Feria

La niña dormida

DESCONOZCO el censo de estas mujeres (hombres pocos, y no me pregunten la razón) en la provincia, pero el de la capital estaba bien surtido; y más aún la clientela de crédulos que reclamaban su atención. Con una variada prestación de servicios: de ictericias (los niños amarillentos eran legión) a fobias y mal de ojo. En especial, males de ojo y amores no correspondidos. Envidias y celos. Críos rollizos que se deterioraban a ojos vista sin saber las causas. Mocicas a quien una lagartona de cuidado (lagarta, o algo peor) le arrebata el novio cuando ya tenía el ajuar. ¿A qué vienen las sibilas y echadoras de cartas en un relato de Feria? Pues mire usted, porque al finalizar el curso del Instituto (al año siguiente de fallecer la señorita Celia Viñas) en una pelea con otro menda me disloqué el codo y no me dejaron salir ni una noche. El resto de articulaciones ya se encargó mi padre de dislocármelas. Resultado: visita a la calle Las Judías, próximo al bar El 42, donde una mujer con gracia me lo entangarilló con cuatro manipulaciones y tres aves marías. La Tía Josefa, en el Barrio Alto; Anita, por la calle Arráez, y la Asunta, en la Cuesta el Rastro, con especialidades varias, gozaban de merecido cartel.

Pero por encima de todas, dominando el cotarro, la Niña Dormida, compendio de sabiduría; con más fama y mayor cachet en la minuta. Cerquita de La Alcazaba - en un callejón empinado que abortaba en los adarves - abría su consulta. Cobraba la volunta, pero ¡ay! de aquel que no se mostrara generoso: su boca era una excomunión. Cuando la Niña Dormida entraba en trance parecía un alma en pena. Sultán mientras tanto, un perraco sin pedigrí y mala leche, parecía como dormitar a los pies de la bruja.

La terrible maldición proferida hizo que su nombre transcendiese a los papeles: las trágicas inundaciones y muertes sufridas el 11 de septiembre de 1891. Así se recoge en Torerías de la tierra: Una maga metida en años fuente de sobrenaturales e infalibles revelaciones para imbéciles y cacanúos y echadora de cartas para mozuelas suspirantes de un querer (…) No hay para qué repetir que esta gente analfabeta cree con fanatismo moruno en los designios de esta Niña frescal". ¡Y todo porque los toros de Feria en ese año fueron un desastre por culpa de un empresario desaprensivo! ¡La que armó la jodida Niña!

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