Alana Jurado: “Escribir se ha convertido en una forma de sanar y de conectar con los demás”
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Esta joven de 34 años, nacida en Almería, aunque ahora vive en Valencia, ha publicado recientemente la obra ‘El peso de ser inquebrantable’ donde comparte situaciones y vivencias que la hacen más fuerte
A sus 34 años se ha decidido a compartir con todos los momentos difíciles y complicados que le ha brindado la vida. Aunque ella tiene claro que todo lo vivido le ha servido de aprendizaje. Esta almeriense acaba de publicar el libro El peso de ser inquebrantable.
-¿Alana qué le dirías al lector que quiera leer tu libro. En síntesis que has querido comunicar?
-Le diría que El peso de ser inquebrantable no es un libro más de autoayuda, sino un espejo. Un viaje hacia dentro, hacia esa parte de nosotras que aprendió a ser fuerte por necesidad, pero que también necesita permitirse sentir, soltar y sanar. He querido transmitir que no somos débiles por cansarnos, que ser inquebrantable no significa no romperse, sino aprender a reconstruirse con más conciencia, amor y verdad. Es una invitación a mirarte sin filtros, a reconciliarte con tu energía femenina y a recordar que la verdadera fortaleza también habita en la vulnerabilidad.
-¿Se diría que es una obra sólo para mujeres?
-Aunque muchas mujeres se reconocen en sus páginas, no es un libro exclusivo para ellas. Los hombres también pueden verse reflejados y comprender mejor el equilibrio entre su energía masculina y femenina, aprender a escuchar, sentir y sanar desde otro lugar y reconocer que la sensibilidad no les resta fuerza, sino que los hace más humanos. Con este libro no pretendo dar lecciones, sino despertar conciencia. Es un recordatorio de que la fuerza no está en resistir, sino en sanar.
-Ahora hay muchas publicaciones de autoayuda, pero esta obra va más allá de todo eso. ¿En tu libro hay muchas verdades?
-Está escrito desde la verdad emocional, no desde la teoría. No quise escribir lo que suena bonito, sino lo que realmente vivimos muchas mujeres: la exigencia constante, el miedo a no ser suficientes, la desconexión con nuestra energía femenina y la culpa por sentirnos cansadas. Lo que hay en sus páginas no es un manual, es una confesión compartida. Son verdades que todos, hombres y mujeres, hemos vivido de alguna forma, pero que pocas veces nos permitimos mirar de frente.
-¿Qué te lleva a escribir este libro, Alana?
-Me llevó a escribirlo la necesidad de transformar el dolor en algo útil, de convertir todo lo que me pesaba en algo que pudiera iluminar también a otros. Durante años fui esa mujer que podía con todo, la que no se permitía caer, la que sonreía aunque por dentro se sintiera vacía. Vivía en modo supervivencia, sosteniendo el mundo sobre los hombros sin darme cuenta de que, en ese intento por no romperme, me estaba perdiendo a mí misma. Este libro nace del momento en que decidí quitarme la armadura, dejar de fingir que estaba bien y mirar mis heridas sin miedo. Entendí que solo cuando te atreves a sentir el dolor, puedes transformarlo.
-Tu eres una mujer que dedica mucho tiempo al entrenamiento, a estar en plena forma. Pero el camino recorrido imagino que no ha sido fácil.
-No, no ha sido fácil. Detrás de la constancia y la disciplina hay muchas batallas que no se ven. El entrenamiento, para mí, siempre ha sido mucho más que una rutina o un cuerpo en forma, ha sido una forma de cuidarme, de conectar conmigo misma y de mantener mi equilibrio mental y emocional. El deporte me ha acompañado en cada etapa de mi vida, enseñándome a creer en mí, a superar mis límites y a transformar cualquier caída en aprendizaje. Con el tiempo entendí que mover el cuerpo también es una forma de sanar el alma. Y sin duda, compartir mi día a día en redes sociales me ha hecho crecer en todos los sentidos. Me ha permitido inspirar, conectar con personas reales, crear una comunidad preciosa y demostrar que el bienestar va mucho más allá del físico, se trata de sentirse bien por dentro, de vivir con propósito y con amor por lo que haces.
-Tu naciste en Almería, pero llevas ya un tiempo viviendo en Valencia. ¿Cómo son tus recuerdos de la infancia?
-Almería siempre será mi tierra. Cuando pienso en mi infancia, me vienen a la mente los momentos en familia, las tardes con mi abuela, las comidas largas de domingo y esa sensación de tranquilidad que solo se tiene cuando eres niño y todo parece más sencillo. Recuerdo los veranos con mis primas y amigas, las risas, las pequeñas cosas que entonces no valoras y hoy entiendes que eran felicidad pura. Crecí rodeada de gente auténtica, de valores, de cariño, y eso me ha acompañado siempre. A veces echo de menos esa luz tan especial que tiene mi tierra y sobre todo, la cercanía de la gente. Aunque ahora vivo en Valencia, Almería sigue siendo mi raíz y mi refugio, el lugar al que siempre vuelvo, aunque sea en pensamiento, cuando necesito recordar quién soy y de dónde vengo.
-Y la adolescencia fue un tránsito complicado o la viviste como cualquier chica de tu edad.
-Mi adolescencia fue una etapa muy transformadora. Crecí sintiéndome diferente: era muy alta, muy delgada, y durante años llevé un corsé ortopédico por una escoliosis grave. No fue fácil, y sí, recibí bullying por mi aspecto y por no encajar en los estándares de los demás. Pero siempre tuve carácter, una fuerza interior que me hacía defenderme y no dejar que nadie me hiciera sentir menos. A veces sentía que mi cuerpo era una jaula, y que todo lo que me hacía distinta era también lo que más me dolía. Pero con el tiempo entendí que aquello que me hacía sentir fuera de lugar era, en realidad, mi mayor fortaleza. Esa etapa me enseñó a aceptarme, a valorar mi cuerpo no por su forma, sino por su capacidad de resistir y evolucionar. Hoy miro atrás con ternura y orgullo, porque sin esa parte de mi historia no sería quien soy.
-Aunque muchos lo califican como culto al cuerpo, lo cierto es que hay gente que dedica mucho tiempo a cuidarse. ¿Cuando decides que tu vas a ser tu propia dueña y hacer sesiones en gimnasio hasta llegar al cuerpo que tienes ahora?
-No empecé en el gimnasio por motivación, sino por dolor, por inseguridad, por no reconocerme frente al espejo y sentir que mi cuerpo no encajaba en ningún lugar. De adolescente medía 1,80 metros y pesaba 40 kilos; era extremadamente delgada, con una complexión fina y frágil. Mis piernas que hoy son mi sello fueron durante años mi mayor complejo. Viví gran parte de mi adolescencia con un corsé ortopédico por una escoliosis grave. Los médicos me prohibieron hacer deporte, especialmente con peso, y me dijeron que lo único que podía practicar era natación.
-Menuda situación.
-Mis padres me apuntaron a natación, y aunque al principio no me gustaba, terminé encontrando ahí mi primer refugio. Hasta que un día, desde el borde de la piscina, vi a los grandes nadadores entrenando y supe que quería estar ahí. Así empezó mi historia con el agua. A base de disciplina, constancia y muchas horas de entrenamiento, pasé de ser la niña con corsé a convertirme en campeona de Andalucía, y más tarde, en campeona de España. Años después llegó el gimnasio, y aunque no fue amor a primera vista, se convirtió en mi segunda oportunidad.
-Siempre superando todo.
-Transformé el dolor en energía, la inseguridad en constancia y los complejos en poder. Mis piernas, las que un día escondí, hoy son mi símbolo porque representan todo lo que superé y me recuerdan que del dolor también puede nacer la fortaleza. Hoy me siento bien al poder decir que los médicos no siempre tienen razón, que hay límites que solo existen hasta que alguien se atreve a superarlos. El deporte me enseñó que el cuerpo tiene una capacidad increíble de sanar y adaptarse cuando lo tratas con amor y constancia.
-Imagino que mantener la linea, no debe tampoco resultar fácil. Aparte de entrenamiento la dieta imagino que es clave.
-Mantenerme en forma no es algo fácil, pero tampoco lo vivo como una obligación. Es un estilo de vida que elegí porque me hace sentir bien, equilibrada y en paz conmigo misma. El entrenamiento es fundamental, pero la alimentación es la base de todo: es lo que da energía, salud y bienestar real. No creo en las dietas restrictivas, sino en aprender a nutrirse con conciencia, a escuchar al cuerpo y darle lo que necesita en cada etapa. Comer bien no es renunciar, es cuidarte desde el amor, no desde la exigencia. Para mí, el equilibrio está en eso: en moverme, alimentarme bien, descansar y disfrutar de lo que hago cada día.
-¿Qué conclusiones te gustaría que sacaran los lectores de tu libro?
-Me gustaría que, al cerrar el libro, cada persona se quedara con la sensación de haber sanado una parte de sí misma. Que entendiera que no hay debilidad en sentir, ni vergüenza en romperse, y que el verdadero crecimiento nace cuando te atreves a mirar tus heridas con amor y no con culpa. Quiero que los lectores comprendan que ser inquebrantable no significa no caer, sino aprender a levantarse de una forma más consciente, más libre y más real. Y que el equilibrio entre la energía masculina y femenina, esa fuerza y esa sensibilidad que todos tenemos , es la clave para volver a sentirse en paz. Si algo deseo, es que este libro les recuerde que del dolor también puede nacer belleza, y que cada historia, por muy dura que sea, puede transformarse en poder.
-Ahora que el libro ya está en la calle, te habrán quedado cosas por decir. Te planteas otro libro en el futuro.
-Sí, siempre quedan cosas por decir. Este libro fue una liberación, una forma de poner en palabras todo lo que necesitaba soltar, pero también me abrió la puerta a seguir escribiendo. Cuando terminas un proyecto tan profundo, te das cuenta de que la transformación no acaba, solo evoluciona. De hecho, ya estoy trabajando en mi segundo libro, que será una continuación natural del primero, pero desde otro lugar: más consciente, más maduro y con una mirada distinta hacia el proceso de reconstruirse. Escribir se ha convertido para mí en una forma de sanar, de entender y de conectar con los demás. Así que sí, sin duda habrá más libros. Porque mientras siga creciendo, siempre tendré algo que compartir.
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