OBITUARIO

Picazo, el hombre que supo amar

En aquella época gris de los sesenta Miguel Picazo abandonaba sus estudios de derecho que nunca le sentaron bien para emborronarse en la obsesión, que desde su infancia en Cazorla (Jaén), siempre le persiguió: hacer cine.

Miguel Picazo ha sido uno de los pocos directores del cine español que entendió a la perfección que el cine o se realiza desde la literatura o sino todo el invento se va a la mierda, y queda como una crónica visual más del momento, un dato más, una trama ovejera, un telediario, nada, cine de trompetilla que no llevaba a ninguna parte. Así era el cine español, salvo honrosas excepciones, de aquellos tediosos años.

Miguel Picazo dio el paso exacto para que el cine llegara a la redacción de las revistas especializadas, a la redacción de los periódicos, al público y dio el salto a lo que, desde entonces, se iba a llamar "Nuevo cine español". A partir de su película "La tía Tula", a partir de esa amantía entre la literatura y lo creativo el cine español quedó ya para siempre ensamblado en una España que culturalmente se enfrentaba a los guardianes de la Patria sin par porque aquella película fue un acto vengativo entre la realidad y el deseo, entre la sexualidad y la ansiedad adolescente, a través de un lenguaje visual provocador que provocó decenas de cortes a los censores de la cultura embadurnada del Régimen, que aún vivía en la cima de la colina.

Miguel Picazo, que mereció en el Festival de Cine de San Sebastián de 1964 ser mejor director de cine por esa película, traía al cine español lo que él llamaba "un nuevo sentido la imagen"; traía esa juventud que representaba una nueva forma de hacer cine cazado en una contra del ambiente tradicional y mamón. Había otro cine, sí, pero estaba acostumbrado a la "fellatio" de la oligarquía del momento que nada permitía moverse.

El cine de Picazo, como digo, tenía algo que había renovado las formas narrativas hasta producir una dimensión estética que posibilitaba leer su ine sin el arrebato patriótico que le precedía, donde las imágenes son narradas con toda crudeza, como en "El hombro que supo amar", no siempre bien comprendida por el ruido Vaticano del momento y una incisiva crítica de Fernando Trueba, que por entonces le faltaba un "catcher" y una pedrada en la nariz.

Harto de ser un mozo de espadas, atusado por productores jíbaros sin valores en una industria cinematográfica voraz, no quiso participar del tufillo depredador y se refugió con numerosas obras en TVE, a la que llevó desde la nada al todo, desde el vacío a la tonalidad y tallaba narraciones cinematográficas como en una prehistoria de Machu Picchu, con precisión y rigor.

Por todo ello, como homenaje, creo que hoy es oportuno revisitar su obra cinematográfica. Porque puede iluminar esta época oscura que nos toca vivir. Por eso y porque encontró el modo de narrar historias que resumen décadas fundamentales, oscuras y recientes de nuestra historia del cine español.

Miguel Picazo, que salió de Cazorla (Jaèn) al terminar la guerra civil, cuando apenas tenía 9 años ya, para siempre, sus cenizas quedarán esparcidas entre los dos pueblos que amó siempre: Cazorla y Peal de Becerro, los pueblos que le enseñaron a amar el cine.

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