La forma de la carne: del anfibio a la criatura de Mary Shelley
FRANKESTEIN | CRÍTICA
La ficha
(*) 'Frankestein'. Terror. Estados Unidos. 2025. 149 min. Dirección y guion: Guillermo del Toro. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Dan Laustsen. Intérpretes: Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth, Cristoph Waltz, David Bradley.
Dividida en tres secciones -un prólogo, el relato de Víctor y el relato de la criatura-, el primero, mucho más breve, es poderoso visualmente, espectacular en su acción, sugestivo en su planteamiento. Estupenda idea la de partir del final de la novela -el encuentro entre Víctor, la criatura y el capitán de un barco varado en los hielos- para narrar la historia en forma de flashbacks, tomada del planteamiento original de Mary Shelley en la que es el capitán el narrador epistolar de la historia.
Me frotaba las manos. Por fin, 94 y 90 años después de las dos obras maestras de James Whale, El doctor Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935), parecía que se iban a alcanzar esas dos cumbres tras tantas adaptaciones simpáticas pero mediocres (La maldición de Frankenstein y La venganza de Frankenstein, Fisher, 1957 y 1958), guarronas (Carne para Frankenstein, Morrissey, 1973) o relamidamente pedantes (Frankenstein de Mary Shelley, Branagh, 1994), a las que se pueden añadir un puñado de series B o Z divertidísimas (La zíngara y los monstruos que reúne a Frankenstein, Drácula y el Hombre Lobo, Jesse James y la hija de Frankenstein, Santo y Blue Demon contra el doctor Frankenstein o Frankenputa) sin olvidar la extravagancia pop-flashdance de Sting y Jennifer Beals La prometida y, por supuesto, El jovencito Frankenstein de Brooks y los Frankenweenie de 1984 y 2012 de Burton.
Tras este estupendo prólogo, el inicio del segmento del relato de Víctor en el sugestivo escenario del camarote del capitán de la nave varada en los hielos, con la indestructible criatura acechando a su presa, funciona muy bien visual y narrativamente desde el relato de la infancia del protagonista, maltratado por un padre distante y exigente que lo quiere educar a fustazos como el heredero de fama como cirujano y mimado por una madre sensible y cariñosa. Hasta que la muerte de su protectora, y el sospechoso fracaso de su padre para salvarla, le hace jurar que logrará vencer a ese invencible enemigo frente al que la medicina se rinde.
Por desgracia conforme Víctor crece la película mengua y el reconocido talento visual de del Toro decae al adentrarse en la fase de los experimentos para la creación de la criatura, tirando hacia una retórica kitsch posiblemente involuntaria amplificada por un pésima, omnipresente y grandilocuente partitura del habitualmente eficaz y camaleónico Alexandre Desplat (supongo que empujado por el director a soltarse la melena sinfónica). Decisiones arriesgadas, como el contrapunto de un vals en la secuencia cumbre de la creación de la criatura, no funcionan (¡qué nostalgia de La creación que compuso Franz Waxman para La novia de Frankenstein!). Tampoco funciona el diseño de la criatura, más atractivo que repulsivo para preparar la historia de casi amor o ternura compasiva que lo ligará a la cuñada de Víctor, un personaje tan desafortunado en su afectación como importante en el desarrollo dramático de la historia, perjudicado por una interpretación meliflua de Mia Goth.
Lo que nos lleva a otro problema de la película: el reparto. Oscar Isaac (Víctor) sobreactúa gritonamente con el aspecto de una caricatura de Daniel Day Lewis, Felix Kammerer (el hermano) está blandito, Mía Goth ya se ha dicho que está meliflua en su papel de sensible, espiritual y empática damisela victoriana y Jacob Elordi solo correcto como la criatura. Las mejores interpretaciones son las de los secundarios Christoph Waltz (el mecenas Harlander), Charles Dance (el padre de Víctor) y Lars Mikkelsen (el capitán Anderson).
Lo peor, ya apuntado en la segunda, llega con la tercera sección de la película: el relato de la criatura. Aquí del Toro retoma en plenitud uno de sus temas favoritos, el amor o la ternura por la desdichada y bondadosa criatura que todos toman por un monstruo, en una variación sobre La forma del agua igualmente cursi. Aquí se desfonda del todo la película.
Hay fidelidad, pese a los cambios del guión, a las intenciones de la obra original de Mary Shelley; pero el tratamiento la arrastra a la sensibilidad o sensiblería del director. Hay algunos, pocos para tratarse de del Toro, apuntes visuales interesantes. Pero en conjunto se trata de otra obra fallida (para mí: los colegas la han aclamado) de un director interesante y original con el que comparto -lo que une mucho- la afición omnívora, desde las cumbres a lo pulp a la series B, por la literatura y el cine fantástico y los gabinetes de curiosidades. Y de quien aprecio las interesantes, pero casi nunca bien rematadas, Mimic, El laberinto del fauno (sobre todo por sus hallazgos visuales), La cumbre escarlata, El callejón de las almas perdidas y Pinocho; algo menos Hellboy y Pacific Rim; y nada La forma del agua, junto a la que pongo este Frankenstein tan prometedor en su inicio: un excelente aperitivo, un primer plato tolerable, un segundo plato indigesto y un postre empalagoso.
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