Feria

Un cipote en el Cuerpo de Guardia

  • En una fecha imprecisa (por ahora) de mediados el siglo XIX, el Ayuntamiento, al igual que otras capitales de provincia, creó su propio cuerpo de seguridad, antecedente de la actual Policía Local

MIL y un lance jalonan dos centurias de servicio al ciudadano. Su innegable importancia en el acontecer histórico almeriense -sustituyendo a los ancestrales alguaciles- justificaría un monográfico dedicado a la Guardia Municipal o Urbana y hoy Policía Local, adscrita operativamente a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Las actas consistoriales, libros de Personal e información generada en prensa ayudarían a su conocimiento y divulgación. Pero al no ser aquí posible, me limitaré a un par de hechos trágicos y un suceso jocoso.

Durante la guerra incivil desarrolló, fiel a la República, su obligada actividad con escasos medios y peor dotación. En el debe luctuoso debemos consignar el fallecimiento del guardia Pío Rodríguez Monroy en la mañana del 31 de mayo de 1937 -próximo al cuartel de la Plaza Vieja- a consecuencia del bombardeo de la Escuadra nazi alemana. Otro compañero, Santiago Martínez Moya, de 42 años y acusado de Auxilio a la Rebelión por el régimen franquista, fue fusilado en la tapia del Cementerio la noche del 3 de noviembre de 1939.

Tras un inicuo proceso de depuración política que dejó en la calle, o en la cárcel, a varios de ellos, al reestructurase en 1940 contaba con 120 miembros al mando del jefe 1º Miguel Juárez. En la actualidad, con Jorge Quesada de superintendente, el total de su organigrama (gracias, Pedro Asensio por el dato) asciende a 261 efectivos.

Volvamos a los cuarenta y a la guasa de un "parte" digno del "Celtiberia Show" de Luis Carandell: "Encontrándome de guardia en la puerta principal de este Excmo. Ayuntamiento se me acercaron rápidamente varios individuos que a la voz de ¡Vamos a endiñarle! se abalanzaron sobre el municipal que suscribe, propinándome una paliza que si por poco me matan…".

Los individuos eran cuatro o cinco golfantes de Las Perchas apostados frente al bar Garrote que posiblemente se la tenían jurada al cipotón "ilustrado". Según transcendió en medio del general cachondeo (por la redacción del parte, no por la japuana endiñada), le taparon la cabeza con un saco de arpillera y, claro, no pudo identificarlos. Mal estuvo, pero tampoco debió ser mucha la leña ya que no le quedaron secuelas ni su nombre aparece en el registro de la Casa de Socorro ni del Hospital. Naturalmente en el AMAL tampoco hay rastro de la denuncia, en caso contrario la habría hallado su archivera.

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