Feria

El despertar de los sentidos y el Lido chunda

  • Han pasado no se cuantos años y cada Feria, cuando echo la vista atrás, acude a mí aquella morena, esbelta y patilarga vedette, que cargada de sensualidad ruborizaba a los espectadores

A finales de los setenta, la Feria, como España, se enfrentó a mil cambios, algunos convulsos, que modificaron conceptos y avanzaron en libertades de todo tipo. Aunque en los sentidos permanecía el miedo mamado a lo largo de cuarenta años de dictadura, lo cierto es que el despertar que llegó con la democracia modificó de forma radical las formas de divertirse, los modos entender el tiempo libre y, cómo no, las maneras de acudir a la Feria y a qué espectáculos se les daba la oportunidad de ser, digamos que admirados.

La Revista, un género entre musical y teatro, mezclado de abundantes dosis de picardía y sensualidad, hacía su agosto, nunca mejor dicho, con la llegada de los primeros destapes. Ni que decir tiene que en una ciudad de provincias la Feria era el argumento perfecto para acudir a la llamada de la "selva de la carne", aunque con pudor, miedo al qué dirán y cierto morbo, condimentado por el despertar de los sentidos, que a finales de los setenta se produjo en este país.

El Teatro Lido fue uno de los exponentes de las nuevas formas de entender la fiesta que las libertades aportaron a España. De pronto ya no era necesario tener que cruzar la frontera francesa para poder ver una película subida de tono o acudir a una obra de teatro, en el que el lenguaje de doble sentido se convertía en el mejor argumento para provocar la risa fácil, mientras se daba paso a un amplio elenco de señoritas, todas ellas de buen ver, que provocaban que algunos de los espectadores bizquearán, tartamudearan y hasta elevaran la temperatura corporal ante la novedad que suponía para este país, y más para una ciudad de provincias, que sin el más mínimo rubor un grupo de mujeres mostrara encanto tras encanto y hasta se atrevieran a jugar con el público.

Creo que tenía trece años cuando acudí a un espectáculo de este tipo con una prima mía y su marido. Fue un año que la Feria se celebró en el Zapillo, aunque al siguiente regresó al puerto. Hoy echo la vista atrás y sigo preguntándome cómo pude entrar en un evento sólo permitido a los mayores cuando apenas comenzaba a salirme algo de barba y cómo dejaron a su hijo en casa -de mi misma edad- y yo acudí a la Revista. Lo cierto es que nunca se lo he preguntado, y tampoco quiero saberlo. Han pasado no se cuantos años y cada feria, cuando echo la vista atrás y remuevo el pozo de los recuerdos, acude a mí aquella morena, esbelta y patilarga vedette, que cargada de sensualidad ruborizaba a los espectadores animándoles a quitarle una preciosa rosa, pegada todavía no se cómo, en aquel lugar que todos podemos imaginar.

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