3ª de abono

Y al anochecer nos encontró la luna

  • Tercera Puerta Grande consecutiva que deja la sensación del festejo más profundo y macizo en el éxito general. Morante, Talavante y Ginés Marín sacaron fruto de una brava y encastada corrida de Nuñez del Cuvillo con un toro, el 6º, de vuelta al ruedo

Carácter y torería en Ginés Marín para hacerse con el triunfo mas rotundo de una tarde con mucho toreo dentro.

Carácter y torería en Ginés Marín para hacerse con el triunfo mas rotundo de una tarde con mucho toreo dentro. / javier alonso

Se me había enredado Sabina en el alma de una noche con amigos ciertos. Quizás por eso a esta crónica le salen mejor las emociones de una preciosa tarde de toreo. En esa nostalgia de las playas de Isla y María La Portuguesa, al final nos encontró la luna metidos entre ese anochecer que siempre va dejando el sexto toro sobre la arena. La luna dejándose ver y la feria caminito de su cuarto acto pero dejando ayer el aroma del toreo que sobre el albero almeriense vinieron a sembrar tres toreros grandes empeñados en cuajar y conseguir la más importante tarde del abono.

Todo es argumento de un conjuro de arte y poderío frente a una gran corrida de Cuvillo. A la decisión de un Morante embelesando con ese tiempo infinito de su particular tauromaquia le llegaron después Talavante y Marín con sendas faenas de las que sin duda van a marcar para bien un abono como este que desde el principio encarriló senda triunfal y que ha ido in crescendo en cuanto al juego de los toros hasta rematar ayer una tarde de bravura seria como la que los toros de El Grullo vendieron en cada una de sus embestidas.

Enzarzadas en plena disputa por llevarse la tarde a su terreno están esas dos faenas que dictaron Talavante y Gines Marín. Venía rebrincado Talavante de pinchar una faena que había tenido contenido pero sin rematar y frente a ese importante toro quinto surgió el torero inspirado, artista y valiente que lleva dentro Alejandro. Capacidad torera para crear al instante la faena, la inspiración en sus más altos indices dejando llegar la templanza de una infinita clase torera cuando embarcó con las dos rodillas en tierra la nobleza y bravura del cuvillo.

Un poco mas allá del tiempo el toreo llegaría por ambas manos con una exquisitez y temple monumental. Enfibrada la pose, relajado el brazo, la muleta llamando sin brusquedad al toro y enganchando un muletazo al otro el trazo reposado embarcando en la franela la casta y la raza de otro de los toros buenos de la tarde. Daba igual el pitón porque por los dos tuvo importancia el animal.

Era faena grande y otra vez la espada la empañó. No para dejarla en el olvido pero sí para negarle algo más determinante a la hora de hacer balance de la feria.

Porque si hay algo que diferencia esa faena de la que instantes después bordaría Ginés Marín frente al más completo toro del encierro esa es la espada. No por la colocación, que estuvo caída como antes lo estuvo la de Morante, sino por la rotundidad de la muerte.

Porque el concepto es el mismo: poderío y clase para hacer una docena de toreros, entendiendo a la perfección las claves que planteó un toro muy valioso para esta feria.

De principio a fin le cuajó el jerezano el trazo necesario para mandar en la bravura que desparramaba por donde pisaba un animal que se bebía los vuelos de la muleta al compás de un toreo profundo y mandón del matador.

Grande el comienzo de temple, rodilla en tierra, con el torero como eje y la muleta trazando surcos al albero. A más y mejor el toreo al natural que explicó Marín cada vez que se echo la muleta a la zurda.

Buen son y pies le dejó a la tarde la salida del tercero. Gines le jugó los brazos con soltura y decisión para abrochar con gusto un manojo de verónicas. Tuvo gas el cuvillo y le prestó emoción a todo ese contexto en el que se movieron las dos primeras, ligando y llevando un viaje en el que al toro le costó meter la cara abajo. Gines acertó en ese envite y le dio crédito a su oponente para cuajar los primeros compases de la faena. De largo se lo trajo el jerezano en los primeros compases de una labor que alcanzó la mejor cumbre con el toreo al natural. Más entregado ahí el toro y con el torero encendiendo la luz a todo gas con la plaza entregada sin resquicios. Toreando al aire de la tarde. Con salero se salió Gines de la serie para embarcar después una serie de bernardinas, ajustadas al límite sobre el eje del torero que esas sí calentaron definitivamente la faena. Broche importante para amalgama de todo lo que Ginés había dicho con su toreo.

En su primero Talavante se embarcó templado y con gusto en las verónicas y en ese quite que tuvo apresto para apretar los pulsos a la tarde. La continuación llegó en ese inicio de faena por estatuarios en el mismo platillo de la plaza. Decisión en el extremeño con un toro que le iba sirviendo para llenar de oles grandes la faena. La casta sacando a flote la bravura y aquello echando humo con Talavante quedándose y ligando en una perra chica el vibrante viaje de Aguaclara, otro buen toro.

Lo que son las cosas. Un derrote, un simple derrote se llevó por delante la clara embestida del toro. Se acordó el bicho de que había tocado trapo y echo el freno de mano. No había más. Tampoco un tramo después porque Talavante se atrancó con la espada en el atrevimiento de apostar por todo. El saludo fue cortesía de la casa. Del tendido, claro está porque la espada había tanteado en un metisaca infame la integridad del toro.

Dos faenas de Morante, dos. llenas de sensibilidad, compás y temple para ayudar al primero y de mucho más mando y decisión la segunda para buscar con decisión esa segunda oreja que él quería tener para irse a hombros de Almería. De la mandanga de otras tardes al Morante que sabe, quiere y puede regalar una faena como la que dejó en el cuarto de la tarde. Una faena de decisión y empuje en ese aire morantista que hace tan especial su toreo. Soberbio ese Morante al natural, de uno en uno pero empapado de finura y clase. Le cayo baja la estocada pero el de La Puebla había convencido a la audiencia y a sus manos llegó el pasaporte de la salida a hombros.

Un toro medido de fuerza pero no de talento para embestir con clase le sirvo a Morante para expresar con temple y suavidad sublime la faena del primero de la tarde. Capotero con gusto en los lance de recibo a el percal fue viajando suavecito, jugando la mueca sin obligar, pura caricia en la figura del muletazo. No había Cuvillo para atizar más.

La clase reñida con la fuerza pero no con la inspiración que le añadió el maestro de la puebla a los muletazos, sueltos pero razonablemente importantes. Morante con la miel en los labios. La plaza también porque se le adivinó interesado al maestro por dejarse querer en el tendido. Tuvo enjundia el aperitivo de dos series al natural y una que llegó profunda con la diestra. Todo hecho a favor del toro pero con ese pellizco que Morante tiene cuando anda a gusto por la plaza. Pinchazo y media para cerrar un tarrito de perfume que huele diferente. Se quiera o no, diferente. Como Sabina.

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