"Me llena de emoción y de orgullo poder dirigirme a mis vecinos"
Javier Tapia Martínez, de 37 años de edad, es médico y Director Clínico de Urgencias Territoriales de un territorio que da servicio a unas 300.000 personas en Barcelona. Aunque vive hace once años lejos de casa, él mismo se define como "un cebollero".
-¿Cómo recibía la invitación para ser pregonero de su pueblo, de Olula del Río?
-Fue una emoción muy grande el día que Antonio Lucas me lo propuso. Para mi fue una sorpresa pero muy agradable. Me lo propuso hace unos meses y he tenido la oportunidad de ir digiriéndolo poco a poco, pero lo cierto es que me hace mucha ilusión y me ha llenado de orgullo poder dirigirme a mi pueblo. Solo tengo palabras de agradecimiento.
-¿Le resultó difícil escribir el pregón o más aún leerlo delante de su pueblo?
-Es más difícil leerlo. Cuando me senté delante del papel y empicé a recordar los momentos bonitos que he pasado en mi pueblo, me resultó fácil porque es algo que tengo muy presente y que intento recordar día a día. A pesar de vivir lejos de aquí no se me olvida. Es mucho más difícil intentar contener la emoción al dirigirme a mis vecinos.
-¿Qué relación le une hoy por hoy con Olula del Río?
-Es una relación basada un poco en la distancia pero muy especial; mis padres siguen viviendo aquí, mi hermano también, así que siempre que puedo como tengo una familia grande vengo. La limitación de la movilidad es complicada y esto a veces hace que no vengamos siempre cuando queremos, sino cuando podemos. La visita obligada es navidad y sobre todo el 19 o el 22 de enero, unas fechas a las que nunca falto.
-Dicen de usted que es un enamorado de la pólvora. ¿Qué tendrá la pólvora?
-No lo sé, pero si que es verdad que cuando se enciende la primera y te viene ese olor a pólvora hay una cosa especial que me hace que recorra ochocientos kilómetros y no me importe no dormir. A veces compromisos laborales me han impedido venir y si no estoy, estoy sufriendo. No solo por la fiesta en sí, también por la gente, el ritual que hacemos cada noche cuando vamos al cortijo de mi amigo Antonio, comemos carne asada, las carretillas. Me encanta.
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