Brisas esperanzadoras en El Morato
Crónicas desde la ciudad
Santiaguillo Fernández y María del Molinero inundaron de arte y simpatía la cueva sede del Morato en el Quemadero. Arropados por la guitarra de Antonio de Quero y la percusión de Moi Santiago
Ambos cantaores pertenecen al Grupo de Jóvenes Flamencos del Morato que dirige el guitarrista Antonio de Quero, mentor y guía inicial de ambos artistas de apenas diez añillos y del ramillete que lo amplía a media docena. Por sorteo, abrió la velada Santiago con un amplio repertorio estilístico que transitó con solvencia, pese a los nervios propios de su debut en solitario sobre el escenario de la peña morata: martinetes, soleá, tarantos, bulerías y fandangos. Muy formal, elegante en el vestir y agradecido en su presentación y en las dedicatorias, supo granjearse las simpatías del respetable desde el momento que se sentó en la silla a la vera de Antonio y de Moi y se templó por martinetes.
A partir de ahí fue creciendo en seguridad en cada cante, hasta culminar por fandangos alejado del micrófono (bien, Manolo Portillo) y con el público en pie.
Es un niño y como tal debemos enjuiciarlo y opinar, a la espera de verificar su evolución hacia la adolescencia. Pero lo innegable es que a Santiago le rebosa la casta, el poderío al encarar los tercios y el saber estar pendiente de los tonos de la guitarra. De afición va sobrado y tiene dos espejos donde reflejarse: su “tite” Rafael y su abuelo Agustín, un magnífico soleaero por descubrir
María Moreno fue la protagonista (¡y qué protagonista!) de la segunda parte de la velada. Con el personal ya calentito y expectante por lo vivido, Mariquilla del Molinero no decepcionó. Al contrario. Nos cautivó a propios y a extraños, a socios veteranos y a los que por vez primera accedían a este reducto de la hospitalidad y de las oportunidades a quienes quieren placearse y demostrar su talento. Su abuela no cabía en sí de gozo y su profesora, Rocío Segura -sentada en el lugar que solía su padre, el añorado Antonio Segura- tratando de disimular las lágrimas de satisfacción, embobada ante la nueva alumna.
El avance experimentado ha sido espectacular. Mariquilla es cantaora y artista, que aunque parezca igual no es lo mismo. Actúa y gesticula como una persona mayor, a pesar de que los pies no le llegan al suelo. Si tuviera que quedarme con dos momentos álgidos de su repertorio lo haría, sin duda (sin desdeñar los tangos, milonga de Juan Simón y fandangos), con unas sevillanas que en sus cuatro mudanzas nos brindó un escogido vademécum de figuras del flamenco y de la tauromaquia.
Y el culmen de la imperecedera zambra-farruca “Pena, penita, pena” (de los maestros Quintero, León y Quiroga, 1951) que inmortalizara la faraona de Jerez. Copla que hizo vibrar (y fichar para su equipo) a su hija Rosario Flores, coach del programa televisivo “La Voz Kids”.
Y como en todo sarao flamenco que se precie no puede faltar el consabido fin de fiestas por bulería, a la tarima del Morato subieron el resto de jóvenes que conforman el grupo (Celia Ortega, María del Quemadero y Rafael Amador) y los dos maestros de ceremonias: la brillantez guitarrística de Antonio de Quero y la del percusionista chanquero Moi Santiago, dueño y señor del ritmo y compás.
Salud y suerte a todos y cada uno/a de los que con generosidad nos obsequiasteis una noche preñada de esperanza en el futuro del flamenco almeriense
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