Me parece evidente que es imprescindible.

-¿Pero en qué sentido?

-Para la vertebración territorial del Estado, por ejemplo. La Constitución del 78 estableció un proceso abierto de descentralización que ahora, con perspectiva histórica, podemos calificar de grave error. Hay, por ejemplo, que cerrar definitivamente este proceso.

- Pero iniciar esta reforma puede suponer también abrir la Caja de Pandora. Algunos pondrán sobre la mesa asuntos como la Jefatura del Estado.

-No se trata de iniciar un nuevo proceso constituyente, sino de una necesaria reforma de la Constitución actual cuarenta años después de promulgarla, y este empeño debe hacerse desde el pacto político.

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