Tal vez una obra maestra del horror y el dolor
Drama/thriller, EEUU, 2013, 146 min. Dirección: Denis Villeneuve. Guión: Aaron Guzikowski. Fotografía: Roger Deakins. Música: Jóhann Jóhannsson. Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Hugh Jackman, Paul Dano, Maria Bello, Melissa Leo, Viola Davis. Cines: Ábaco, Al-Ándalus Bormujos, Arcos, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Cinesa Plaza de Armas, Cinesur Nervión Plaza, CineZona, Los Alcores, Metromar.
Las primeras palabras que se oyen en Prisioneros son "Padre nuestro que estás en los Cielos...". Ya saben cómo termina: "... Y líbranos de todo mal". Toda la película se contiene entre el principio y el final de la oración más importante del cristianismo. El Padre no libra a unos padres del mal. Lo que es peor: no libra de él a sus hijas, que son secuestradas un Día de Acción de Gracias que dos matrimonios celebran juntos. Y un padre no perdona el daño que hagan a sus hijos. Ni aunque Dios se lo ordene en esta misma oración. Hay ofensas que no admiten perdón. Del Cielo al que aspira y se le ha cerrado este padre cae en el infierno de una Tierra vista a través de un pesimismo atroz, absoluto. Sólo un mal que provoca mal, una crueldad que crea crueldades. Como si estuviera entre Mystic River (la profanación de la infancia y la venganza) y El corazón de las tinieblas ("el horror, el horror" que gemía el agonizante, enloquecido y sádico Kurtz), este gran thriller es una indagación sobre un hombre que padece el abandono de su Dios, la quiebra de su vida, el dolor más terrible que pueda sentirse y el odio más feroz que ese dolor provoca.
Al pasarse a la gran producción el siempre interesante, pero a veces excesivamente retorcido y pedante realizador canadiense, ha rodado su mejor película. Comparable a los logros más sombríos de Fincher o de Eastwood. Casi una obra maestra del thriller basada en un guión ejemplar. El tiempo lo dirá. Lo que su primera visión dice es que se trata de gran cine. Esto se sabe desde el principio. La cacería, la conversación en el coche, la reunión familiar, el secuestro anunciado sólo por un travelling hacia un árbol en un jardín vacío. Esto cine, no cabe duda. Por eso huye de todo efectismo. Por eso los planos duran. Por eso la cámara no se mueve innecesariamente. Por eso todos los elementos -la excepcional fotografía de Roger Deakins y la extraordinaria a la vez que eficazmente discreta banda sonora de Jóhann Jóhansson- se ponen al servicio de ese todo que es la película. Por eso la atmósfera nos oprime. Por eso sentimos el desgarro, el dolor, la violencia y la ira de los padres. Por eso matiza tan admirable y tan humanamente las historias de secuestros y venganzas que tantas veces el cine ha utilizado para justificar la violencia gratuita. Por eso la dirección de todos los actores convierte sus interpretaciones en asombrosas conversiones en los caracteres que interpretan. Muy especialmente Jake Gyllenhall (el policía) y Hugh Jackman (el padre de una de las niñas), que protagonizan uno de los mejores duelos interpretativos vistos en mucho tiempo. A los que hay que sumar un escalofriante Paul Dano que logra representar asombrosamente la reclusión en sí mismo de un débil mental.
Como todas las grandes películas trágicas, ya sean western, thriller, melodramas o cine negro, esta película trata en realidad del dolor. Lo que diferencia a las grandes películas de género es su marco y su tono. En este caso es un secuestro, una búsqueda y una venganza de extrema crueldad. ¿No trataba de lo mismo Centauros del desierto? Ciudad o desierto, coches o caballos… Pero el mismo desgarro, el mismo dolor, el mismo odio.
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