Feria

Café Español

  • Tras la traca en el Paseo Marítimo Carmen de Burgos (rotulado con nocturnidad, alevosía y nula publicidad, como si el Ayuntamiento se avergonzase de homenajear a Colombine), la Feria echa el cerrojo. Concluyen por tanto las contraportadas en las que he intentado glosar ocho establecimientos de solera

Café Español

Café Español

Negocios representativos de áreas comerciales bien distintas, con la ausencia destacada de Talleres Oliveros, entre el escaso tejido industrial capitalino, pero de ellos dieron cumplida cuenta los amigos de Asafal con una magna exposición en Diputación. La mitad de estos siguen en manos de una tercera o cuarta generación de los fundadores y la otra mitad, definitivamente cerrados. Entre ellos el Café Español que nos sirve de epílogo. Del conocido negocio en el Paseo se hicieron eco D. Paco Giménez (Aquella Almería), Tapia Garrido (Almería piedra a piedra), José Miguel Naveros (Mis pintorescos raros) y yo mismo (Calles y plazas de Almería). Y es que al sucesor del café Méndez Núñez ("un balcón en la esquina más populosa del Paseo") lo han piropeado propios y extraños, admirados del bullicio, olor, color y sabor de un luminoso café de pequeña capital de provincia. Helo aquì resumido:

Santo y seña de de la Almería urbana, institución popular y uno de sus iconos urbanos. Nació con Alfonso XIII y falleció con Franco. Formando esquina con calle Castelar (chaflán que en tardes de corridas de toros era habilitado como despacho de localidades, al lado de una parada de taxis), su fachada al Paseo ejercía de faro y guía a propios y extraños. En invierno, tras sus amplios ventanales, acomodados en los veladores de su interior; y casi todo el año en mesas alineadas sobre la acera, entre frondosos árboles; atalaya perfecta para presenciar desfiles, procesiones y similares. A la planta baja se sumaba una superior donde echar la partida de dominó o interminables tacadas de billar. Sus genuinos cafés con leche, ponches de coñac o leche merengada solo eran, posiblemente, excusa para congregar a la parroquia. Camareros solícitos -servilleta al brazo, bandeja con sifón o botella de agua fresquita- y betuneros, casi de plantilla, prestos a ofrecer sus servicios de limpia y recadería.

Lugar de encendidas tertulias de aficionados y profesionales del toro, a las que la proximidad del Hotel Simón, Casa de Música Sánchez de la Higuera -con altavoces radiando pasodobles- y taquillas oficiales le prestaban el ambiente propicio. El fútbol y los modestos clubes locales tampoco escapaban a la conversación sosegada o disputa acalorada. El Café Español fue en la práctica un cenáculo de andar por casas, donde opinar de lo divino y lo humano.

No obstante, el Español de la familia Tara quedó en la memoria por dos circunstancias bien diferenciadas. Allí se consumaron más negocios que en los propios bancos. Marchantes de ganado, cosecheros de la provincia, viajantes, constructores y corredores de fincas se afanaban en el trato. El chalaneo raramente se cerraba con la firma de documentos: un apretón de manos tenía igual validez que una escritura notarial.

Y las concurridas noches -¡ay las noches del Español con vocalistas!- en las que se sucedieron veladas amenizadas por cantantes de voz sedosa, tonadilleras de tronío y renombradas orquestinas, con profesores civiles y del Regimiento Nápoles. Cuartetos donde derrocharon arte los maestros Barco, Cuadra, Orozco, leseduarte, Berenguel o Cristo Sánchez. Noches de fiesta en competencia con el cercano Café Colón, el otro grande del Paseo. Y chocolate con buñuelos o churros al finalizar las agotadoras jornadas en días feriados. Con asistencia de la banda de música municipal, el Café Español lo inauguró Manuel Ibarra en 1920. Le siguió Eulogio González como propietario para, finalmente, ser regentado por la familia Tara hasta su cierre definitivo en los setenta. Prometieron reabrirlo pero en su lugar alzaron una mole para oficinas y viviendas particulares. Salud y suerte

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