MONKEY WEEK | CRÍTICA

La bulla en Sevilla es una maravilla

  • La jornada del viernes del festival Monkey Week nos hizo recordar momentos de expectación y muchedumbre que hasta ahora solo se veían durante las tradicionales celebraciones sevillanas ajenas a la música pop.

Pájaro, durante su actuación en el escenario principal de la Alameda de Hércules.

Pájaro, durante su actuación en el escenario principal de la Alameda de Hércules. / Javier Rosa

Nunca había visto nada igual. Lo que ha conseguido el Monkey Week con la música en nuestra ciudad es algo inmenso. Ciertamente en Sevilla hemos presenciado conciertos multitudinarios antes, pero tal cantidad de gente, en su mayoría local, pero con muchísimos visitantes de fuera, movilizada por un solo evento concreto, formando aglomeraciones en distintos puntos y momentos, es algo que solo se ve en Semana Santa. Solo durante ella hablamos de bullas. Obviamente, nuestra magna celebración tiene unas dimensiones tan colosales que no puede compararse con lo que se vivió ayer viernes, pero en las bullas de muchas cofradías hemos estado menos apretados que en la del Fun Club a las nueve de la noche durante el concierto de Futuro Terror, donde a veces era imposible, literalmente, darle un trago a la cerveza porque no se podía levantar el brazo para hacerlo. Pero es que poco después, para el concierto de Novedades Carminha se había formado una cola en la puerta del Teatro Alameda que avanzaba por su fachada, serpenteaba por Calatrava y rodeaba la capilla del Carmen. Pero es que también después estaban con el aforo completo las tres salas de la calle José Díaz a la vez. Las colas formadas en sus puertas esperando que saliese alguien del interior para poder acceder hacía imposible que los de fuera pudiesen presenciar los conciertos de Baywaves en la Sala X, de Esteban y Manuel en La Calle y solo admitían con cuentagotas a gente nueva en la Even para ver a Bifannah aprovechando el hueco de los que dejaban la sala tras haber disfrutado de Terri vs Tori. Un movimiento de personas así implica muchas molestias, pero estas no son nada comparadas con la alegría que le causa a los aficionados a la música en nuestra ciudad, que se sienten tan solos tantas veces, ver algo así delante de los escenarios.

Los conciertos que ofrece el Monkey Week son tan variopintos como los espectadores que acuden a ellos. El abanico es tan amplio en estilos como en interés, haciendo que ayer una banda que a priori levantaba tantas expectativas como la de los canarios GAF y la estrella de la Muerte, consiguiese matar de aburrimiento incluso a la estatua de Fernando VII que les escuchaba en su rincón del jardín de la Torre de Don Fadrique, mientras que en la Alameda nuestros paisanos de Pájaro abandonaban definitivamente su status de banda local para adquirir el de grupo de stadium rock, que muy pronto dejará definitivamente atrás la asociación de su nombre al pasado musical sevillano para hacer frente a un deslumbrante futuro. Una asociación coral de tres guitarras magníficas, que rompe en un solo espectacular como el de Raúl Fernández, es algo que pocos músicos pueden ofrecer como hacen ellos.

El Imperio del Perro se reivindicó también en ese mismo escenario como banda de cabecera de cartel de cualquier festival, una vez más. Salto emocionó a los que le escuchaban en el Fun Club con canciones, en el verdadero sentido de la palabra, que tan mal usan muchos músicos, y sus guitarras sonaron limpias y brillantes, al contrario que las de las bandas que le siguieron, traicionadas por un sonido al que le faltaban volumen y agudos en el caso de Futuro Terror, y a la que le robaron toda la vida, enterrándola en un amasijo de acoples y sonido oscuro en el caso de Los Estanques, aunque estos tendrán ocasión de resarcirse esta noche a las once en el Claustro del Espacio Santa Clara, donde se ha reubicado el concierto que se les aplazó debido a la lluvia del jueves.

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