Carmen la de Tomasico, como se la conocía en Alhama de Almería, su pueblo, fue una mujer curtida en mil batallas, con una personalidad arrolladora, de carácter, hija de la Guerra Civil y de tiempos oscuros y revueltos que marcaron a toda una generación. Nació en 1936, año del estallido del conflicto, y ya desde pequeña tuvo que afinar su resiliencia para superar las penurias de una posguerra que en los pueblos más pequeños se vivía de manera cruenta, eso sí, con mucha familia y parrales para azuzar las penas.

Carmen Martínez, mi tía abuela Carmen, Carmen la de Tomasico (por su padre) era una mujer parca en palabras. La recuerdo siendo niño, cuando me quedaba muchas tardes tras salir del colegio en su casa en la calle Médicos hasta que mi madre viniese a recogerme tras salir del trabajo, rodeada de canarios y perdices, riéndose. Porque era efusiva, también renegona, pero muy cariñosa. No necesitaba muchas palabras para transmitir lo que sentía. Con su mirada bastaba.

Casada con Manuel Amate, ayudante del notario, tuvo dos hijos, Manuel (el cartero de Alhama) y José Luis ‘El boliche’. Hoy ellos y la inmensa familia con la que contaba (ya era bisabuela) añoramos su presencia. Porque hay personas que pasan por el mundo para hacer el bien y la Tía Carmen era una de ellas.

Atenta, dispuesta, efusiva y también poderosamente bella en todas las facetas, fue una ama de casa ejemplar y una madre para muchos de sus familiares. De ella aprendimos a descartar el ‘no’ y a valorar la educación como pilar para construir y crecer.

El olor a uva de mesa entre parrales en su cortijo y su delicioso plato de caracoles revolotean en mi imaginario. Siempre estarás ahí. Descansa en paz, tita.

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