Salón de lectura. por José Antonio Santano

La gruta y la luz

La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario "La gruta y la luz", ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna -principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción -verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior -conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese "tiempo gris" que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero manténnos -pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». De la tercera parte, "Celebraciones", destaca el poema "Roma": «y es Roma lo que habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la "Ciudad de la memoria": «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en "Nuevo límite", la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». "La gruta y la luz", una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.

Autor: Francisco Ruiz Noguera. Edita: Visor (Madrid, 2014)

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