Tiempos perdidos

Cuarteto de la memoria | Crítica

Alfaguara reúne las cuatro primeras novelas de José Carlos Llop en un solo volumen que compendia buena parte de las claves y la poética de su espléndido mundo narrativo

José Carlos Llop (Palma, 1956).

La ficha

Cuarteto de la memoria. José Carlos Llop. Alfaguara. Barcelona, 2025. 552 páginas. 24,90 euros

La dedicación a la narrativa de José Carlos Llop, que ya era un poeta y diarista reconocido –había publicado también los relatos recogidos en Pasaporte diplomático (1991)– cuando se estrenó como novelista con El informe Stein (1995), puede calificarse de tardía, pero las cosas llegan a su tiempo y quizá no podría haber ocurrido de otro modo. El propio Llop ha contado –y lo recuerda en el prólogo a esta edición recopilatoria– el modo en que aquella primera novela le vino o se impuso casi mágicamente, a partir de dos frases iniciales que desencadenaron una “escritura en estado de gracia”. Esa especie de feliz rapto no se repetiría en las siguientes, pero es o será evidente para el lector que tanto La cámara de ámbar (1996) como Háblame del tercer hombre (2001) y en menor medida, a nuestro juicio, El mensajero de Argel (2005), tienen un indudable aire de familia que deja ver la relación entre ellas y con la que abrió el ciclo, de ahí la oportunidad de reunir el conjunto en un solo volumen que su autor ha titulado, recurriendo al concepto que define su forma de hacer literatura, Cuarteto de la memoria.

Es un volumen espléndido que contiene, tanto más visible en la compilación, toda una poética, una forma de mirar que asimila al narrador a los diferentes yoes narrativos y enmarca su época, la segunda mitad del siglo XX, en unas coordenadas culturales y sentimentales muy precisas. Aunque no se trata de novelas autobiográficas, las de Llop aquí reunidas están traspasadas por la vida y por la memoria de un escritor que por una parte se siente profundamente arraigado en una ciudad y una isla –apenas nombradas, pero siempre presentes– y por otra se inscribe en un linaje mayor de alcance europeo, heredero de una tradición cosmopolita que lo define en la misma medida. Son novelas de atmósfera en las que la acción, reducida a lo mínimo, a hechos que tampoco se explican por completo, pesa menos que los personajes y sobre todo el ambiente, cuajado de misterio, de situaciones ambiguas, de palabras no dichas o sólo insinuadas. Al margen de la sugerente intriga que las sostiene, son también novelas líricas y a la vez meditativas, atravesadas por reflexiones morales y por una estética moderna que hoy es puro clasicismo.

Las novelas de Llop se acogen a una forma de narración elíptica y envolvente

El “mundo que ya no existe” se refleja en todo el ciclo, visto desde la perspectiva del niño o el muchacho que protagonizan El informe Stein o Háblame del tercer hombre, novelas de formación y paso a la edad adulta, o de los personajes plenamente conscientes que comparecen en La cámara de ámbar y El mensajero de Argel. Las alargadas sombras de la segunda guerra mundial y la guerra civil española, la educación con los padres jesuitas, el regreso a la ciudad y la herencia no sólo material de los antepasados, los entresijos de la vida de los militares, la plenitud de la contracultura en los años setenta, la decadencia de una sociedad abonada al olvido, son algunos de los temas tratados por Llop en novelas llenas de historias que se acogen a una forma de narración elíptica y envolvente, sabiamente modulada para seducir al lector con su mezcla de atractivos caracteres y evocadoras palabras, muy medidas, como los silencios.

Procedente de la crítica francesa, que ha reconocido a Llop como lo que es, un gran escritor europeo, la etiqueta de “Modiano español” surgió con motivo de la traducción de El informe Stein y es aplicable en particular a esta serie de novelas o por razones obvias a la posterior –París: suite 1940– que siguió los oscuros pasos de Ruano en el París ocupado. Pero en el escritor mallorquín, que aborda como el francés zonas grises y episodios turbios, hay también o además un registro morandiano, más sensual y exuberante. Llop usa de un lenguaje musical y exquisito pero no preciosista, a veces seco y directo y otras demorado, casi proustiano, surcado por imágenes, analogías y ocasionales ritornelos. Es un narrador sensible e inteligente y por ello bienhumorado. Merece la pena volver a las novelas del Cuarteto, admirable recreación de tiempos perdidos que de hecho no han prescrito en tanto que perviven en la memoria.

Pura fantasmagoría

Gracias al narrador más abiertamente autobiográfico de En la ciudad sumergida (2010), Solsticio (2013) o Si una mañana de verano, un viajero (2024), sin olvidar el hermoso retrato generacional que ofrece Reyes de Alejandría (2016), podemos acceder a algunas de las claves personales que alientan en el trasfondo de las novelas del Cuarteto. Todo lo referido a Palma, desde luego, la ciudad vivida y la leída o la imaginada por otros, pero también a las experiencias familiares, la épica juvenil y la educación sentimental y no sólo literaria –también artística, musical y cinéfila– que está en la base de la formación de Llop, un imaginario recurrente que se extiende asimismo a su obra en verso. Aun sabiendo que la memoria es, como se dice en Háblame del tercer hombre, “pura fantasmagoría”, el empeño literario del escritor nace de su voluntad de contrarrestar el olvido, desde la conciencia de un final de civilización que se expresa abiertamente en El mensajero de Argel. Definida por el mismo Llop como una novela de ideas, la cuarta novela del ciclo confronta los luminosos recuerdos de quien fuera niño en una comuna hippie, convertido en “entrevistador de ancianos” supervivientes, con la constatación posterior de un fracaso colectivo al que le ha sucedido una realidad contemporánea de perfil amnésico y trazas inquietantes –ya no distópicas sino bien reales– en la que todo sugiere decadencia.

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