“Cuando las imágenes pierden su cuerpo”: Un diálogo entre Sema D’Acosta y Joan Fontcuberta sobre materia, memoria y la transformación posfotográfica

En el Centro Fundación Unicaja, ante una sala repleta y expectante, la voz de Joan Fontcuberta vuelve a proponer aquello que lleva décadas ejercitando: desmontar las certezas que creíamos tener sobre la fotografía. Con motivo de la exposición Háptica, comisariada por Sema D’Acosta, el artista revisita una parte de su trayectoria menos visible para el gran público, pero esencial para comprender la mutación profunda que viven hoy las imágenes. Sus palabras —claras, irónicas, luminosas— funcionan casi como un manifiesto vivo.

El encuentro parte de una premisa que sostiene toda la exposición: ¿qué sucede cuando la fotografía pierde su cuerpo? ¿Qué ocurre cuando la imagen se desprende de ese soporte material que durante más de un siglo definió su existencia y su relación con la memoria? D’Acosta abre la conversación colocando estas preguntas en el centro.

La materia como origen: pensar la imagen, pensar con la imagen

«Cuando empecé, no quería documentar el mundo, quería indagar la naturaleza misma de la fotografía.» —J. Fontcuberta

Fontcuberta recuerda sus inicios desde la herencia del estructuralismo y el arte conceptual. No se acercó a la fotografía como un testigo del mundo, sino como un sistema de pensamiento visual. Desde ahí construyó los cuatro pilares que aún hoy articulan toda su obra: verdad, memoria, lenguaje y materia.

Particularmente esta última —la materia— se ha convertido en el punto axial de los proyectos reunidos en Háptica. La fotografía, dice Fontcuberta, siempre ha tenido un cuerpo y un alma: un soporte físico que se toca, pesa y se deteriora, y un contenido que transmite. Con la llegada de la digitalización, ese “alma” se ha emancipado del cuerpo, dejando atrás un cadáver frágil que se descompone en archivos y negativos corroídos.

La posfotografía, afirma, es el momento en que ese desprendimiento se consuma.

Cuando la fotografía sale del armario

Una anécdota tan doméstica como reveladora: el limonero de su jardín que, tras treinta años, comenzó a dar naranjas. Para Fontcuberta, esa ruptura de la identidad vegetal funciona como una parábola de la imagen contemporánea.

«La fotografía está saliendo del armario.»

Durante más de un siglo, explica, la fotografía se creyó obligada a cumplir roles documentales y veraces. Pero como el limonero híbrido, hoy descubre que puede ser otras cosas. Puede convertirse en imagen algorítmica, en ficción, en síntesis, en lenguaje autónomo. La irrupción de la inteligencia artificial —a la que llama “realismo IA”— marca este punto sin retorno: ya no podemos distinguir con facilidad qué procede de la luz y qué de los datos.

La pregunta ya no es cómo se hace una imagen, sino para qué sirve, qué vínculo establece con nuestra conciencia.

Trauma: las ruinas de la memoria fotográfica

Uno de los núcleos de Háptica es la serie Trauma, una exploración de fotografías encontradas en estado avanzado de deterioro. Emulsionadas, corroídas, devoradas por hongos microscópicos, estas imágenes agonizan como si fuesen cuerpos vivos.

«Las fotografías también tienen un metabolismo.»

En ellas, Fontcuberta registra el instante decisivo previo a la desaparición: el momento exacto en que la imagen comienza a olvidar lo que fue. El gesto es profundamente poético: documentar no ya el mundo, sino el declive del soporte, la erosión del tiempo sobre la memoria visual.

La metáfora es explícita cuando menciona el Alzheimer, enfermedad que ha tocado de cerca a su familia. Las fotografías degradadas equivalen a imágenes amnésicas, incapaces de recordar su vínculo original con la realidad.

Del fetiche a lo efímero: la transformación del vínculo emocional

Uno de los pasajes más significativos del encuentro aparece cuando Fontcuberta contrasta dos generaciones: la que llevaba en la cartera fotografías físicas de seres queridos y la que hoy dispara imágenes que borra minutos después. Aquello que antes era un fetiche —un objeto cargado de presencia vicaria— se ha convertido en un gesto comunicativo.

«Hoy hablamos fotografía aunque no nos demos cuenta.»

La imagen ya no necesita durar; solo necesita circular. El acto de fotografiar en un concierto, explica, es más importante que la propia imagen obtenida. Es un ritual de adhesión, una palabra visual lanzada en la sociedad hiperconectada.

La memoria, antes un mandato, ahora es simplemente una opción.

Entre ruinas: la estética del deterioro como nueva sensibilidad

Joan conecta con la estética contemporánea de la ruina, retomando referencias a arquitectos y teóricos que defendían la belleza del colapso. En este contexto, Trauma funciona como un inventario de restos, como un arqueólogo que toma conciencia de que para abrir un nuevo ciclo, primero hay que despedirse de los escombros del anterior.

La fotografía, dice Fontcuberta, se encuentra justo en ese tránsito entre las cosas y las no cosas.

Hacia una fotografía que piensa desde su propia desaparición

Sema D’Acosta guía el diálogo hilando las preocupaciones históricas del artista —la verdad, el lenguaje, la memoria— con el presente incierto que vive la imagen. Fontcuberta responde con precisión conceptual, pero también con un tono confesional que revela algo más profundo: que quizá la fotografía, al perder su cuerpo, está encontrando nuevas formas de existir.

Lo que emerge en Háptica no es nostalgia, sino lucidez. Una invitación a mirar las imágenes no por lo que muestran, sino por lo que son: organismos que nacen, mutan, enferman y desaparecen. Y, al hacerlo, nos obligan a reconsiderar nuestra relación con la historia y con nosotros mismos.