¿Por qué Almería no se bebe su vino?
Alimentación
Es la pregunta que se hace Carlos Fernández, dueño de la bodega Lauricius
La mejor vestida: un vino almeriense se lleva el galardón a la botella con mejor etiqueta
Carlos Fernández, de la bodega Lauricius, tocaba al timbre de la redacción de Diario de Almería con un estuche de tres botellas de vino bajo el brazo y una pregunta rondándole la mente. ¿Por qué Almería no se bebe su vino?, era la cuestión. Y esa duda planeó sobre la charla que, en uno de los despachos de la oficina, mantuvieron el experto vitivinícola y este periodista. “Yo sé que ahora hay vinos de Almería que el que lo prueba le tira para atrás”, explica sin pelos en la lengua.
El negocio le va en ello. Aunque su empresa no sea de esas que hacen productos imbebibles, y él prefiere no apuntar a nadie, se ve arrastrada por la mala imagen que se genera cuando la calidad escasea. Que el vino que se produce en Almería es un manjar no lo duda nadie, pero Fernández teme a esas bodegas que no lo están haciendo bien. Y si todo falla, ¿a qué destinará ahora sus esfuerzos? “Tengo un amigo que me pregunta que a qué nos vamos a dedicar, porque la gente no quiere el vino”, cuenta.
Lo cierto es que, según datos de la Interprofesional del Vino en España, el consumo parece haberse estabilizado en los últimos meses tras sufrir un fuerte desplome a raíz de la crisis inflacionaria provocada por la invasión rusa a Ucrania. A finales del pasado año, el número de ciudadanos dispuestos a saborear este brebaje crecía en torno al 1%.
Aunque Fernández no lo ve claro. Su experiencia es otra. “Tengo las bodegas atascadas porque la gente ha dejado de beber vino”, cuenta con un claro tono de preocupación. Dice que parte de la culpa tiene Sanidad. “Dicen que el alcohol es malísimo, pero esto es dieta mediterránea”, recalca.
Aunque no todo son malas noticias para él, porque el paso a la agricultura regenerativa con la uva le ha funcionado bien y cada vez son más los interesados en comprarle su vino para venderlo en el exterior. “Ha cambiado radicalmente tanto el sabor como el aroma de la uva”, cuenta. Él es un convencido de este sistema de cultivo que busca cuidar mejor el ecosistema, tan maltratado durante tantos años por la acción del hombre. “Se trata de devolverle a la tierra lo que le hemos robado durante tantos años”, explica Carlos, que no se imagina una vida sin vino. Su única preocupación, encontrar mano de obra que pueda hacer el trabajo y no tener que tirar la cosecha. “Cuando tenga que recoger la uva, a ver si encuentro a gente”, dice.
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