El declive de las aves acuáticas y marinas en Europa comenzó mucho antes de lo que se creía

Un estudio revela que casi la mitad de las especies ya estaban en retroceso antes de los años setenta, cuando arrancó la monitorización sistemática de poblaciones

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Algunas especies emblemáticas, como la fumarel común, llevan más de un siglo en declive.
Algunas especies emblemáticas, como la fumarel común, llevan más de un siglo en declive. / Archivo
Ramiro Navarro

09 de octubre 2025 - 12:29

El deterioro de la biodiversidad europea no empezó en la década de 1970, como se asumía hasta ahora. Mucho antes, a lo largo del siglo XX, decenas de especies de aves acuáticas y marinas ya estaban en declive. Así lo demuestra un nuevo estudio publicado en la revista Biodiversity and Conservation por investigadores de la Tour du Valat (Francia) y la Universidad de Turku (Finlandia), que alerta sobre el riesgo de fijar objetivos de restauración “demasiado modestos” por culpa del llamado síndrome del desplazamiento de la línea base. “Restaurar las poblaciones de aves a los niveles de los años setenta no basta: su declive comenzó mucho antes”, advierte Thomas Galewski, director de investigación en Tour du Valat.

El equipo liderado por Élie Gaget analizó datos históricos y censos modernos de 170 especies de aves acuáticas y marinas europeas, reconstruyendo sus tendencias entre 1900 y 2018. Los resultados son contundentes: 88 especies mostraban signos claros de amenaza ya antes de los años setenta, y 28 presentan un alto riesgo de “línea base desplazada”, lo que significa que las políticas actuales podrían estar tomando como referencia un ecosistema ya gravemente degradado.

Un siglo de retroceso silencioso

Entre 1900 y 1970, 35 especies disminuyeron, 38 fluctuaron y solo 15 aumentaron su población, según la reconstrucción histórica realizada. El problema, señalan los autores, es que los programas de seguimiento sistemático no comenzaron hasta después de esa fecha, por lo que las estimaciones actuales parten de un punto ya deteriorado. “Sin memoria ecológica, corremos el riesgo de normalizar un mundo empobrecido”, advierte Galewski. “Las políticas deben contemplar horizontes temporales de al menos un siglo para ser realmente ambiciosas”.

El fenómeno, conocido como shifting baseline syndrome, describe la tendencia a aceptar como “normal” un estado de la naturaleza que ya ha sufrido grandes pérdidas, simplemente porque no se dispone de registros más antiguos. En la práctica, esto conduce a objetivos de recuperación insuficientes y a una subestimación del daño real.

Causas persistentes y pocos éxitos

Las causas de este declive prolongado son bien conocidas: destrucción de humedales, intensificación agrícola, sobrepesca, contaminación y caza ilegal o insostenible. A ellas se suma hoy el cambio climático, que altera los ecosistemas costeros y marinos, modificando rutas migratorias y ciclos reproductivos.

De las 170 especies analizadas, 61 continúan disminuyendo pese a las directivas europeas y los convenios internacionales que protegen aves y hábitats desde los años setenta. Algunas especies emblemáticas, como la fumarel común (Black Tern) o el guión de codornices (Corncrake), llevan más de un siglo en declive continuo, lo que las convierte en prioritarias para la conservación.

Hay, sin embargo, casos de éxito. El flamenco común (Phoenicopterus roseus), que había desaparecido casi por completo de Europa occidental en los años sesenta, ha recolonizado buena parte del Mediterráneo gracias a la protección de sus zonas de cría, primero en la Camarga francesa y después en España, Italia y Turquía. También el cormorán grande (Phalacrocorax carbo), antaño perseguido, se ha recuperado notablemente en las costas europeas.

Mirar más atrás para conservar mejor

El estudio recalca la importancia de los datos históricos para orientar las políticas ambientales. Incorporar registros previos a la década de 1970 —archivos, literatura científica y testimonios naturalistas— permite definir líneas base más realistas y exigentes. Solo así, subrayan los autores, se podrá medir de forma precisa el impacto humano acumulado y trazar estrategias de restauración acordes a la magnitud del daño. “Los censos a largo plazo son nuestra mejor herramienta contra el desplazamiento de la línea base”, resume Galewski. “Sin una memoria colectiva, corremos el riesgo de aceptar la pérdida como algo inevitable”.

Así, para recuperar la biodiversidad, no basta con detener su deterioro presente, sino que es necesario revertir un siglo de erosión ecológica que empezó mucho antes de que existieran los programas de conservación actuales.

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