Di Geraldo, Sambeat, Caramelo y Oteo ejecutan un concierto memorable en el Teatro Apolo

Música

El baterista Tino de Giraldo lideró este encuentro de libertad musical que quedará grabado en la memoria del Festival de Jazz

Caramelo de Cuba, Perico Sambeat, Peter Oteo y Tino di Geraldo durante su actuación en el Teatro Apolo.
Caramelo de Cuba, Perico Sambeat, Peter Oteo y Tino di Geraldo durante su actuación en el Teatro Apolo.

Cuando reúnes talento en un ambiente de armonía, el resultado sólo puede ser excepcional. Es lo que sucedió el sábado en el Teatro Apolo, en el marco del 35º Festival Internacional de Jazz de Almería. Almerijazz vivió uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria: una conversación entre tradición y riesgo de cuatro grandes del jazz.

Con producción propia de Almerijazz, el baterista Tino di Geraldo, figura cardinal en el cruce entre jazz, flamenco y rock en España, lideró este encuentro musical, en el que estuvo acompañado de otros tres ‘monstruos’ del jazz: en el saxo y vientos, Perico Sambeat; al piano, Caramelo de Cuba; y con el bajo, Peter Oteo. Fue una declaración artística, un recordatorio de que la música sigue siendo un territorio abierto donde la libertad y el conocimiento pueden abrazarse sin límites.

Tino di Geraldo, sentado tras la batería, asumió el papel de arquitecto sonoro. Su toque, lejos del mero acompañamiento, actuó como un centro de gravedad donde todo se articulaba. La percusión no fue ritmo solamente: fue respiración, textura, impulso narrativo. Sus compases, llenos de matices, mostraron cómo el batería puede ser, al mismo tiempo, capitán y poeta. Cada golpe y cada silencio parecían parte de una conversación con el aire. Sus solos de batería, extensos, estuvieron repletos de matices y demostraron la capacidad de este instrumento de percusión para brillar, por encima del mero acompañamiento.

En el centro, con los vientos, Perico Sambeat, santo y seña de la historia del jazz en España, ofreció un sonido robusto, lleno de intención. Sus líneas parecían dibujar el espacio del teatro, expandiéndolo, estirándolo. Hubo momentos en los que su soplo sonaba a lamento profundo, y otros en los que ascendía con la fluidez del aire sobre el mar. Sus improvisaciones eran de una calidad innata, pausada y llena de la sabiduría de un artista que domina como nadie el instrumento.

Caramelo de Cuba al piano aportó una calidez caribeña que se movía entre la elegancia del jazz contemporáneo y la sabiduría rítmica afrocubana. Sus manos parecían cantar. Cuando pulsaba el teclado, las frases se desplegaban como abanicos. Su sentido de la armonía iluminó la noche.

Peter Oteo, al bajo, sostuvo el pulso con una firmeza elegante, sin necesidad de protagonismo. El bajo, a menudo relegado al papel invisible del sostén, adquirió aquí una presencia cercana, casi táctil. Oteo marcó las rutas, sostuvo los climas y, cuando la música lo pedía, se permitió breves intervenciones que fueron como destellos en la penumbra.

En una noche que se recordará, Di Geraldo, Sambeat, Caramelo y Oteo trazaron un mapa emocional de enorme riqueza, un viaje sonoro entre el flamenco, el jazz y el latín jazz, con un repertorio que reforzó ese espíritu de viaje. Temas que se extendieron para dar tiempo a que artista pueda crear su propia partitura, que se fusionaba con la creatividad de los demás músicos, configurando en directo composiciones, ante la admiración del público que llenó el teatro Apolo.

Comenzaron con ‘Di Geraldinas’, una fusión de flamenco y jazz, y continuaron con All Blue, Esssaguira, donde se dejaron llevar por las influencias de los paisajes sonoros mediterráneos y magrebíes, Hallaré, Travesía, Boplería y concluyeron con una versión evocadora de Entre dos aguas de Paco de Lucía, en una relectura emocional y respetuosa, una forma de reconocer la herencia sin perder la voz propia.

Una conversación musical entre cuatro maestros que se conocen

Este encuentro entre jazz, flamenco y latin jazz no fue una mera mezcla de estilos. Fue una conversación entre cuatro maestros que se conocen, se respetan y se escuchan. La complicidad fue palpable: miradas, gestos, silencios compartidos que revelaban la alegría de tocar juntos. Para quienes asistieron, el concierto fue una lección viva sobre cómo la música improvisada se construye en el presente, en el exacto segundo donde nacen las decisiones. El Teatro Apolo fue testigo de una celebración de la libertad musical. Una velada que honró la tradición y la desafió al mismo tiempo. El recuerdo de que el jazz no es un género cerrado, sino un lenguaje permeable que se fortalece cuando se abre a otros acentos. Y ahí está su grandeza y la del Festival Internacional de Jazz de Almería, que se enriquece cada año del talento de los artistas procedentes de otros países, otras provincias y también del arte local. Grande Almerijazz.

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