Hombre de genio

Arthur Schopenhauer | Crítica

Acantilado recupera la amena y esclarecedora biografía que Luis Fernando Moreno Claros dedicó a Arthur Schopenhauer, uno de los pensadores más influyentes de la modernidad

Arthur Schopenhauer (1788-1860) retratado por Ludwig S. Ruhl hacia 1815.
Arthur Schopenhauer (1788-1860) retratado por Ludwig S. Ruhl hacia 1815.

La ficha

Arthur Schopenhauer. Una biografía. Luis Fernando Moreno Claros. Acantilado. Barcelona, 2024. 496 páginas. 30 euros

Por su influencia directa en autores como Nietzsche, Freud, Kafka o Borges, aunque la lista de sus admiradores contiene muchos otros nombres de primer orden, entre ellos Tolstói, Proust o Thomas Mann, la obra de Schopenhauer merece un lugar especial en la historia de la filosofía, pues en pocos casos un pensador estricto ha inspirado a tantos creadores que en cierto sentido le han devuelto con su consideración el alto lugar que concedía al arte en su sistema. Pero su gran difusión tiene también que ver con la claridad y la elegancia de su estilo. Aunque no siempre bien entendido, Schopenhauer es un clásico popular, hasta cierto punto, de ahí el relativo desdén que hasta hace no mucho merecía su figura en los ambientes académicos. Parte de esa popularidad puede que se deba al personaje, que con su característica melena alada, según aparece en los retratos de vejez, es también un icono del romanticismo. Arrogante, vanidoso, iracundo, misógino, un ser “insoportable”, como lo calificara su propia madre, el “sabio de Fráncfort” no era precisamente un dechado de virtudes y su vida ofrece un arsenal de anécdotas que tienen algo adictivo. Muchas aparecen en la biografía de referencia de Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, pero esta otra de Luis Fernando Moreno Claros, antes en Trotta y ahora en Acantilado, contiene con mayor nitidez el retrato del hombre.

El carácter del filósofo, su extravagante personalidad forman parte de su legado

No es un aspecto menor. Como explica el biógrafo, el carácter de Schopenhauer, su extravagante personalidad forman parte de su legado –“en mis obras estoy yo entero”, le dijo a su discípulo Frauenstädt– de un modo que permite considerarlos una sola cosa. Él se veía a sí mismo, con insuperable inmodestia, como un genio que había resuelto el “enigma de la existencia”, pero tardó décadas en ser reconocido mientras Fichte, Schelling y Hegel, máximos representantes del idealismo alemán, se llevaban todos los honores. Y es indudable que algo de ese difícil carácter –de ese genio en todos los sentidos– se trasluce en una filosofía proverbialmente pesimista que no se hace ilusiones respecto a las bondades del prójimo y abona, desde el descreimiento, la imagen bíblica del valle de lágrimas. Pese a su larga posición de marginalidad, de la que se quejaba amargamente, Schopenhauer llevó una cómoda vida de rentista, gracias a la herencia que recibió cuando murió su padre, y pudo dedicarse libremente al estudio, enfrentado a una madre –Johanna, salonnière y novelista de éxito, un personaje fascinante– que no podía ser más distinta. Ambos tuvieron trato con Goethe, a quien el joven filósofo admiraba y se permitió corregir, pero ni esa relación ni las que intentó en el mundo universitario tuvieron éxito.

Es fácil ridiculizar sus incorrecciones, pero hay que rendirse a su grandeza

Es fácil ridiculizar sus incorrecciones y manías, su obstinación casi fanática, pero también hay que rendirse a la grandeza de una cosmovisión cifrada en dos obras maestras: El mundo como voluntad y representación (1818) y Parerga y paralipómena (1851), que señaló su definitiva consagración y validó retrospectivamente la primera. Como apunta Moreno Claros, la radical novedad de su sistema, que implica la ruptura con el orden regido por el bien de la tradición anterior, viene de su apelación a la fuerza irracional que gobierna el mundo –la voluntad común a todos los seres vivos, una especie de energía o impulso ciego– y le imprime su condición cruel, caótica y absurda. La vida no es divina ni buena ni bella. La representación, el mundo que percibimos, sólo existe en relación con la conciencia y es mera ilusión. Platón, Kant, las Upanishads y la religión sin Dios del budismo son las fuentes que alimentan su filosofía, que predica el ascetismo y la renuncia –él no se privó de nada– y se acompaña de una ética basada en la compasión universal. Schopenhauer aparece en los manuales como inspirador y precursor de Kierkegaard y de Nietzsche, pero se habla menos de su devoción por la literatura española –tradujo el Oráculo manual de Gracián, autor de cabecera, y leyó a Cervantes, Quevedo y Calderón– que el biógrafo consigna oportunamente. Afirmaba el campeón de la misantropía que la vida es “una cosa miserable”, pero hay gigantes que la hacen más llevadera.

Dramatis personae

La admirable familiaridad de Moreno Claros con su objeto de estudio se extiende a otros títulos como Introducción a Schopenhauer (Gredos, 2023) o distintas ediciones de sus libros y en particular, si hablamos de la dimensión biográfica, a dos repertorios publicados por Acantilado: Conversaciones con Arthur Schopenhauer (2016), donde se recoge una impagable colección de testimonios sobre la vida y obra del pensador, con origen en los encuentros que dejaron en el recuerdo de los interlocutores muestras de su registro oral, y el volumen que reúne una amplia selección de su Correspondencia escogida (1799-1860) (2022). Entre los corresponsales del epistolario destacan su madre Johanna y su hermana Adele, el venerado Goethe, los editores de Brockhaus, la corista berlinesa Caroline Medon –única mujer de la que Schopenhauer parece haber estado enamorado– y no pocos amigos, seguidores y discípulos, que abundaron en la etapa final de reconocimiento. En esos años postreros, el pensador entabló una amistad entrañable con la joven escultora para la que posaba, Elisabeth Ney, recreada por Fernando Savater en una deliciosa “comedia filosófica”, El traspié, publicada por Anagrama en 2013 pero concebida a comienzos de los ochenta. Si “la vida de todos los hombres geniales es siempre trágica”, como decía el viejo cascarrabias, no hay drama que no tenga un reverso cómico.

stats