tribuna

Regresos al poeta Julio Alfredo Egea

  • El profesor y poeta de Vélez Rubio recuerda en este articulo como conoció al poeta de Chirivel, recientemente fallecido en 1983 y cómo fue su contacto con la obra de Julio Alfredo

En junio del 83 vi por primera vez a Julio Alfredo Egea. Se celebraba el treinta aniversario del IES José Marín de Vélez Rubio y entre las actividades programadas incluía su recital. Grande, con bigote, su voz marcada y una mirada limpia en sus ojos fue mi primera impresión. A mis diecisiete años no entendí mucho sus poemas, pero sí supe que eran verdaderos y que derramaban amor sobre las cosas. Mi timidez me impidió acercarme a saludarlo.

Al año siguiente mi compañero de clase, Javier Jiménez Soler (andábamos entonces por COU), trajo un libro de su paisano de Chirivel. Era una Antología de color verde con un dibujo de Perceval en la portada. Y en los ratos entre clase y clase leíamos algunos de sus poemas. Si ya ser de letras entre los chicos era entonces poco habitual, leer poemas era toda una rareza. Sus versos estaban cargados de imágenes que no siempre entendíamos, con calles de un pueblo pobre, seres incomprendidos, vidas complejas… y la palabra del poeta como puñal y como vendaje.

Enviábamos después nuestros poemas a escondidas a algún concurso literario que casi siempre ganaba mi amigo, mientras yo guardaba silencio y mis primeros versos en un cajón. Llevaban un poquito de Bécquer, de JRJ o de Machado los míos. Los de mi amigo tenían el eco lírico y social de Julio Alfredo.

En el tiempo de la universidad descubrí otros poetas profesores, algunos incluso me daban clase y me olvidé de mi paisano. Alguna vez leía alguno de sus relatos en la Revista Velezana, poco más. Alguna vez jugaba al baloncesto con Julio, "ese es el hijo del poeta , ¿ lo sabías?" y entonces yo recordaba aquella vez que visitó el instituto y aquellos versos que de algún modo también influyeron en que tomara mi decisión de estudiar filología y un día ser profesor de literatura.

No volví a encontrarme con sus versos hasta mediados los noventa. Era un curso de ALIN o de la Fundación Antonio Nebrija al que acudió como invitado y sus versos ahondaron en el niño que vio por primera vez el mar. También en el silencio de la biblioteca de Aguadulce, en los descansos del estudio de los temas de las oposiciones, me gustaba observar la estantería de poesía y allí estaban algunos de sus libros y alguna antología de poetas almerienses, el libro de Pedro M. Domene y José Antonio Sáez o los encuentros de Oria, donde se destacaba al poeta de Chirivel como la voz más firme.

En alguna feria del libro, que ya no recuerdo, compré un ejemplar de Los Regresos. Y un verano me dediqué a desentrañar un poema en el que hablaba de las ardillas de Hyde Park y del recuerdo de las de su Sierra de María, que también era la mía.

Y a partir de aquellas ardillas y de mi artículo sobre su poesía en la Revista Velezana comenzamos un tiempo epistolar, como los de antes, con cartas en buzones donde me agradecía mis comentarios y me regalaba su libro Los asombros, mientras yo le enviaba mis versos incipientes, llenos de dudas y de ecos.

Cita se llama el primer poema de su primer libro Ancla enamorada (1956), donde ya está todo el germen estilístico y temático de su vasta obra poética. El poema empieza "Todos estáis citados en mi casa /en el número 4 de esta calle. /Vamos a hablar de rosas y de sangre (…) /Traeros el corazón, es necesario."

Quien visitara su casa y su pueblo, descubría en Julio a un hombre acogedor y cercano. Su paseo de Chirivel, entre plátanos de sombra, la rambla donde los ruiseñores anuncian en la noche la vida y la primavera, los vecinos tan cercanos y saludadores, el vino tan hospitalario y las palabras en largas conversaciones sobre libros y sobre la vida.

En 2001 lo invité a los encuentros Poetas y jóvenes en Roquetas de Mar. Donde profundizamos en su poema El loco del libro Bloque Quinto. La poesía de Julio Alfredo es testigo de ese proceso de éxodo de los años 50 y 60 de la vida rural a la urbana y sus palabras expresan las inquietudes humanas de dicho cambio. Desde La calle (1960) donde nos presenta el sufrimiento de los vecinos de un mundo rural, a Desventurada vida y muerte de María Sánchez (1973) o Bloque quinto (1977) donde la ciudad, nuevo habitáculo, limita tantas veces al ser que un día se alejó de la tierra.

En 2010 volvió a participar en estos encuentros literarios. Era el año de Miguel Hernández, porque entre el poeta de Orihuela y el de Chirivel existen una serie de puntos en común, tanto en la forma de concebir el poema como en sus temáticas. Y aquel homenaje a Miguel Hernández, acabó siendo también un homenaje a Julio Alfredo Egea, con placa y placeta incluida en El Parador. De algún modo el recuerdo de su recital cuando yo era joven, me había llevado a organizar este tipo de encuentros con poetas.

Entre ambos encuentros leí muchas tardes sus poemas (Hacia Alborán navego, El tiempo y las estancias…) o sus relatos llenos de pájaros, de humanidad y lirismo (Disfraz de nieve me sigue pareciendo una obra maestra, por ejemplo). Y luego está su biografía contada en La rambla, llena de anécdotas poéticas y vitales, imprescindible para descubrir en las distintas décadas, al hombre y al poeta.

Quedábamos a veces en actos literarios o me invitaba él personalmente a algunos de los homenajes que se le fueron haciendo en los últimos años. Charlábamos algunas tardes de vacaciones en el paseo de Chirivel. Su conversación era amena, cercana e irónica. Con un gran sentido del humor contaba muchas anécdotas, como por ejemplo el día que fue al médico al hospital de Huércal Overa y al nombrarlo la enfermera, uno de los pacientes le dijo "anda si se llama usted como mi calle" y acabó invitándolo a comer a su casa.

Luego llegó el dolor con la muerte de Patricia, su mujer, y Julio ya no fue el mismo. Poco a poco dejó su canto como lo dejan los ruiseñores que entristecen.

Parafraseando una cita de Octavio Paz, que Julio siempre ha utilizado y que aparece en sus obras completas: "los poetas no tenemos biografía, tan solo poemas", por eso la mejor manera de conocerlo es acercarse a su obra y dejar que sus palabras nos vayan hablando, porque aún tienen mucho que decirnos.

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