Con el cambio del año uno echa la mirada atrás y puede comprobar cómo ha evolucionado en el planeta; por ejemplo, en el plano deportivo, antes era impensable poder ver desde una pantalla un encuentro de quinta categoría en directo o el resultado al descanso de un partido de alevines que se está disputando a 4.000 kilómetros de distancia. No es el de la educación el ámbito que más ha avanzado si se entiende que ésta comienza en casa. Hay quienes se visten por los pies y otros por la cabeza; hay quienes siguen unos códigos no escritos y otros que dan la nota año tras año. No entiende la educación de clase social o categoría en el fútbol. Está, por ejemplo, el caso del Barcelona el pasado fin de semana, vetando la entrada a cualquier aficionado con una prenda identificativa del Espanyol si no estaba en el sector visitante, pegándole patadas a la Constitución por mucho que lo diga el reglamento de una LaLiga podrida. En pleno siglo XIX.

Si actúan como caciques clubes de la élite, se puede llegar a entender a equipos de categorías más bajas, que se ponen la etiqueta de profesionales o semiprofesionales. Éstos tocan a jugadores de entidades más humildes, saltándose esa norma no escrita de caballeros en la que al entendimiento se llega de manera rápida con una llamada de teléfono entre los propios clubes. A nadie le hace gracia ser el último en conocer el interés de un equipo por un jugador suyo, por lo que, como deberían enseñar en cualquier hogar a cualquiera que viene al mundo, no hay que poner en práctica lo que a uno no le gusta que le hagan. Tampoco se entiende esos clubes de barrio que retienen a niños en edad escolar amenazándoles con quedarse sin jugar toda la temporada por querer marcharse de un sitio donde no le quieren. La amenaza se esfuma, por cierto, previo pago de 200 ó 300 euros cual mafioso sin educación.

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