Migas al calor del fuego en Topares
La pedanía de Vélez-Blanco reúne a cientos de vecinos para volver a disfrutar de una degustación de este típico plato almeriense que los propios vecinos se encargan de elaborar.
Harina, aceite, ajo, verdura, carne, pescado, fruta... No, no es la lista de la compra de cualquier casa que se precie, sino que se tratan de los ingredientes de uno de los platos más típicos de nuestra gastronomía y que tiene casi tantas variantes en su receta como personas que la elaboran: las migas.
Tan propias de los días de lluvia, hay quienes las hacen con magra, con tocino, algunos optan por el pescado y las hacen con sardinas y otros hasta con uvas o melón. Pero lo que todos tienen en común son la maña y la paciencia que se precisa para que la harina de sémola se torne en esos pequeños granitos de migas de pan que luego en el plato aceptan esa cantidad ingente de acompañantes antes mencionados.
Con esta receta como pretexto, hay una pedanía almeriense que ha desarrollado con los años un tradicional punto de encuentro que hace las delicias de vecinos y visitantes.
Se trata de Topares, perteneciente al término municipal de Vélez-Blanco, una pequeña villa de apenas doscientos habitantes que en este periodo estival hasta triplica su población. Y esto es gracias, en gran parte, a esa clásica degustación de las migas , que tiene en las gentes del pueblo a los principales responsables de que esta iniciativa salga adelante y cuente con la aceptación que a día de hoy le ha llevado a ser uno de los principales atractivos de la localidad.
Y es que el Ayuntamiento se encarga de proveer a sus convecinos de los ingredientes necesarios para la elaboración de esta receta, ingredientes que estos cocinan en sus domicilios para, después, culminar el plato en la plaza del pueblo y ofrecérselo a unos hambrientos comensales que aguardan ansiosos dar buena cuenta de una tradición que cuenta con casi tres décadas de historia.
Unas hogueras, unas trébedes y los utensilios de cocina requeridos son suficientes para congregar junto al fuego a cientos de personas para disfrutar de un ágape en el que tampoco faltan los piques, sanos eso sí, entre los migueros por ver quién ha hilado más fino a la hora de dar forma a este clásico guiso. Por supuesto, para cada cual, el suyo es el mejor.
Al fin, las altas horas de la madrugada se entremezclan con el olor de las brasas ya casi extintas y sin apenas viveza. Los asistentes, con los estómagos henchidos, esperan que el tiempo corra hasta volver a repetir el año que viene, reecontrándose con los de siempre y recibiendo a los nuevos, que cada vez son más. Hasta entonces, los 200 habitantes de Topares vivirán en la más absoluta normalidad.
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