Cultura

El minúsculo dictador

Comedia, EEUU, 2012, 83 min. Dirección: Larry Charles. Guión: Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel, Jeff Schaffer. Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Anna Faris, Ben Kingsley, Jason Mantzoukas, Anthony Mangano, Jeff Grossman, Megan Fox, John C. Reilly. Música: Erran Baron Cohen. Fotografía: Lawrence Sher. Cines: Ábaco, Alameda, Al-Andalus Bormujos, Al-Andalus Utrera, Arcos, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Cinesa Plaza de Armas 3D, Cinesur Nervión Plaza 3D, CineZona, Los Alcores, Metromar.

Es penoso ver cómo Ben Kingsley hace su primera aparición en esta película oliéndole los sobacos a Sacha Baron Cohen, en lo que me temo sea un guiño al encuentro entre Hinkel y Napolini de El gran dictador. Pero también es justo que el gran actor le huela los sobacos al elemental comicastro. Porque es lo que todo el reparto -también ese buen actor que es John C. Reilly- hace: plegarse a los caprichos groseros de este cómico de gracias falsamente provocativas (o de provocación elemental) que cultiva ese no va más de lo políticamente correcto que es trasgredir lo políticamente correcto. El poder absoluto del consumo no necesita censurar nada porque nada le daña: dígase lo que se quiera porque da igual lo que se diga.

Gozando de la libertad para nada del consumo la comedia cinematográfica americana se ha degradado hasta caer en los más zafios chistes sexuales y escatológicos, se trate del tema que se trate. Da igual que sean bromas de adolescentes salidos o, como en este caso, de una supuesta crítica total a los regímenes totalitarios árabes, las estrategias estadounidenses, las Naciones Unidas o las tribus de los alternativos.

Mídase lo que media de El gran dictador a El dictador y tendrán un patrón para calcular la distancia que va de la gran comedia crítica americana de entre los años 30 y 50 a la de hoy (porque aunque Baron Cohen sea inglés pertenece a la papilla global aderezada con lo peor de la cultura de masas americana). Chaplin se enfrentaba al nazismo en nombre del humanismo pacifista y democrático. Sacha Baron Cohen se enfrenta a todo (lo finge: su crítica carece de ese filo que da la inteligencia) haciéndolo en nombre de nada (o lo que es lo mismo: de su ego escuálido y del cine más reaccionario por ser el más querido por la falsa tolerancia del consumo).

Parodia de El prisionero de Zenda realizada con medio siglo de retraso (Blake Edwards ya lo hizo, admirablemente, en La carrera del siglo), trufada de guiños a El gran dictador, Ser o no ser, Bananas y media docena más de películas mejores que ella, El dictador supone el paso de Baron Cohen al cine convencional de gran presupuesto, renunciando al formato de provocación televisiva de sus películas anteriores pero sin abandonar el peor humor HBO o MTV que hizo su fama. Por eso es su peor película.

Dictador árabe, viaje a Nueva York, sustitución por un doble, lucha para recuperar su identidad, reeducación en el radicalismo urbano… Lo dicho: El prisionero de Zenda filmado en plan Leslie Nielsen (que representaba un humor tendente a lo grosero en la larguísima serie de secuelas que explotaron el hallazgo de Aterriza como puedas, aunque visto lo que le siguió parece hoy versallesco). ¿Se le ríen las toscas gracias? Sí, a veces. ¿Quién no se ha reído con un chiste guarro? Posdata local: quienes creen que el rodaje de superproducciones sirve de promoción de Sevilla ya tienen otra gloria que sumar a El ataque de los clones y Knight & Day.

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