Rudolf Häsler, el gran maestro del nuevo realismo que vivió en Almería
Arte
El pintor es uno de los artistas más genunios de la segunda mitad del siglo XX
El Levante almeriense tuvo entre finales de los sesenta y principios de los setenta la dicha de acoger a uno de los artistas más genuinos de la segunda mitad de siglo XX: el pintor suizo-alemán Rudolf Häsler, considerado como uno de los padres del Nuevo Realismo en su vertiente hiperrealista junto a los estadounidenses Denis Peterson, Ralph Goings y Richard Estes, o el madrileño Antonio López García, entre otros.
Como muchos pintores centroeuropeos o de Europa del norte, Häsler sintió desde muy joven la llamada de la luz y el intenso colorido del Mediterráneo. Así, pintó durante largas temporadas en Andalucía, a donde acudía desde su primera juventud, época en la que cultivó amistades en Sevilla, ciudad donde frecuentó la Academia de Bellas Artes Sta. Isabel de Hungría.
Había viajado por el Magreb y desde sus veinticinco años de edad se instaló en la ciudad de Ghardaïa, actual Patrimonio de la Humanidad, en pleno desierto argelino, absolutamente integrado en su comunidad.
Durante su estancia en Granada, conoció a la que sería su esposa, la cubana de origen almeriense María Dolores Soler. Fue a Cuba con la intención de casarse, conocer la isla y marchar después con rumbo a Europa, pero el triunfo de la Revolución, en la que se vio involucrado, le retuvo en el país caribeño doce años. Allí, además de realizar su obra pictórica, dirigió durante varios años el INIT (Instituto Nacional de Industria y Turismo), un proyecto estrella de la Revolución, que situó a la artesanía cubana en el más alto nivel internacional. A finales del año 1968, decepcionado y enfrentado al régimen castrista, cada vez más dictatorial y filo soviético, decidió marchar junto a su familia con destino a Suiza.
Durante la hora que duró la escala en Madrid, la familia tomó la decisión de quedarse en España, instalándose en Almería, donde desde 1969 hasta finales de 1971 vivió en las localidades de Antas (lugar de origen de su mujer) y Mojácar. En esos años, Häsler, deslumbrado por la luz de esta tierra almeriense, realizó una amplia serie de obras, mayoritariamente paisajísticas, centradas en su maravilloso litoral, por aquel entonces exento de turismo y dedicado a la tradicional actividad de la pesca, con sus barcas de llamativos colores y su arquitectura cubista de deslumbrante blanco encalado. En Mojácar entró en contacto con el interesante grupo de intelectuales de Madrid que allí veraneaban, conformado por figuras de la relevancia de Antonio Bonet Correa, el crítico de arte Santiago Amón o el arquitecto Roberto Puig, autor del Hotel Mojácar, para el que Häsler realizó un gran mural, un assemblage en el que incluyó pedazos de barcas y un ala del tristemente célebre avión americano que dejó caer sus bombas atómicas en Palomares.
Con este y otros encargos, Puig quiso aprovechar la extraordinaria experiencia del artista como muralista adquirida en México directamente en el taller del afamado maestro David Alfaro Siqueiros (en el que aprendiera también el mismísimo Jackson Pollock) y desarrollada durante una década como director de los Talleres de Artesanía del INIT. Una labor que iniciaría con tres empleados para llegar a ser, años después, más de cinco mil. Los cuadros realizados en Almería se dividen entre unos de un realismo muy detallado y descriptivo, y otros más cercanos a la abstracción. Aunque todos ellos tienen en común una muy lírica exaltación del color.
Puede decirse que esta etapa artística del pintor fue decisiva para llegar a su estilo definitivo, el que cultivó más tarde hasta consagrarle, después de matizar la luz arenosa y los colores pardos del desierto de Almería.
Rudolf Häsler no se conformaba con pintar lo que tenía enfrente. Hombre culto, de una insaciable curiosidad antropológica y por la gran diversidad de culturas de esta Tierra, viajó toda su vida a lo largo y ancho de cuatro continentes, interesándose por todo y llegando a hablar hasta trece lenguas, en ocasiones conviviendo durante mucho tiempo con los lugareños, a quienes pintaba y dibujaba de forma casi compulsiva, lo que ha dado lugar a una extensísima colección de retratos, de los cuales sus herederos aún conservan un importante conjunto en su legado particular.
A partir del año 1972, Häsler se instaló definitivamente en Barcelona, ciudad en la que recibiría la mayor parte de los homenajes que, tanto en vida como tras su muerte, le dedicaría España. La pintura de sus últimos 30 años, considerada como su etapa de madurez o definitiva, se centra mayoritaria aunque no exclusivamente en las grandes ciudades de los EEUU, que le fascinaban, como auténticas Babeles contemporáneas, por su dinamismo y sus más variados contrastes.
Häsler es considerado como uno de los grandes renovadores de la pintura realista europea de la segunda mitad del siglo XX. Así le fue reconocido de forma universal, y muy especialmente en Cataluña, donde en la gran exposición que el Centre d´Art Santa Mónica dedicó en 1999 (el año de su fallecimiento) al Realismo Contemporáneo catalán, fue especialmente tratado como el pionero de dicha tendencia artística.
El diario La Vanguardia le dedicó a su muerte un amplio reportaje, cuyos titulares dejaban patente que la versión de “Chicago en abanico” de Rudolf Häsler es uno de los grandes paisajes urbanos de nuestro tiempo”.
Su pintura, a diferencia de otras tendencias innovadoras de su tiempo, como el hiperrealismo americano o fotorrealismo -a pesar de ser reconocido por gran parte de la crítica como un practicante de dicha corriente-, está profundamente enraizada en la tradición europea, tanto por su profundo humanismo como por la gran importancia que le concedió a la técnica, mimando literalmente la superficie pictórica, tratada a base de innumerables capas que la hacían densa y profunda, dotándola de una materialidad sutil y misteriosa.
Por su natural inclinación hacia los mundos ancestrales, ya desaparecidos, y sus obras sobre países árabes y africanos, Rudolf Häsler y su hijo, el también artista plástico Alejandro Häsler, han sido considerados como los últimos orientalistas a raíz de la gran exposición que, bajo el título de Quiasma, la mirada del otro, ambos pintores protagonizaron para la inauguración de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo en Sevilla. Una muestra que giró por Andalucía y Oriente Medio.
Así como los franceses, siempre predispuestos a sumar, consideran a Picasso como un “artista francés de origen español”, Rudolf Häsler, por su amor y su hondo conocimiento de la cultura española e iberoamericana, puede y debe ser considerado como un “artista español de origen suizo”. Así lo demuestran iniciativas como la que tuvo el programa de Televisión Española Imprescindibles, que emitió la película realizada en el marco del gran homenaje que Suiza le dedicó en 2018, titulada Rudolf Häsler, odisea de una vida. Película cuya versión más larga se proyectó en los cines de Suiza y durante los siguientes años pasó por la Televisión Internacional de toda Latinoamérica.
Rudolf Häsler fue un hombre de una rica y compleja personalidad, sencillo y afable, que entablaba conversación con todos en la calle. Amante del arte popular y, a su vez, provisto de una amplia cultura. Tan amplia como su producción artística -en técnicas tan diversas como el óleo sobre tela, el dibujo, la acuarela, la escultura, el aguafuerte y el acrílico sobre tabla (una técnica personal que desarrolló en sus obras finales-, legado que se halla en múltiples colecciones privadas.
El gran mural del Hotel Mojácar
La historia del Gran Mural en forma de assemblage, que contenía entre otros materiales un pedazo del ala original del avión que colisionó sobre Palomares dejando caer varias bombas termonucleares sobre su costa, está cubierta con el mismo manto de misterio como lo ha estado, desde lo ocurrido, el propio Broken Arrow (o accidente relacionado con armas nucleares). En las siguientes horas a la caída de las bombas, un hombre muy especial que trabajaba con el hierro y se vio envuelto, por sus excepcionales cualidades naturales, en grandes proyectos de ingeniería en la zona, Tomás Navarro, se encontró un día en la playa el importante pedazo del ala de metal y decidió, en ese mismo momento, enterrarla en lugar seguro. Poco después, cuando ya el lugar se despejó de los numerosos aviones que habían invadido sus aguas, Tomás fue personalmente a entregar el ala del avión americano a Roberto Puig, quien lo guardaría durante más de dos años a la espera de que se le ocurriese hacer algo interesante con el material. Dos años después, el encuentro personal entre Puig y Rudolf Häsler, a la llegada a Mojácar del artista en los primeros meses del año 1969, provocó que la imaginación cobrara vida: había llegado la persona perfecta para idear junto con él el destino de ese material tan testimonial y así fue como nació el proyecto de una obra única que Häsler diseñó y realizó para el arquitecto, un mural basado en un conjunto de elementos conectados entre sí, como una especie de gran collage en la técnica del assemblage, con restos de barcas de pescadores y otros elementos procedentes de los oficios locales, a lo que Häsler añadiera el ala del avión americano. Una obra mural de grandes dimensiones que, junto al edificio brutalista de Roberto Puig, se ha malogrado en su totalidad, siendo una gran pérdida para un pueblo que, en esos años, vivió una edad dorada cultural sin parangón, de la que sus herederos conservan la maqueta.
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