Las frutas de la Luna
Salón de lectura por José Antonio Santano
La obra reúne un total de 20 relatos diferentes en su temática
Desde el mismo título ya se adivina el dominio de la metáfora, la condición de fabulador neto de Ángel Olgoso, el autor de los relatos contenidos en este libro.
Las frutas de la luna incluye veinte relatos diferentes en su temática pero unidos en la forma por ese estilo que caracteriza de manera singular a Olgoso, una voz distinta, natural e inconfundible dentro del panorama actual de la narrativa española. Y me atrevería a decir más, magistral, aunque lamentablemente aún no haya sido atendida por algunos críticos como verdaderamente se merece, mas esa es una cuestión irrelevante ahora; la importancia del relato, de la capacidad fabuladora de Olgoso, esa búsqueda de lo desconocido, de bucear en el silencio, en el misterio, ese adentrarse en las profundas y procelosas aguas de la condición humana, trascendiéndola hasta llegar a configurar un universo propio donde la belleza y la luz, la oscuridad y la melancolía son la esencia misma del discurso narrativo, son los rasgos que nos interesan de él, la literatura en estado puro, como la vida misma.
El narrador observa desde la tierra esa Luna de ensueño, ese cosmos fulgente en el espacio sideral y nos invita a recorrer junto a él el camino de la fantasía, a recoger sus frutos: las frutas.
Olgoso es un creador, y, como tal, compone, piensa, inventa o imagina hasta límites insospechados, lentamente (han transcurrido algunos años desde su último libro de relatos Astrolabio), sin prisas que le aparten del objetivo marcado, como si fuera un escultor que cincela, golpe a golpe, una piedra, en su caso, la palabra.
Crea imágenes fantásticas y únicas, con una elaboradísima y cuidada adjetivación, de manera que la metáfora es su verdadero reino, 'las uñas de la lluvia en los cristales' (pg. 75), ejemplo entre otras muchas que se reparten por las páginas de este libro, nada es casual, todo lo contrario, cada palabra está en el lugar que le corresponde, tanto por su función sintáctica como semántica. Olgoso metamorfea la realidad para construir otra realidad distinta, verosímil pero diferente, pensada e imaginada por él, sujeta sólo a sus propias normas narrativas, arriesgadas, pero independientes, libres.
Existe en Las frutas de la luna una armonía, un perfecto equilibrio entre fondo y forma; las temáticas, el tratamiento de los personajes, de la multiplicidad de los recursos narrativos, de la propia construcción y elaboración del relato convive, cohabita con la forma de expresar, con el aspecto exterior del lenguaje, con la belleza que aportan las palabras al conjunto que venimos en denominar relato o cuento, obra literaria en sí misma.
Olgoso nos sabe contagiar la singularidad de cada uno de sus cuentos, sus historias conmueven, perturban, función primordial de la obra de arte, y así, insiste una y otra vez desde su ingente capacidad para la abstracción y la fantasía (animales y monstruos, personajes misteriosos de otros libros) hasta mostrarnos la realidad trascendida de la condición humana (existente en los cuentos de este libro).
Si hubiera que destacar de entre los veinte relatos algunos de ellos -sin desmerecer al resto, claro-, optaría por Contraviaje, que lo dedica a otro destacado cuentista español, José María Merino, y en el cual asistimos a la destrucción del mundo: 'Aligérate, mago, es casi la hora. Y se dispusieron a desmontar, cautelosamente, la última pieza del Universo'; El síndrome de Lugrís es una suerte de alquimia de lenguas (castellana y gallega) que embriagan al lector hasta levitar entre nubes de melancolía.
La esencia del lugar, de la saudade, del apego al terruño se muestran a través de las calles y plazas, de las entrañas de la propia cultura gallega. Pero sobre todo, se remueve el dolor y la soledad humanas hasta la umbría o las sombras de la locura.
Las perlas de Indra o Aramundos son otros dos relatos que no dejan indiferentes al lector. El primero de ellos cuenta la historia de una niña que es violada: 'Tenía nueve años cuando ocurrió. Eran las primeras horas de la tarde y yo recogía berros en la orilla del canal Gobindapur, sola, con el agua hasta las rodillas'; en Aramundos hallamos la plasticidad de la escritura en el sonido de la flauta del afilador: '…del chiflo de tres agujeros mana un chorro cristalino y espumoso, vibrante y coloreado, un chorroembelesadorque se derrama libremente por canalillos aéreos, que trepa y amaga y se rompe en espejos…'.
Y, finalmente, como colofón a esta reseña: Suero, un relato magistral que nos cuenta la historia de una gota de suero que sirve de vínculo, de cordón umbilical para contar la historia de tres mujeres y tres generaciones. Aporta este relato, además de la belleza formal, la sintaxis, el tema elegido, la construcción y desenlace, algo que se olvida con frecuencia: emoción, esa que nos altera, nos conmociona o perturba. Sin duda el relato de un laborioso artesano, una joya, una obra de arte, escrita con la genialidad y la maestría literaria de su autor: Ángel Olgoso.
ÁNGEL OLGOSO (Cúllar Vega, 1961) Es autor de varios libros de relatos, entre los que destacan Los demonios del lugar (2007) y Astrolabio (2007). En Cuentos de otro mundo (1999) y La máquina de languidecer (2009) ha reunido sus últimos microrrelatos, y en Los líquenes del sueño (2010) una amplia selección de los cuentos escritos entre 1980 y 1995. Su obra, traducida al inglés, alemán e italiano, figura en las mejores antologías del cuento y del microrrelato hispánico.
También te puede interesar