Cultura

Almería no olvida a Rafael Gadea, el artista que murió hace ya cinco años

  • Aunque vivió en Barcelona, Teruel y Bélgica, en 1970 se instaló en Almería hasta su fallecimiento

Rafael Gadea en una de las exposiciones que realizó en Almería.

Rafael Gadea en una de las exposiciones que realizó en Almería.

Mañana, jueves, 6 de enero se cumplen cinco años de la muerte del pintor Rafael Gadea. Este artista que dejó una gran huella en la ciudad, pasó su infancia en Barcelona, Teruel y Bélgica, aunque fue en 1970 cuando recaló en Almería hasta su muerte ocurrida en enero de 2017.

Estudió grabado en la Escuela de Artes y restauración en el Taller de Estrella Arcos de Almería y participó desde 1982, en numerosas    exposiciones, tanto individuales como colectivas, de pintura y grabado. Participó en Arco, así como en numerosas ocasiones en la Feria de arte de Barcelona y Art Ibiza.

Participó en el Libro catálogo sobre la obra de Juan Goytisolo y Antonio Saura y en Encuentros, homenaje a José Hierro. En Cuentos del Cabo de Gata, hizo las ilustraciones del texto de Kayros, así como la ilustración en la revista “Buxia”, número dedicado a José Hierro. En el Aula de Poesía de Almería, hizo las ilustraciones a Ángel González y al cuaderno  Nuevas Perspectivas Líricas.

A los pocos días de la muerte de Gadea, el pintor Andrés García Ibáñez publicaba un bello texto en Diario de Almería donde hablaba del artista fallecido. “A Rafael le gustaba contar chistes. Su peculiar sentido del humor, que escondía una finísima ironía bajo su apariencia de ingenuidad, convertía en memorables muchas reuniones con los amigos. Pero la verdadera gracia de Rafael era otra. Estaba dotado de un talento espontáneo para la aventura plástica, para el juego estético de las formas, de la línea y del color. Un don innato, un precioso regalo, que él supo aprovechar felizmente para deleite de los degustadores de arte pictórico”.

“Rafael había nacido con una natural facilidad para el hallazgo de la belleza. Puesto en trance creativo, en cualquier tesitura o situación que no necesitaba de protocolos o concentraciones, era capaz siempre de hacer surgir el ritmo exacto, la línea justa, el color adecuado o el equilibrio compositivo general con genial ocurrencia, verdaderamente interesante. Daba igual que fuese un dibujo, un óleo o un grabado; funcionaba con análoga gracia tanto en la línea como en la mancha. Esa facilidad apabullante para el desvelamiento de la forma, como algo que fluye de forma elemental, escondía una sabiduría auténtica y profundísima para el alumbramiento de las imágenes”, señalaba Andrés García Ibáñez. “Rafael convertía en una suerte de experimentación o más bien en juego el acto de crear porque, en el fondo, no dejó nunca de ser un niño, con su pureza y autenticidad, sin el menor rastro de impostura. Todos los niños, hasta que su entorno empieza a desviarlos, poseen ese instinto natural para la gracia de lo estético, como los pintores de las tribus o los salvajes menos contaminados de civilización. En este sentido, siempre he establecido en mis esquemas mentales una conexión de Rafael con Pedro Gilabert, nuestro esencial escultor almanzoreño”, contaba Andrés García Ibáñez.

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