El parqué
Jornada de avances
El Villarreal - Barcelona que se disputará en Miami es la declaración firmada de un fútbol que nos abandona. Adultera la competición haciendo que un equipo prescinda de un partido como local y otro se evite una complicada visita, pero eso es lo de menos. Lo peor que conlleva esta aberración es la demostración de que este ya es un deporte empeñado en que el aficionado fiel lo siga por televisión y en que quien no posee una competición doméstica de nivel ?saudíes, cataríes o, ahora, estadounidenses? pueda, cada vez con más asiduidad, vivirlo in situ, previo pago de un par de cientos de dólares por la entrada más barata. Echar al aficionado de toda la vida, al que conoce las costumbres, historia y naturaleza de su club, para sustituirlo por espectadores de marca blanca, más preocupados por sus selfies y su fanzone que por lo que sucede en el césped, es el nuevo fútbol. Como esas ciudades que entregan su centro al turismo a costa de sus habitantes de siempre. Un Starbucks donde estaba la Cafetería Luna, veinte Airbnbs donde vivieron generaciones de vecinos y un McDonald’s donde se ubicaba el Bar Los Amigos. Y adiós alma. La gentrificación podría extrapolarse al fútbol. Una futbolficación, en un término poco trabajado: largar a tu gente, que ya te genera ingresos, a costa de buscar otra gente porque quieres más ingresos. Hay quien lo defiende, claro. Personas más implicadas con el poderoso que con su propia identidad. El fútbol es un negocio, pero también conforma la vida. Donde unos ven dinero, otros ven rutinas, cultura y pasión. Ambas naturalezas deben convivir, pero cada vez gana más terreno la primera. Quizás habría que organizarse para dar un toque a quienes toman las decisiones. Nunca viene mal verle las orejas al lobo.
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