El Cañillo

El día que me quedé dormido en un mundial

Una vez estuve en un partido de un Mundial animando a España y en la segunda parte me quedé dormido. Y no es coña. A mi amigo Enrique le sucedió exactamente lo mismo, y sin embargo no cambiamos aquella excursión de colegas del 2006 a Kaiserslautern por nada del mundo. Que, por cierto, vaya pasada de estadio chulo el Fritz-Walter Stadion. Marcó Juanito, el del Betis, en un córner, y lo recuerdo somnoliento, después de habernos pasado la noche sin dormir en la cercana Luxemburgo, como mandan los cánones de un viaje tan guapo e inolvidable. Arabia Saudí no parecía el rival más potente posible y además recuerdo que España ya estaba clasificada (fue el tercer partido de la fase de grupos), pero en realidad todo eso daba igual, porque lo que realmente importó fue vivirlo. Vivir un Mundial era algo inimaginable para mí y en Alemania fue posible.

Volvería a hacerlo, claro, y si se terciara me volvería a quedar dormido en la grada. Y eso que me he prometido a mí mismo evitar eventos importantes de fútbol cuando pueda haber un mínimo riesgo de altercados. Sin embargo, un Mundial es otra cosa, y a la vista está. Evidentemente el hecho de que sea muy difícil tomar alcohol en Catar está ayudando a que las aficiones de todas las selecciones se lo tomen con más 'calma', pero no es menos cierto que en las citas de este tipo, tradicionalmente, prima la alegría, la mezcla de colores y aficiones y la deportividad entre los aficionados de todos los países. No sucede lo mismo, por ejemplo, en competiciones como la Liga Europa o la Champions. Estamos hartos de ver peleas multitudinarias, reyertas violentas y destrozos en el contexto de los partidos, y sin embargo en el Mundial no cabe nada de eso. Una cita en la que Estados Unidos e Irán pueden dirimir sus cuitas sobre un terreno de juego y dándose la mano merece la pena. El fútbol lo hace posible.

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