Cultura

Las memorias de La Habana

  • Un concierto de habaneras consiguió reunir en Mojácar a cientos de vecinos y visitantes que disfrutaron de una gran puesta en escena · Historias hechas canciones para atraer al recuerdo

El Malecón de La Habana se alargó hasta alcanzar la plaza del Arbollón en Mojácar. Era noche de cuarto creciente, el aire trazaba el vaivén de magnolias y jazmines; el Templete se aparecía de cuando en cuando silueteado en el muro de la iglesia - fortaleza mojaquera, puro espejismo de atmósfera caribeña. Arriba del escenario veintitrés voces ilusionadas; debajo, delante del atril, un habanero de Garrucha con poblada barba, vestido de blanco, sombrero de rafia, dirigía el coro .

La habanera, música de ultramar, historias de amores lejanos, esperas de toda una vida, ausencias con promesas de ida y vuelta, extiende sus alas por las calles y plazas de Mojácar invadida de paseantes. Cuando salí de La Habana válgame Dios cómo se elevan las cadencias habaneras, cómo el aroma de salitre trepa el balcón de la plaza Nueva, se aposenta en las calles estrechas, empinadas, de un pueblo hasta hace bien poco de espalda al mar.

En el bohío ha nacido un niño, las cartas se distancian una de otra. La novia saca del cajón el mazo de correspondencia. Al principio, una diaria; juramentos de amor, añoranzas; después, una a la semana; luego, luego la tristeza, el asomo a la puerta: señor cartero ¿hay carta para mi? Hay años de impaciencia, el cabello ya recogido en moño, años de luto por dentro, la tía soltera. Ni palomas ni golondrinas llaman a su ventana; las amigas paren hijos, ella está seca. Los pocos mozos atrevidos son rechazados uno tras otro, la novia silente aún espera sin esperanza el retorno de un amor en busca de fortuna.

El coro Escálamo, mujeres y hombres de Mojácar y Garrucha, de Garrucha y Mojácar, avivados por Félix Clemente Gerez, encadena una habanera con otra ante un auditorio entregado al dulce compás cuando voy por el prado me encuentro una rosa, la veo tan hermosa la cojo para ti, la tomo en mi mano la beso inocente, pensando en mi mente que te beso a ti, Félix Clemente sí vuelve al auditorio, engrandecida su figura por la pasión entregada: "vamos a cantar un fragmento de Los Gavilanes, una parte del Pescador. Va para todos ustedes, junto con la mar que nos acompaña un poco más abajo".

Es la historia del pescador que de la playa se aleja y en la orilla se deja sobre el mar su amor porque va en busca del sustento. Una historia más de tantas cómo hubo en tiempos de penuria. Mientras tanto, la novia de siempre pregunta: dígame usted lo que pasó. Allá en La Habana una mulata muy zalamera a su bohío se lo llevó. Allá en La Habana los dulces besos de las cubanas dejaron aquí viudas tras los visillos de las ventanas.

La noche avanzaba en la Plaza del Arbollón, las campanas de la iglesia seguían el compás de Escálamo: "Allá en La Habana pasan las mismas cosas, vidita, que aquí en España". Algunos, pocos, regresaron tal vez ya tarde, quizá eran otros de tan cambiados.

Los llamaban indianos y llegaban con fortuna para construir las casas, las mansiones soñadas y ganadas peseta a peseta, o abrir tiendecitas como la de Galerías Preciados o el Corte Inglés, iniciativa de dos indianos amigos y rivales en el comercio de textiles. Para otros, la verdadera fortuna fue tener la oportunidad de Volver a empezar.

Ahí, en el agua salada, en la espuma de la mar, más bonitos son tus ojos, más bonitos tu mirar.

La noche iba camino de madrugada, la música dulzona, cadenciosa, nostálgica y evocadora, la acompañaba al día 24 de agosto de 2009, cuando Félix Clemente y el coro Escálamo ofrecieron a Mojácar un extraordinario óleo habanero.

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