Saltó la noticia de la muerte de Bob Hoskins y pronto comenzó la habitual avalancha de condolencias y mensajes de despedida de seguidores y aficionados en las redes sociales. Mientras algunos recordábamos sus trabajos y papeles más serios y dramáticos en títulos como The long good friday (1980, John MacKenzie), su brillante debut en el cine después de una fulgurante carrera en televisión (donde interpretó, entre otras, Pennies from heaven de Dennis Potter), Mona Lisa (1986, Neil Jordan), en la que encarnaba a un chófer dispuesto a meterse en líos por una prostituta, y que le valió una nominación al Oscar, o El viaje de Felicia (1999, Atom Egoyan), donde se transmutó en un solitario y siniestro asesino de adolescentes; otros, tal vez más jóvenes o amantes de otra vertiente de su prolífica carrera (con más de 80 películas a sus espaldas), se quedaban con sus papeles más populares, con aquel detective de carne y hueso entre dibujos animados en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988, Robert Zemeckis) o con el heroico y proletario Super Mario de carne y hueso salido del popular videojuego que encarnó en la película de 1993.

Hoskins, fallecido a los 71 años a causa de una neumonía, era uno de esos cuerpos singulares que no parecían nacidos para el estrellato. Un tipo bajito, calvo, con orejas puntiagudas y nariz de boxeador que se ganó el respeto y el cariño de la profesión y el público en papeles a la medida de su aspecto, su personalidad y su talento, papeles en los que pudo alternar su bonhomía con esa fiereza escondida capaz de estallar en cualquier momento, modulando una peculiar mala leche barriobajera muy british con su fácil adaptación a papeles de acompañamiento, fugaces pero poderosos, en el límite del transformismo y lo caricaturesco, tal y como lo vimos, por ejemplo, en dos de sus últimas apariciones antes de abandonar la profesión por su enfermedad, como el viejo Joe digitalizado de Cuento de Navidad o como uno de los enanitos del bosque en Blancanieves y la leyenda del cazador.

Al margen de sus grandes títulos, que le valieron los premios, las mejores críticas y su presencia continuada en el cine y la televisión, donde fue un asiduo de producciones de prestigio (Othello, Mussolini y yo, Performance, Pinocchio, Il papa buono, Noriega, Historias de la cripta o Don Quijote, en la que, por supuesto, encarnó a Sancho Panza), a Hoskins supieron sacarle un magnífico rendimiento en papeles secundarios (o no tanto) grandes directores como Francis Coppola (Cotton Club), Steven Spielberg (Hook), Terry Gilliam (Brazil), Oliver Stone (Nixon, donde interpretaba a Edgar Hoover), Stephen Frears o Shane Meadows, para quienes compuso sus dos últimos grandes protagonistas en Mrs. Henderson presenta y Twenty four seven.