Violencia políticamente descafeinada

LA LARGA MARCHA | CRÍTICA

Cooper Hoffman en el filme.
Cooper Hoffman en el filme. / D. S.

La ficha

*** 'La larga marcha'. Thriller. Estados Unidos. 2025. 108 min. Dirección: Francis Lawrence. Guion: J.T. Mollner. Novela: Stephen King. Música: Jeremiah Fraites. Fotografía: Jo Willems. Intérpretes: Cooper Hoffman, David Jonsson, Judy Greer, Mark Hamill, Charlie Plummer.

Bajo el nombre de Richard Bachman, Stephen King publicó La larga marcha en 1979, muchos años después de haberla escrito en 1967 -es su primera obra, cuando aún era un estudiante- quizás como una metáfora sobre la muerte de los jóvenes estadounidenses en Vietnam. En 1985 la integró, junto a Rabia, Carretera maldita y El fugitivo (que se llevó en 1987 al cine con Schwarzenegger y de la que la semana que viene se estrena una nueva versión) en lo que llamó The Bachman Books. El prolífico escritor inventó este heterónimo, al que dotó de una vida ficticia, en parte para probar si sus libros funcionaban sin su ya entonces muy famoso nombre (cuando publicó La larga marcha en el 79 hacía cinco años que había triunfado con Carrie, El misterio de Salem’ s Lot, El resplandor y La danza de la muerte) y en parte, dada su asombrosa fecundidad creativa, para lograr publicar más novelas de las que su contrato editorial le permitía para no saturar el mercado.

Anticipándose a Los juegos del hambre o El juego del calamar, a la vez que deudora de novelas pulp como El juego más peligroso que publicó en 1924 Richard Connell, llevada al cine por primera vez en 1932 como El malvado Zaroff y convertida en teatro radiofónico por Orson Welles en 1945, o de la novela corta Roller Ball Murder de William Harrison que él mismo convirtió en 1975 en el guión de Rollerball de Norman Jewison, la novela de Bachman/King trataba de un concurso, prueba o juego -por supuesto mortal- que obliga a cien adolescentes de una América distópica a realizar la llamada Larga Marcha a una velocidad mínima constante que más les vale respetar.

El proyecto, durante un tiempo acariciado por John Carpenter y Frank Darabont, que ha llevado al cine con buenos resultados otras novelas de King -Cadena perpetua, La milla verde y La niebla-, ha sido finalmente escrito por el guionista y director de fuerte tendencia a la violencia (ha escrito y dirigido el western-gore Ángeles y forajidos y el thriller Strange Darling) y dirigido por Francis Lawrence, cuya filmografía -con la excepción de la cursi Agua para elefantes y la fallida fantasía El país de los sueños- está centrada en la violencia con (Constantine, Soy leyenda) o sin (Gorrión rojo) pretexto fantástico, alcanzando su cumbre taquillera con -mira por donde- Los juegos del hambre: en llamas, las dos partes de Los juegos del hambre: Sinsajo y Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes.

Se supone que se ha elegido a este experto en juegos crueles para filmar esta proto-novela de King que, si fue escrita como metáfora distópica de la América de Vietnam, podría servir, y quizás aún con más fuerza, para la de Trump. Pero no lo hace. El resultado es eficaz tanto en la recreación de los desolados paisajes de una América devastada sometida a un poder despótico como en la relación no siempre solidaria entre los forzados concursantes-víctimas (encabezados por Cooper Hoffman, David Jonsson, Ben Wang y Charlie Plummer), a la que se le debe reprochar un exceso de verbalismo, y en la relación entre ellos y los soldados verdugos (al frente de los que está un Mark Hamill tan convincente como alejado por los años y la naturaleza de su personaje de aquel Luke Skywalker que lo hizo famoso).

Eficaz, sí, como película de acción llevada a límites extremos de crueldad y violencia; pero no como carga de profundidad político-distópica contra la actual deriva estadounidense: quien haya leído la novela echará de menos el contexto político que da sentido al darwinismo social que representa la larga marcha. Porque está más cerca de las películas y series de juegos crueles para un público mayoritario adolescente o joven que del original de King, que tenía solo 20 años cuando hizo la primera redacción pero era bastante más maduro.

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